De sismos rulfianos

Es muy significativo que hayan muerto decenas de niños por un acto de corrupción en una escuela donde se modificó la estructura ilegalmente.
Editorial Milenio
México /

Óyeme, Melitón, ¿no fue el veintiuno de septiembre el mero día del temblor?”, pregunta casi al comienzo el narrador principal del cuento de Rulfo, “El día del derrumbe”, a lo que su interlocutor responde: “Fue un poco antes. Tengo entendido que fue por el dieciocho”. Posteriormente se trenzan en un diálogo en el que Melitón interviene muy poco, donde se narra cómo después del temblor en El Pochote, donde “la tierra se pandeaba todita como si por dentro la estuvieran rebullendo”, llega el gobernador “a ver qué ayuda podía prestar con su presencia”. Se organiza una comida en su honor, que le cuesta una fortuna al pueblo, donde “la bola de lambiscones se desvivía por tenerle la mesa tan llena que hasta ya no cabía ni el salero que él tenía en la mano y que cuando lo desocupaba se lo metía en la bolsa de la camisa”. Ya cuando la borrachera colectiva es notable, el gobernador da un solemne discurso que incluye las siguientes palabras:

“Os ayudaremos con nuestro poder. Las fuerzas vivas del Estado desde su faldistorio claman por socorrer a los damnificados de esta hecatombe nunca predecida ni deseada. Mi regencia no terminará sin haberos cumplido. Por otra parte, no creo que la voluntad de Dios haya sido la de causaros detrimento, la de desaposentaros…”

El llano en llamas se publicó en 1953, hace exactamente 65 años. Más allá de la escalofriante similitud en cuanto a la fecha del terremoto, “El día del derrumbe” permite constatar que poco o nada ha cambiado esencialmente en cuanto a nuestra cultura política. Como se muestra al comienzo del excelente documental 19 de septiembre, dirigido por Santiago Arau y Diego Rabasa (sí, es mi hermano), en las entrevistas realizadas en la mañana del 19 de septiembre de hace un año, las autoridades capitalinas nos aseguraban confiadas que lo vivido 32 años antes ya no podría repetirse, por el reforzamiento de las normas de construcción. Y si bien por supuesto un terremoto es una catástrofe natural, es muy significativo que hayan muerto decenas de niños por un acto de corrupción en una escuela donde se modificó la estructura de manera ilegal, cuya directora se encuentra prófuga y difícilmente pisará la cárcel.

El discurso del gobernador rulfiano fácilmente podría achacársele al de cualquiera de sus equivalentes contemporáneos, y en el dispendio de la presidencia municipal para agasajarlo podemos ver ecos de los saqueos a las arcas estatales de los numerosos gobernadores ahora prófugos o encarcelados, parte de los cuales fue directamente a las campañas electorales del otrora partidazo único. El desamparo bajo el que transcurre la existencia de los personajes de Rulfo es muy similar al de los miles de damnificados que continúan sin vivienda, en medio de los diversos escándalos de corrupción vinculados a los millonarios fondos de reconstrucción que en su momento se anunciaron con bombo y platillo.

Al igual que sucedió con 1984 de Orwell y el fenómeno Trump, quizá el cuento de Rulfo continúe siendo la mejor crónica del sismo del 19 de septiembre de 2017.

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