Durante la década de 1930, Diego Rivera era uno de los artistas mejor posisionados a nivel internación y el representante más visible del movimiento muralista mexicano, lo que lo llevó a mostrar su obra en el extranjero, pero no todas las incursiones del pintor fueron exitosas, pues incluso en una ocasión uno de sus trabajos fue destruido por un presidente de Estados Unidos.
En aquella época, Diego Rivera recibió varias invitaciones para pintar en los Estados Unidos, Unidad Panamericana (1940) en San Francisco y la serie de frescos Los murales de la industria de Detroit (1932-1933) del Institute of Arts de esa ciudad, son algunos ejemplos de las obras que plasmó en aquel país a donde se trasladó acompañado de su esposa, la pintora Frida Kahlo.
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Simultáneamente, en Nueva York se erigía el complejo arquitectónico privado más ambicioso hasta entonces, el Rockefeller Center.
Varios artistas de la talla de Henri Matisse o Pablo Picasso fueron considerados para decorar el vestíbulo del edificio principal, sin embargo, Rivera era uno de los pintores favoritos de la socialité Abby Rockefeller, razón por la que persuadió a su hijo Nelson Rockefeller, para contratar al mexicano para realizar con un mural gigante de casi cien cuadrados en la entrada del Rockefeller Plaza.
Fiel a su ideología, esbozó un mural lleno de simbolismo al que bautizó como El hombre en la encrucijada, en él, plasmó la lucha entre el socialismo y el capitalismo, los dos sistemas económicos que marcaron el siglo XX.
El pintor dividió la obra en dos partes separadas en el centro por un obrero en primer plano, el cual sostiene una máquina con engranes que al mismo tiempo es el centro de un átomo. En la sección de la derecha ilustró el capitalismo y sus forma de producción, además de incluir un ejercito de hombres con máscaras de gas, una protesta popular reprimida por policía en Nueva York y a el rostro de Charles Darwin, como crítica al darwinismo social y las teorías de superioridad racial.
En el lado opuesto estuvo inspirado en el comunismo y la idealización del socialismo soviético, así como la lucha de clases y las protestas sociales. Los rostros de Karl Marx, León Trotsky y Lenin sobresalían y protagonizaban el fresco.
Los bocetos originales no incluían el rostro de Lenin cuando fueron autorizados por los Rockefeller, pero a medida que la fecha de entrega se acercaba, la polémica creció hasta el punto en el que el New York World-Telegram publicó un artículo donde se criticaba abiertamente la obra, tildándola de "propaganda anticapitalista". A esa acción se le atribuye que Rivera decidiera incorporar la imagen del líder soviético.
Cuando Nelson se percató de la modificación, canceló la inauguración del mural, programada para el primero de mayo de 1933 y llamó al artista para exigirle que borrara la cara del líder socialista y la cambiara por la de un un trabajador anónimo.
“Prefiero estar muerto que mutilar mi obra” declaró Rivera y sugirió incluir a personajes que formaran un contrapeso como Abraham Lincoln, pero la familia no aceptó la propuesta.
Ante la imposibilidad de un acuerdo entre las partes, se dio por concluido el trabajo y se cubrió la obra con una lona durante ocho meses, en febrero de 1934, el Rockefeller Center especificó a través de un comunicado, que se llevarían a cabo “obras de remodelación” en su vestíbulo, por lo que se demolió la pared que albergaba la pieza, acción que Diego calificó de “terrorismo cultural”.
A su regreso a México un año más tarde, el muralista recreó la pieza en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México, lugar en el que se mantiene hasta ahora con el título de El hombre controlador del Universo.
BGHL