A 15 años de fallecido, recordamos al escritor guatemalteco, Augusto Monterroso, un fabulista consumado y un exponente mayor del género del minicuento o minirrelato. Conócelo a través de 10 de sus minicuentos y 5 magistrales fábulas.
Augusto Monterroso nació el 21 de diciembre de 1921 en Tegucigalpa, Honduras, hijo de la hondureña Amelia Bonilla y el guatemalteco Vicente Monterroso. Para sus críticos, la literatura de Augusto Monterroso es difícilmente clasificable: textos breves en general, de género impreciso, en la frontera del relato y la fábula, del ensayo y el aforismo, escritos con sentido del humor y de sorpresa.
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En 1936, su familia se instaló definitivamente en Ciudad de Guatemala. Se exilió en México en 1941. Durante su prolongada estancia en este país mantuvo una intensa actividad en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Después del triunfo en Guatemala del gobierno revolucionario de Jacobo Arbenz, Monterroso fue nombrado para un cargo menor en la embajada de Guatemala en México y se dedicó de lleno a escribir. Casado dos veces, viajó por Latinoamérica y regresó a México donde conoció a Bárbara Jacobs, quien se convertiría en su tercera esposa.
Multipremiado y reconocido como autor importante de las letras en español, Augusto Monterroso murió en su casa de la Ciudad de México, fulminado por una dolencia cardiaca, la noche del viernes 7 de febrero de 2003, a los 81 años de edad.
Mincuentos
1.- El mundo
Dios todavía no ha creado el mundo; solo está imaginándolo, como entre sueños. Por eso el mundo es perfecto, pero confuso.
2.- Aforismos
Los enanos tienen una especie de sexto sentido que les permite reconocerse a primera vista.
3.- Historia fantástica
Contar la historia del día en que el fin del mundo se suspendió por mal tiempo.
4.- El paraíso imperfecto
—Es cierto —dijo mecánicamente el hombre, sin quitar la vista de las llamas que ardían en la chimenea aquella noche de invierno—; en el Paraíso hay amigos, música, algunos libros; lo único malo de irse al Cielo es que allí el cielo no se ve.
5.- El Rayo que cayó dos veces en el mismo sitio
Hubo una vez un Rayo que cayó dos veces en el mismo sitio; pero encontró que ya la primera había hecho suficiente daño, que ya no era necesario, y se deprimió mucho.
6.- El salto cualitativo
—¿No habrá una especie aparte de la humana —dijo ella enfurecida arrojando el periódico al bote de la basura— a la cual poder pasarse?
—¿Y por qué no a la humana? —dijo él.
7.- El paraíso imperfecto
—Es cierto —dijo mecánicamente el hombre, sin quitar la vista de las llamas que ardían en la chimenea aquella noche de invierno—; en el Paraíso hay amigos, música, algunos libros; lo único malo de irse al Cielo es que allí el cielo no se ve.
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8.- Epitafio encontrado en el cementerio Monte Parnaso
Escribió un drama: dijeron que se creía Shakespeare;
Escribió una novela: dijeron que se creía Proust;
Escribió un cuento: dijeron que se creía Chejov;
Escribió una carta: dijeron que se creía Lord Chesterfield;
Escribió un diario: dijeron que se creía Pavese;
Escribió una despedida: dijeron que se creía Cervantes;
Dejo de escribir: dijeron que se creía Rimbaud;
Escribió un epitafio: dijeron que se creía difunto.
9.- “Nulla dies sine linea”
—Envejezco mal —dijo; y se murió.
10.- El dinosauro
Cuando despertó, el dinosaurio aún estaba ahí
Fábulas
1.- Cómo acercarse a las fábulas
Si no fuera malo, el mundo se regiría por las fábulas de Esopo; pero en tal caso desaparecería todo lo que hace interesante el mundo, como los ricos, los prejuicios raciales, el color de la ropa interior y la guerra; y el mundo sería entonces muy aburrido, porque no habría heridos para las sillas de ruedas, ni pobres a quienes ayudar, ni negros para trabajar en los muelles, ni gente bonita para la revista Vogue.
2.- La fe y las montañas
Al principio la Fe movía montañas sólo cuando era absolutamente necesario, con lo que el paisaje permanecía igual a sí mismo durante milenios. Pero cuando la Fe comenzó a propagarse y a la gente le pareció divertida la idea de mover montañas, éstas no hacían sino cambiar de sitio, y cada vez era más difícil encontrarlas en el lugar en que uno las había dejado la noche anterior; cosa que por supuesto creaba más dificultades que las que resolvía.
La buena gente prefirió entonces abandonar la Fe y ahora las montañas permanecen por lo general en su sitio. Cuando en la carretera se produce un derrumbe bajo el cual mueren varios viajeros, es que alguien, muy lejano o inmediato, tuvo un ligerísimo atisbo de fe.
3.- La oveja negra
En un lejano país existió hace muchos años una Oveja negra. Fue fusilada.
Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó muy bien en el parque.
Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas por las armas para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura.
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4.- Dejar de ser mono
EL espíritu de investigación no tiene límites. En los Estados Unidos y en Europa han descubierto a últimas fechas que existe una especie de monos hispanoamericanos capaces de expresarse por escrito, réplicas quizá del mono diligente que a fuerza de teclear una máquina termina por escribir de nuevo, azarosamente, los sonetos de Shakespeare. Tal cosa, como es natural, llena estas buenas gentes de asombro, y no falta quien traduzca nuestros libros, ni, mucho menos, ociosos que los compren, como antes compraban las cabecitas reducidas de los jíbaros. Hace más de cuatro siglos que fray Bartolomé de las Casas pudo convencer a los europeos de que éramos humanos y de que teníamos un alma porque nos reíamos; ahora quieren convencerse de lo mismo porque escribimos.
5.- El zorro es más sabio
Un día que el Zorro estaba muy aburrido y hasta cierto punto melancólico y sin dinero, decidió convertirse en escritor, cosa a la cual se dedicó inmediatamente, pues odiaba ese tipo de personas que dice voy a hacer esto o lo otro y nunca lo hacen.
Su primer libro resultó muy bueno, un éxito; todo el mundo lo aplaudió, y pronto fue traducido (a veces no muy bien) a los más diversos idiomas.
El segundo fue todavía mejor que el primero, y varios profesores norteamericanos de lo más granado del mundo académico de aquellos remotos días lo comentaron con entusiasmo y aun escribieron libros sobre los libros que hablaban de los libros del
Zorro. Desde ese momento el Zorro se dio con razón satisfecho, y pasaron los años y no publicaba otra cosa. Pero los demás empezaron a murmurar y a repetir “¿Qué pasa con el Zorro?”, y cuando lo encontraban en los cocteles puntualmente se le
acercaban a decirle tiene usted que publicar más.
—Pero si ya he publicado dos libros —respondía él con cansancio.
—Y muy buenos -le contestaban—; por eso mismo tiene usted que publicar otro.
El Zorro no lo decía, pero pensaba: “En realidad lo que estos quieren es que yo publique un libro malo; pero como soy el Zorro, no lo voy a hacer.”
Y no lo hizo.
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