El fin de la imaginación

"Es más fácil denostar e insultar al enemigo, pues así se evita la fatiga de tener que proponer alternativas viables al desastre actual."
Editorial Milenio
Ciudad de México /

Cuando hace unas pocas décadas se proclamaba el fin de la historia, plasmado políticamente en la democracia de libre mercado, una de las múltiples implicaciones era que la participación política a nivel masivo consistiría en modelar a los votantes a partir de los consumidores, en el sentido de que se elegiría a los gobernantes según una especie de análisis racional de la conveniencia personal de optar por alguna de las diferentes alternativas.

En la academia gringa incluso se crearon modelos matemáticos donde mediante cálculo diferencial se creía demostrar que la organización óptima pasaba por el ejercicio individual del egoísmo, pues de alguna manera un tanto mágica, supuestamente ello conduciría a un resultado socialmente idóneo.

En los hechos ocurrió que buena parte de las sociedades occidentales terminaron siendo regidas por élites tecnocráticas cuyo estricto apego a la ortodoxia y la racionalidad produjeron no solamente sociedades cada vez más desiguales, sino que precisamente la frialdad y la indiferencia de la clase gobernante la desconectaron a tal grado de los ciudadanos comunes y corrientes, que en muchos casos han optado por sumarse a opciones o movimientos abominables, casi más como venganza contra el establishment gobernante que por verdadera convicción sobre las opciones elegidas.

Ahora que es claro que las pasiones y las vísceras forman una parte integral de la discusión política, valdría la pena no continuar cometiendo el error de simplemente menospreciarlas, o seguir pensando que un cierto tipo de pensamiento único con aires de superioridad continuará siendo capaz de determinar el rumbo a seguir.

En el fondo, quizá entre varias cosas nos enfrentamos a un problema de falta de imaginación, de una cierta incapacidad por concebir formas de organización distintas, que produjeran resultados distintos, por lo que es más fácil denostar e insultar al enemigo, pues así se evita la fatiga de tener que proponer alternativas viables al desastre actual. 

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