El fuego de la libertad, cuatro pensadoras que jamás se rindieron: Beauvoir, Weil, Rand y Arendt

El refugio de la filosofía en tiempos sombríos 1933-1943 de Wolfram Eilenberger describe los años más difíciles de Simone de Beauvoir, Simone Weil, Ayn Rand y Hanna Arendt.

El escritor Wolfram Eilenberger. (Tomada de @WEilenberger)
Daniel Francisco
Ciudad de México /

¿Se puede escribir sobre la libertad cuando te persigue el Ejército enemigo? ¿Se puede leer filosofía mientras huyes de los bombardeos? ¿Se puede reflexionar sobre el tiempo, la historia, cuando no sabes si podrás subir al barco que te salvará la vida? ¿Se pueden escribir cartas de amor cuando París está sitiada por los nazis?

El fuego de la libertad. El refugio de la filosofía en tiempos sombríos 1933-1943 de Wolfram Eilenberger describe los años más difíciles de Simone de Beauvoir, Simone Weil, Ayn Rand y Hanna Arendt.

Cada una de estas pensadoras enfrentó la adversidad de la guerra y, en medio de las dificultades, la escasez, la persecución, la incertidumbre, escribieron sobre el mundo que se caía a pedazos.

Ayn Rand logró huir de Rusia y llegar a los Estados Unidos. En la década de los 40 no tenía forma de saber si sus familiares estaban vivos.

“Las escasas informaciones sobre la lucha de los sitiados por la supervivencia, que cruzaban el Atlántico en forma de rumores, traspasaban los límites de lo humano. Se decía que alrededor de un millón de personas había perecido en la primavera de 1943 (…) No, no necesitaba que le contarán más. Ya había conocido todo aquello. El hambre. El tifus. Los muertos. Desde entonces sus ojos estaban muy abiertos. Y, ahora, su mente filosófica se encontraba aún más despierta”.

Weil es frágil, miope, pero con un espíritu que avasalla. Lucha contra los franquistas en la guerra civil española, pero regresa pronto debido a una quemadura en su pie. Anota en su diario de guerra: “Un hermoso día. Si me cogen, me matarán… Pero nos lo merecemos. Los nuestros han vertido mucha sangre. Soy moralmente cómplice”. Nunca deja de escribir, enferma, convaleciente, enojada, iracunda. Escribe y escribe. Eilenberger nos recuerda que Albert Camus “se hizo cargo de la obra de Weil y publicó muchos de sus escritos más importantes en Gallimard”. Rescata una de las cartas que Camus envió a la madre de Weil: “Simone Weil, ahora lo entiendo, es el único gran espíritu de nuestro tiempo”.

En 1940, dice Eilenberger, no se podía esperar nada más de aquel mundo. Arendt huye de París a Gurs, cerca de Los Pirineos. Sólo lleva consigo su cepillo de dientes. En ese lugar se encuentra con Walter Benjamin y describe así el encuentro: 

“Fue en el momento de la derrota, no había más trenes; nadie sabía dónde habían quedado familias, hombres, niños, amigos. Benji y yo jugábamos al ajedrez de la mañana a la noche y leíamos los periódicos de París, si los había”.

Poco tiempo después, con la angustia del apátrida, Walter Benjamin
tomaría la dosis de morfina que llevaba consigo y se suicidaría. Arendt conservó en su huida a Estados Unidos algunos escritos de Benjamin.

Respecto a Simone de Beauvoir el autor muestra a una mujer fuerte, que no ceja en su intento por ver publicada su obra. Vence el rechazo de editoriales y no se intimida ante los éxitos de Sartre. Eilenberger describe así a los padres de la autora de El Segundo sexo: “Por temor a contraer una enfermedad, la madre se negaba a poner un pie en la habitación de hotel de Simone, mientras que el padre, con las comidas de los domingos cada vez más infrecuentes, no ocultaba lo que pensaba y esperaba de su hija mayor: ‘Eres demasiado vieja para poder pensar, ya no digamos para escribir un buen libro”. Años después el tiempo le daría la razón a Simone de Beauvoir cuando ganó el Premio Goncourt.

ledz

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