Una confesión hecha por el bullicioso escritor norteamericano Truman Capote (30 de septiembre de 1924-25 de agosto de 1984), siempre alterado por las drogas y el alcohol, se encontraría entre las más sinceras de su vida: “Nunca me recuperaré de esto”. Así identificaba la experiencia que lo llevó a escribir la conocida novela de “no ficción”, A sangre fría, en la que México aparece como otra de las estaciones del drama que reconstruye.
Publicada en 1965, la novela es el relato literario (reportaje periodístico) del asesinato de la familia Clutter en el pueblo de Holcomb, al oeste de Kansas en Estados Unidos, en noviembre de 1959. Multihomicidio cometido por Perry Smith y Richard Hickock, ejecutados seis años después, con los que el escritor estableció una relación durante su encarcelamiento y en quienes habría identificado rasgos de su personalidad.
No hay en el conjunto de la obra capotiana referentes a México. Ni en sus cuentos ni en sus semblanzas de personajes del espectáculo norteamericano; tampoco en sus novelas previas, aunque sí en A sangre fría, siempre a partir del itinerario de los fugitivos Perry y Richard luego “de hacer lo que hicimos”. “¿Hicimos qué?”, pregunta Richard, “lo de allá”, le contesta su compañero.
En su éxodo, cuenta la novela, los asesinos de la familia Clutter salen de Kansas el 21 de noviembre de aquel 1958 hacia el sur “para no volver jamás”. Dos días después cruzan la frontera por Laredo, durmiendo su primera noche en un prostíbulo de San Luis Potosí. Su intención: llegar a “México capital”. Una semana después de los crímenes, fecha para la cual el propio Capote estaba ya “acreditado” ante la justicia de la localidad como periodista para adentrarse en el caso, acompañado de la novelista Harper Lee (Matar a un ruiseñor).
“Una semana en Ciudad de México” y Perry y Dick, como le llamaban a Richard, continúan a Cuernavaca, Taxco y Acapulco. Deciden entonces regresar a la capital para reencontrarse con dos mujeres a las que habían conocido: “Inés era una prostituta que había abordado Dick en los escalones del Palacio de Bellas Artes” y “María, una cincuentona viuda de un banquero mexicano muy prominente”.
El desenlace
Los días pasan y el círculo comienza a cerrárseles. “Dick había vendido el coche y, al cabo de tres días, el dinero se había esfumado”. Perry busca trabajo como mecánico desalentado por la paga, “dos dólares al día”. “¡México! Ya tengo bastante. Hay que largarse de aquí”, explota Perry.
La narración final, estructurada de entre miles de cuartillas acumuladas durante sus encuentros con los asesinos, refiere las habilidades de Dick para proveerse de recursos monetarios a costa de Inés y María. Obtienen así dos boletos de autobús en dirección a California.
Perry y Dick vivirán su última jornada en México, “aquella habitación de hotel sin calefacción”, el primero apurando al segundo, quien mantiene una relación sexual con Inés, “era tan boba… Creía de verdad que Dick quería casarse con ella y no tenía ni idea de que pensaba marcharse de México aquella misma tarde”.
“Por amor de Dios, Dick –soltó Perry–. Apúrate, ¿quieres? Nuestro día termina a las dos”.
Será el 30 de diciembre, atrás quedaron 50 horas de viaje en autobús, cuando Perry y Dick sean ubicados por la policía estadunidense. Habían acudido a recoger a la oficina de correos de Las Vegas una caja enviada desde México por el propio Perry. Les esperaban más de cinco años en el llamado corredor de la muerte, antes de ser colgados, tiempo en el que Capote se acercó a ellos para escribir A sangre fría.
Celebridad mediática, personaje de sí mismo, incapacitado para dominar “la fuerza que lo había hecho sobresalir”, según la escritora española Clara Sánchez, Truman Capote permanece como el referente obligado de la nonfiction novel, y A sangre fría una novela de amplísima difusión en sus distintas traducciones.
Y en la que México ocupa un sitio en su vertiginoso recuento de muerte.