En El novelista ingenuo y el sentimental, Orhan Pamuk escribe (o dicta) lo siguiente: “Todas las obras de un novelista son como constelaciones de estrellas en las que el autor ofrece decenas de miles de pequeñas observaciones sobre la vida; en otras palabras, experiencias vitales basadas en sensaciones personales.
Estos momentos sensoriales, que lo abarcan todo, desde abrir una puerta a recordar a una ex amante, forman los movimientos irreductibles de inspiración, los puntos personales de creatividad de las novelas.
De este modo, la información que el escritor ha cosechado directamente de las experiencias vitales, lo que llamamos el detalle novelístico, se fusiona con la imaginación de tal modo que resulta difícil separar ambas cosas”.
Señalamos que, además de escritas, esas ideas fueron dictadas por el Premio Nobel de Literatura 2006 porque El novelista ingenuo y el sentimental, aunque aparente una autobiografía intelectual o un ensayo sobre el arte narrativo, en realidad proviene de una serie de conferencias que Pamuk impartió en la Universidad de Harvard, cuando estuvo a cargo del seminario Charles Eliot Norton en 2009.
De cualquier modo, las alocuciones en las que aparecen las sombras de Gérard de Nerval, Schiller, Dante, Shakespeare, Cervantes, Thomas Mann y, en fin, una plétora de figuras ilustres de la literatura universal, definen impecablemente la mirada novelística de Orhan Pamuk, pues si André Malraux escribió que “El Apocalipsis quiere todo, todo enseguida; la revolución obtiene poco —lenta y duramente—.
El peligro es que todo hombre lleva en sí el deseo de un Apocalipsis. Y que, en la lucha, ese deseo, pasado un tiempo bastante corto, es una derrota cierta por una razón muy simple: por su naturaleza misma, el Apocalipsis no tiene futuro. Ni siquiera cuando pretende uno” (La esperanza).
En Nieve, una de las novelas emblemáticas de Pamuk, esta idea define la atmósfera opresiva, iconoclasta y babélica de Kars, un pequeño pueblo del noreste de Turquía, donde kurdos, turcos, políticos islamistas, civiles, militares, devotos y profanos han asumido la delirante responsabilidad de organizar un Apocalipsis: Kars es la metáfora del conflicto entre el mundo islámico y Occidente; el pequeño teatro de la miseria y la barbarie, que paraliza todo anhelo de una postergada (o imposible) alteridad, pues la sombra de la fe y el fantasma de la apostasía son los ejes de esa implosión devastadora en la que no existe la esperanza.
Orhan Pamuk lleva a cabo en Nieve una puntual y gozosa recreación del temperamento urbano y las tragedias cotidianas de Turquía, una Babel donde el sufrimiento se respira, se palpa, se degusta y se transpira: el poeta y periodista turco Kerim Alakoşoğlu, llamado Ka por propia voluntad y exiliado en Alemania por doce largos años, vuelve a Turquía para llevar a cabo un reportaje sobre dos fenómenos que llaman la atención en Estambul: el proceso electoral y la ola de suicidios de las chicas a las que se les ha prohibido asistir a la escuela con un charschaf (el velo que cubre sus cabezas, ordenado por la aleya 31 de la azora de la Luz del Corán).
En Kars, el islamista Partido de la Prosperidad se encuentra a la cabeza de las preferencias electorales, mientras que un grupo de fanáticos impone el terror o, será mejor decir, la confusión, porque en ese condado jeroglífico suceden una serie de entrecruzamientos místicos, que imposibilitan una mirada aérea y totalizadora del paisaje: embelesado por el rencuentro con la introspectiva Ipek, su amor de juventud, Ka recorre un dédalo plagado de extraños personajes, cuyas voces invaden su objetividad, su raciocinio, sus parámetros ideológicos, morales, religiosos y ontológicos e, inclusive, su imaginación, solo para aturdirlo con una idea nebulosa, inaprensible, de los orígenes del caos.
El desfile protagónico comienza con Muhtar, líder y candidato del Partido de la Prosperidad, que manipula a las fuerzas populares desde el púlpito político arropado por el jeque Saddettin Cehver. Muhtar es una figura clave en el ánimo de Ka, no solo por su condición de samaritano populista, sino porque en el pasado fue el mejor amigo y el rival de amores del poeta.
Divorciado de Ipek, Muhtar encarna la simpatía y la antipatía de Ka ya que, tras la trinchera del poder, el político se revela como un hombre extraviado en sus propias paradojas, un ser obnubilado por las trampas de la fe.
Y es que la fe, la blasfemia y el deseo de Apocalipsis son experiencias vitales de las que Orhan Pamuk es experto, tres fenómenos que urden una crisis ontológica, cultural y religiosa palpable lo mismo en su primera novela Cevdet Bey e hijos (la historia de Estambul a lo largo del siglo XX y de los musulmanes en la República de Turquía) que en sus trabajos posteriores: La casa del silencio (la vida en Estambul a través de la mirada de varias generaciones de una casta), El libro negro (un thriller político de secuestros y asesinatos misteriosos), Mi nombre es Rojo (la épica majestuosa del Imperio otomano), la célebre y aclamada El museo de la inocencia (una historia de amor en la que Pamuk, a la manera de Georges Perec en La vida instrucciones de uso, traslada los símbolos de la pasión y la ternura a los objetos) o su obra más reciente, La mujer del pelo rojo, en la que el enamoramiento es el punto de escisión entre un maestro pocero y su joven aprendiz. Y en efecto: hay un novelista ingenuo y uno sentimental. ¿A qué clase pertenece Orhan Pamuk? Para distinguir la diferencia, recurrió a las ideas de Schiller sobre los poetas: “Los poetas ingenuos forman un todo con la naturaleza; de hecho, son como la naturaleza, calmados, crueles y sabios.
Escriben poesía de forma espontánea, casi sin pensar, sin molestarse en tener en cuenta las consecuencias intelectuales o éticas de sus palabras y sin reparar en lo que puedan decir los demás […]. El poeta sentimental (emotivo, reflexivo) es un ser inquieto, sobre todo en un aspecto: no está seguro de que sus palabras vayan a abarcar la realidad, de que lo consigan, de que sus palabras vayan a transmitir el significado que pretende darles.
De modo que es sobremanera consciente del poema que escribe, de los métodos y técnicas que utiliza y de lo artificioso de su esfuerzo. El poeta ingenuo no diferencia mucho entre su percepción del mundo y el mundo en sí”.
Orhan Pamuk es las dos cosas a la vez: un novelista ingenuo y un narrador sentimental.