El tantra surgió en Oriente hace más de cuatro mil años y se fundamenta en cuatro pilares básicos o “llaves” que aplican también en el ritual erótico. El primero es aceptarse a uno mismo y a los demás tal cual son, con virtudes, defectos, capacidades y complejos, asumiendo las diferencias en lugar de desear cambiar a los demás. El segundo requiere estar presente en cada momento con los cinco sentidos, aprender a vivir de una manera consciente en donde el cuerpo se integre con la mente, el corazón y el espíritu. El goce no proviene exclusivamente de los genitales sino de todo el ser. La tercera llave de la filosofía tántrica tiene que ver con el autoconocimiento, con expresar lo que se siente y se piensa, entendiendo que con cada persona será diferente la vivencia. El cuarto pilar es el movimiento armónico y fluido hasta alcanzar el equilibrio. Acompasar la energía y el ritmo con otra persona es necesario para poder alcanzar un estado superior de compenetración a la vez que de placer.
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Para Cassandra Lorius, autora de La biblia del sexo sagrado, elegir este tipo de erotismo “significa comprometerse con el crecimiento y la exploración mutua de una forma clara, amorosa, en lugar de simplemente crear un entorno ritual para el sexo”.
Decirlo es una cosa, hacerlo (o llegar a entenderlo) es otra. Curiosamente, el tantra, visto desde las posibilidades occidentales de vida, puede practicarse en muchos ámbitos y aspectos de lo cotidiano si logramos entender, además, que la energía sexual es mucho más que una erección o un levantón súbito de sustancias químicas dentro del cuerpo.
El baile es una base para lograrlo. Es cuerpo y es alma. Es la libertad dejándose enroscar por brazos propios y ajenos. Es como volar sin perder el control del esqueleto, de los músculos. Como experiencia que une y relaja, te hace sonreír. La música, el placer y los sentidos se acompasan en un ritual colectivo que podría ser tántrico, como pasó en la fiesta de la editorial Almadía.
Ven y lóbame otra vez
“Lóbame entre el bosque rociado de tu olor/ Lóbame entre la tundra y el sonido del viento/ Lóbame entre el aullido y la penumbra/ Lóbame entre la piel expuesta y el delirio”, escribe la comunicadora y escritora Paulina Vieitez en su poemario llamado justamente Lóbame. En sus páginas, el erotismo se libera, abre bien sus letras, aúlla preludiando los silencios gozosos y se asume en el más dulce de los abandonos.
Es necesario tener un alma plena, sin candados, para rendirse al cuerpo de manera tántrica y sumergirse en el placer más profundo. Esa es una llave que, cuando aprendes a manejar, puedes introducir siempre en tu cerradura. Durante un encuentro cuerpo a cuerpo, si se logran romper las barreras que separan a cada persona del orgasmo, entonces la experiencia climática pierde límite, se abre como una flor de loto en medio del pantano, se vuelve infinita.
La propia anatomía depara también sorpresas cuando le quitamos los amarres. Girar se hace necesario, como lo hizo V. Anuradha Singh, bailarina clásica kathak, quien con su grupo de músicos se apropió del escenario del Foro FIL sin necesitar más que su enorme talento, la comprensión de la estabilidad, la gravedad y el impulso. El miedo se desdibuja porque no hay espacio para las dudas. Aquí se busca la concentración, una técnica que, a la vez, encierra un ejercicio de entrega que se comprende cuando los instrumentos suenan y suenan, y ella baila y baila.
O como sucede en la fiesta de la editorial Paraíso Perdido, en un bar rockero en la calle Coronilla: la música de la dj Paloma comienza tranquila, suave, pero poco a poco va avanzando hasta caer en el synth pop, en el post punk y esos ritmos que hacen que la gente comience a mover la cadera o la cabeza. Antonio Marts y James Nuño, cabecillas del sello, aprovechan la noche. Saludan en su celebración, bromean. Las bebidas corren. La luna creciente abarca casi todo en la calle solitaria.
En La Mutualista no hay opción. Se baila porque se baila. Todavía se dan el lujo, muchos, de abrazarse con fuerza, de mirarse a los ojos, de tratar de ligarse aunque ahora de una manera cautelosa, discreta, diferente a la de antaño. Hay que superar el temor para entrar en una nueva dimensión en la que no haya acoso que valga, pero sí ese despliegue de amor que nos hermana en la feria cada año.
El tantra es una fuerza. Una forma de vida. Sumergirse en sus profundidades puede traer tanta alegría que al final de la noche no sea necesario pasar a penetraciones, ni físicas ni mentales, para sentir que el placer nos llevó de la mano por la senda de la noche.
ÁSS