El jazz es su vida. Lleva casi un siglo sumergido en sus aguas y no lo suelta. De abuelo, padre, tíos, hermanos, primos e hijos músicos —y, probablemente, un nieto que podría dedicarse al piano—, el baterista Tino Contreras hace de ese género su credo: “Después de Dios, viene el jazz”, dice. El retiro es impensable: recién cumplidos 94 años, la noche del lunes presidió en la Fonoteca Nacional la sesión de escucha del disco Tino Contreras & Javier Bátiz: Live Session, editado por el Centro Cultural Tijuana (Cecut).
Antes de la presentación, Tino me comentó que conoció a Bátiz cuando tenía el Riguz Jazz Bar en los años 60, mientras que los roqueros tocaban en el Terraza Casino, a donde lo invitaron a tocar con él. “Me eché un palomazo en un rock, que tiene todas las armonías del blues. ‘¡Pero es blues!’, le dije. ‘¡No, es rock!’, me contestó. Pero, como tú sabes, los roqueros son hijos de los jazzistas, y nosotros somos hijos del blues”.
Durante años, Tino y Javier cruzaban su caminos de cuando en cuando y se limitaban a saludarse, hasta que Pedro Ochoa, director del Cecut, impulsó su encuentro musical hace dos años. “Me sentí muy cómodo con Javier porque logramos un sonido conjunto, además de que él conoce el idioma de la improvisación”, comenta Tino mientras salpica la plática con anécdotas de aquí, allá y acullá.
¿Qué te metes para aguantar tanto?, le preguntamos en son de broma, y entre carcajadas responde: “¡Nada! ¡Desde hace tiempo dejé de meterme, pero para tocar hay que estar loco! ¡Yo me declaro loco porque no puedo ser normal como todo mundo!”.
Su energía es renovable y no piensa detenerse: “¿Para qué si apenas estoy comenzando?. El jazz es mi vida entera. Admiro a los grandes músicos del género, primero que nada porque para hacerlo tienes que ser muy humano y dejarte de boberías: que soy esto, que soy lo otro... Uno no es nadie. Acabo de grabar un disco y ya estoy por grabar el otro”.
Cuando nos vemos le insisto: ¿cuándo grabas tu disco de piano? Porque si Tino es un volcán —todavía encendido— en la batería, al piano le dedica una pasión especial: se regodea en los silencios, contrasta los volúmenes altos con los pianísimos, reflexiona. El lunes pudimos escucharlo en dos piezas y luego en su inevitable faceta de entertainer, que a algunos molesta pero a la mayoría enloquece: puso al público de pie a cantar a pulmón abierto una de sus composiciones emblemáticas, “Yúmare”. Y luego se dedicó a firmar, firmar y firmar copias y copias de sus discos. El jazz es su vida.