Caminaba las calles de la Ciudad de México con la soltura de quien la había habitado durante décadas, pero en su imaginario siempre estaba el mar: ese mar que la vio crecer, que le ayudó a entender de otra manera la realidad y que, de muchas maneras, la empujó hacia las artes. Se quedó siempre con la esperanza de volver, aunque seguramente hacia allá regresará: la periodista Elda Maceda falleció la noche de este lunes, a los 66 años de edad, de un paro respiratorio, aunque ello fue a causa de un cáncer que la aquejaba desde hace varios años.
Elda Maceda fue la mujer que llegó del mar, solía decir otra de las grandes compañeras y amigas de la periodista cultural, Patricia Rosales: de padre veracruzano, madre de Mazatlán, “hija de marino, Elda nació en Acapulco, aunque la mayor parte de la vida de la familia transcurrió en La Paz, de ahí su amor por el mar”, recuerda la también periodista Alma Olguín.
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Elda se convirtió en una verdadera maestra de diferentes generaciones de periodistas culturales, de esa estirpe que solía arropar a los nuevos antes de lanzar los dardos hacia los creadores, antes de cuestionar a los artistas o de describir sus propuestas para hacerlas llegar a un mayor número de lectores.
Solía estar en las conferencias de prensa y en los espectáculos, con su libreta en mano y una vieja grabadora, por aquellos de las dudas. Estaba en los conciertos con los grandes artistas, pero también en aquellos en donde los jóvenes daban sus primeros pasos, siempre con una palabra, con un comentario y con su eterna sonrisa: vive, disfruta cada día, que nunca sabes qué te depara el día siguiente, solía recordar todo el tiempo, mientras sus dedos se afanaban en alguna figura de origami para su acompañante.
Egresada de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, antes de ejercer el periodismo en un medio de comunicación, pasó por oficinas de comunicación en la UNAM y el INBA, para después llegar a El Universal, donde estuvo por casi 17 años, antes de regresar a una oficina en la actual Secretaría de Cultura.
Siempre habitó la Ciudad de México como una más de esta urbe; ni los sismos la hicieron regresar a su tierra, pero el sol, la playa, el mar ahí estaban: permanecían en su memoria, en su imaginación, en su mente… Regresaba cada tanto al mar, en especial a La Paz, y lo hacía siempre con la sonrisa de quien retornaba a su infancia mientras veía a los barcos desaparecer en un atardecer.
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