Elena Poniatowska, la princesa mexicana que vino del hielo

La escritora, quien hoy cumple 90 años de edad, recibirá un homenaje en el Palacio de Bellas Artes.

La escritora cumple 90 años. (EFE/ Sáshenka Gutiérrez)
Jesús Alejo Santiago
Ciudad de México /

Si hay una voz que se escucha con generosidad de forma recurrente, esa es la de Elena Poniatowska Amor (19 de mayo de 1932), la princesa polaca que llegó de Francia y de apropió de los escenarios de un país y se interesó por su gente: “una Sancho Panza femenina que no es Teresa Panza ni Dulcinea del Toboso, ni Maritornes, ni la princesa Micomicona, que tanto le gustaba a Carlos Fuentes, sino una escritora que no puede hablar de molinos porque ya no los hay”, dijo en la ceremonia de recepción del Premio Cervantes en 2014.

Tenía 82 años de edad entonces, aún con cierta energía para salir a la calle y preguntar, con la inocencia que la ha caracterizado durante las más de seis décadas dedicada al periodismo y a la literatura: una escritora que no habla de molinos, “en cambio lo hace de los andariegos comunes y corrientes que cargan su bolsa del mandado, su pico o su pala, duermen a la buena ventura y confían en una cronista impulsiva que retiene lo que le cuentan”.

Nueve décadas

Hoy, el Palacio de Bellas Artes volvió a abrir sus puertas para celebrarla: un festejo a la manera mexicana, que no sólo rinde homenaje a una creadora, sino a la memoria que ha sabido contar a un país y a su gente, a través de novelas que parecen crónicas periodísticas o de libros periodísticos que cuentan historias. Así se cuenta Elena Poniatowska, Elenita, este día que llega a las nueve décadas de generosa existencia:

Llegué a los 10 años a México, nunca he vivido en otro país, nunca he querido vivir en otro país. Pude vivir en Estados Unidos, en Francia, pero siento que mi país es México: México es el que me duele, el que amo, el que me ha dado todo lo que tengo. El sólo hecho de ver el cielo azul todo el año, cuando venía de un país en el que llovía, nevaba… me parecía que había llegado al paraíso, porque el sol siempre te da una sensación de júbilo interior”.


Foto: EFE/ Sáshenka Gutiérrez

En sus novelas, en sus crónicas, en cada plática que ha sostenido a lo largo de su vida, se narra a sí misma: una eterna viajera, perteneciente a una familia que siempre fue de pasajeros en tren: italianos que terminan en Polonia, mexicanos que viven en Francia, norteamericanas que se mudan a Europa.

Mi madre nunca supo qué país me había regalado cuando llegamos a México en 1942, en el Marqués de Comillas, el barco con el que Gilberto Bosques salvó la vida de tantos republicanos que se refugiaron en México durante el gobierno del general Lázaro Cárdenas”.

La patria, la lengua

Y si bien, suele decir que es una mujer de múltiples nacionalidades, hay una pertenencia que, desde su arribo a México, jamás la abandonó: la lengua y aprendió español en la calle y durante muchos años, hasta muy tarde decía “naiden” y “yo vide”, un montón de palabras que escuchaba en el vendedor de naranjas, en quienes trabajaban en mi casa.

Mi conocimiento de México se dio a través de las palabras que escuchaba en vendedores ambulantes y de la gente que me llamaba tanto la atención, porque nunca los vi en París y en ningún otro lado más que en este país que, para mí, era como llegar al centro del sol, porque era muy caliente y yo venía de la nieve y de la lluvia, y de bosques muy oscuros en el fondo de un valle cerca de Toulouse”.

Hoy, cuando cumple 90 años de vida, miles, millones de lectores, festejan a Elenita y lo hacen con la lectura de sus obras, de libros que le han permitido salvarse y salvar a otros: “escribir a cualquiera lo salva: escribir un diario es tener un amigo”, asegura.

Escribir todos los días es liberarse de pensamientos que, a veces, a uno lo hace feliz y otras le provoca dolor. Esa comunicación es una comunicación con el otro, porque siempre habrá un receptor, una persona que lea un libro: sería muy bueno que los niños se den cuenta que leer los puede comunicar consigo mismos”.


Foto: EFE/ Sáshenka Gutiérrez

Si bien, Elena Poniatowska tiene un lugar ganado dentro de la literatura mexicana, igual es cierto que se siente más periodista que cualquier otra cosa: escribe todos los domingos, ha hecho muchos artículos y reportajes.

Ante todo, soy periodista, siempre lo he sido. Debería estar abajo con ustedes y voy a ser periodista hasta el día en que me muera. Me gusta mucho oír, que me informen, apuntar rápido, me gusta reportear y he recogido voces toda la vida y prodigiosas mentiras, que son la verdad de cada uno de quienes me lo dicen”.

La mujer de la eterna sonrisa, hasta cuando las tragedias llegan o las dificultades, como hace unos meses: entraron a robar a su casa en Chimalistac, se llevaron una computadora personal, fotografías, documentos, algunas joyas: eso sí me da tristeza, porque no los tengo en doble, pero en realidad no me aferro. “Nunca me he aferrado a nada”.

La familia

Si hay algo por lo que se siente muy satisfecha Elena Poniatowska es de su matrimonio con Guillermo Haro Barraza, fundador de la astronomía moderna en México, mandó a muchos estudiantes a estudiar a las universidades estadounidenses, a las francesas… “y demostró que los mexicanos, en lo que se refiere a ciencia, son a veces hasta más inteligentes que estudiantes que vienen de otras partes del mundo, lo que a mí me enorgullece mucho”.<p>“También me enorgullece que él me haya amado; desde luego, mis tres hijos, que son patriotas, aman profundamente a México y hacen todo lo que pueden por México”.
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hc

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