Elena Poniatowska, proveedora de placer literario

Elenita, como le dicen de cariño sus seres queridos, asegura: “Me da un poco de tristeza pensar en mi partida, estoy por cumplir 91 años, me voy a ir antes que mucha gente”.

La escritora | Foto: Juan Carlos Bautista
Myrrha Yglesias Saavedra
Ciudad de México /

La escritora Elena Poniatowska llegó a México a los diez años, y como todas las niñas y niños, ser curiosa era una manera de conocer más un país porque siempre tuvo el deseo de pertenecer.

Vivo en Chimalistac desde hace miles de años, y para mí es lo más bello de toda la ciudad de México. Amo mi casa, estoy contenta en ella porque me cobija, es generosa, tranquila, silenciosa, no suena el teléfono, no se oye una máquina de escribir, solo un ruidito delicado cuando el señor fotógrafo toma una foto. Antes, las máquinas de escribir hacían mucho ruido, yo escribía con una Remington, ahora uso una computadora”, cuenta Elenita.

Le pregunto quién es el atractivo joven de una de las fotografías que está en un marco. “Tengo fotos de mi hermano Jan que murió en diciembre de 1968 para rendirle homenaje, porque siempre lo recuerdo mucho”.

Ante todo, usted es periodista.

Mi madre se apellidaba Amor, que es un apellido que me encanta, pero en el periódico a mí no me permitieron usar el apellido materno y tenían razón, porque el apellido Poniatowska es muy largo y fuerte. En los idiomas eslavos, el ruso, polaco y yugoslavo, el sexo está en el apellido, si eres mujer eres Poniatowska, si eres hombre la última vocal del apellido es i (Poniatowski), así es como sabes si alguien es mujer u hombre. Es como “el de” que se usa aquí, implica que perteneces a tu marido. Elena de quién sabe qué. (se ríe). Elena de Haro, mi esposo se apellidó de Haro.

¿De todos los libros que ha escrito qué la ha sorprendido más, el resultado o lo que iba surgiendo durante la escritura y no tenía contemplado?

Me impactó y me llamó mucho la atención que tantísimos jóvenes me buscaran, me llamaran y me invitaran de tantas universidades de la República Mexicana a raíz de La noche de Tlatelolco que fue un libro muy crítico en su época porque es la historia de la matanza de los estudiantes.
En la actualidad tengo mucha ilusión de leer El dilema de Penélope, el último libro de Jorge Zepeda Patterson que acabo de comprar. A él lo respeto y admiro mucho porque es un extraordinario analista político.

¿En algún momento imaginó cómo hubiese sido su vida en Francia?

Yo creo que hubiera sido más severa y mucho más convencional, menos libre. Quizá mi hermana y yo no hubiéramos tenido la posibilidad de ir a Estados Unidos a estudiar durante tres años en una escuela católica muy religiosa. Decían que en México había dos escuelas difíciles: el Colegio Alemán y el Liceo-Franco Mexicano. Yo estuve en el Liceo y los estudios eran difíciles.
Foto: Juan Carlos Bautista

De las personas que ve en la calle, ¿alguna la ha marcado o conmovido?

Lo que más me llamó la atención es justamente poder abordar a la gente de la calle, como al jardinero, al taxista... los taxistas son muy parlanchines, quieren hablar muchísimo... al que trae el correo, aunque ahora no hay correo, ya nadie te escribe cartas. Yo recuerdo muy bien al cilindrero, el silbato del que vendía los tamales que me parecía muy triste y difícil de oír, al del carrito de los camotes que ya no se venden.
Empecé a entrevistar a los personajes populares y ninguno se chiveó, se echó para atrás o no quiso responder. Nadie se negó nunca, eso me ayudó mucho, yo creo que también me ayudaba mi estatura, el hecho de que fuera una mujer pequeña y no agresiva, entonces no sentían que yo les iba a quitar algo o hacerles algún daño, o que quizá fuera una policía o una detective, ¿no?

¿Qué la hace sonreír?

Me hace sonreír mucho la amistad que tuve con Gabriel García Márquez, con Carlos Fuentes, con Gabriel Figueroa, gran fotógrafo, camarógrafo y cineasta, porque él siempre estaba de buenas, era generoso y tenía sentido del humor. También sonrío al recordar a la gran cantidad de personalidades que conocí y que me resultaron muy accesibles, cálidas y amables como el pintor Diego Rivera, porque yo le tenía mucho temor.

¿Qué le da melancolía?

Ahorita nada, me da un poco de tristeza pensar en mi partida, como estoy por cumplir 91 años, me voy a ir antes que mucha gente, como mis diez nietos; eso me da mucha tristeza, pero es lo único, en general soy una persona bastante alegre y positiva, no soy una persona triste o melancólica.

¿Qué personas cercanas a usted le han dado lecciones inolvidables?

Siento un enorme agradecimiento por mi esposo, Guillermo Haro, que era astrofísico. Él estuvo en Harvard y fue el fundador de la astronomía moderna en México. Yo no me hubiera podido casar con un hombre que no admiraba, y a él lo admiré muchísimo. Era el director del Observatorio Astronómico de Tonantzintla, que está en el municipio de San Andrés Cholula, en Puebla. Para los alumnos era muy fácil visitar el Observatorio porque les daban acceso a los telescopios para conocer el cielo, ver las estrellas; también les daba una clase y una conferencia de una hora; aceptaba preguntas sobre cómo había contribuido México y los mexicanos a la astronomía moderna, porque sí hicieron una gran contribución. Era muy bonito ir allá, así fue como conocí a mi marido.
Hay muchas mujeres por las que yo siento gran admiración y cariño, como las mujeres luchadoras y también por las luchadoras sociales. Quise y acompañé muchísimo a lo largo del tiempo a Rosario Ibarra de Piedra, la madre de un desaparecido en Monterrey. Para mí ahora es un honor ser amiga de Marta Lamas, una reconocida y muy notable feminista. Quise muchísimo a la escritora Rosario Castellanos, que murió en Israel al enchufar una lámpara eléctrica; sentí mucho su muerte.

¿Por qué su nieto Cristóbal es el amor de su vida?

Tengo una relación muy fuerte con él desde que nació porque estuvo en el hospital y me quedé con su mamá acompañándolo. Él es muy esforzado, vence los obstáculos. Vive en Mérida y es campeón internacional de windsurf, lo admiro mucho. Me gusta verlo “caminar sobre el agua”, tengo una relación muy especial con él y creo que él la tiene conmigo.
Yo viví con mi abuela materna y también tuve mucha suerte por la relación que teníamos. Ella tuvo varios nietos, y de todas sus nietas yo era la que ella quería. Cuando íbamos al cine, hice toda mi educación sexual ahí, con una abuela que me explicaba cuando yo le preguntaba: “¿Pero por qué se mete él con ella a la cama? Y mi abuela me respondía: “Es que él tiene gripa, es que quiere que no se enfríe”. (Sonríe) Ella era un encanto, me gustaba mucho mi educación sexual con mi abuela.
Para mi abuela paterna fue un golpazo que nos fuéramos de Francia. Cuando nosotros venimos a México yo cumplí diez años aquí y ella murió un año después.
Foto: Juan Carlos Bautista

¿Le gusta ver series o películas?

En la noche a veces he visto televisión, pero no soy una adicta, de vez en cuando veo entrevistas como las de cultura que hace Javier Aranda. Soy una gente de mi tiempo y obviamente tengo que ver lo que sucede. Soy de la vieja escuela por mi edad. Estoy acostumbrada a leer periódicos, aquí llegan dos a los que estoy suscrita. Me gusta abrir el periódico y leer los editoriales. En la noche, si no tengo que salir, sí veo las noticias en la tele en distintos canales, pero en general lo que veo es el canal de la UNAM, también canales culturales con buenos documentales. A veces en los canales que no son culturales pasan muy buena información.

¿Hay algo que le hubiera gustado hacer y no hizo?

Me hubiera gustado ser más inteligente, pero no dependía de mí. Me hubiera gustado estudiar más, viví en una época en la que estudié en un convento de monjas y se decía mucho que finalmente la vida, orientación y vocación de las mujeres era casarse “lo mejor posible” y tener hijos, no casarse con un “muerto de hambre” sino con alguien que te mantuviera toda la vida; tener una casa muy bonita, arreglarla muy bien, aprender a guisar bien, ser una ama de casa a la que no se le pudiera criticar jamás. Eso era lo que se les pedía a las mujeres, no se les impulsaba a tener una vocación. En primer lugar, ahora las mujeres ya no se casan, viven con un hombre y todo eso, pero ya no hay la “santa familia” como antes.
En 1955 tuve un hijo, Emmanuel, él ya tiene el pelo blanco como yo. Fui lo que se dijo, una madre soltera y ya después, más tarde, me casé y tuve otros hijos con mi esposo Guillermo.

Me imagino que le encanta viajar

Ahora procuro no viajar tanto por mi edad, no me gustaría morirme en un avión y causar muchos problemas.

¿Cómo le gusta que la recuerden?

Eso depende de cada quien y de lo que suceda. No le dedico tiempo a pensar en eso, así como no le dediqué tiempo en mi juventud ni en mi madurez. No le dediqué tiempo a pensar qué pensaban otros porque en esa época simplemente tenía mis ocupaciones.
Foto: Juan Carlos Bautista

hc

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