La primera cámara que tuvo en sus manos Enrique Metinides fue un regalo de su padre, a los nueve años. Desde entonces asumió, como héroe griego, su destino: la fotografía. Con ella convirtió la nota roja en una de las bellas artes, con imágenes como la del primer plano de la periodista Adela Legarreta Rivas atropellada en avenida Chapultepec cuando iba al salón de belleza (1979).
Jaralambos Enrique Metinides Tsironides, hijo de inmigrantes griegos que se quedaron en México de luna de miel perpetua a causa de la guerra en Europa, era guadalupano, portaba en su cartera una imagen de la virgen del Tepeyac como protección ante la fatalidad que él retrataba desde su infancia para La Prensa y que se fue gestando en su afición a películas de gángsters que veía gratis en el cine Roxy, propiedad de su hermana y cuñado, abundantes en choques o incendios, que retrataba.
Imágenes precoces
Ese niño, que nació el 12 de febrero de 1934 y que, en lugar de jugar a la pelota, se divertía con su cámara alemana Braun, falleció este 10 de mayo a los 88 años en su Ciudad de México, que conoció literalmente en sus entrañas, en sus morgues y tragedias a las que retrató con la dignidad que da el arte. En cierto sentido, la belleza con la que fotografió muertos eran sus homenajes póstumos.
Su apodo fue justo El niño, y su rostro hasta entrada ya la edad madura seguía siendo infantil, sus ojos brillaban de curiosidad, como mostraba en presentaciones públicas o incluso en el documental El hombre que vio demasiado, que Trisha Ziff grabó sobre él y su dramática obra en 2015.
La primera foto que tomó de un cadáver fue en la delegación: dos tipos en una riña decapitaron a otro hombre en las vías del tren. Y el agente del Ministerio Público, como un Perseo mostrando la cabeza de la Medusa, exhibía la cabeza del muerto tomada por los cabellos ante un Metinides de nueve años de edad.
Ese niño, cuando empezó a trabajar para La Prensa, veía y retrataba de 30 a 40 cadáveres a diario.
Como un profeta
Son célebres sus fotos sobre los terremotos de 1985. Vivía en la avenida Mariano Escobedo, se fue temprano a la Cruz Roja de Polanco donde se trepó a una ambulancia que ya traía cadáveres del desastre y que enfiló al Centro Histórico, donde lo primero que vio fueron las ruinas del Hotel Regis, frente a donde su padre había tenido su negocio de fotografía.
Sus imágenes, de belleza formal que contrasta con la crudeza de sus temáticas van desde asesinatos, personas electrocutadas, ahogadas, hasta muertes en accidentes viales o suicidios. Sus fotos de nota roja, de tragedias cotidianas, la mayoría evitables, eran, en su presente, profecías. Pero, como Casandra, nadie escuchaba a ese Metinides en sus advertencias diarias sobre la fatalidad.
Y así las tragedias que persiguieron a este hijo de inmigrantes griegos se repiten eternamente con diferentes actores y escenarios en la ciudad que lo adoptó para contarlas visualmente con su cámara.
Descanse en paz.