Cuando era niño, Dave Brubeck (1920-2012) anhelaba ser vaquero, aspiración natural en la febril imaginación de muchos chicos de su generación. En su caso, el sueño podría haberse cumplido: su padre era dueño de un rancho en Concorde, California. Sin embargo, su madre, pianista, quería que su hijo se acercara a la música, como sus hermanos mayores, y desde los cuatro años lo puso a estudiar piano.
Con la idea de ayudar a su padre, Dave estudió veterinaria, que luego cambió por la zoología, para finalmente seguir la carrera de música. Durante la Segunda Guerra Mundial fue enviado a Europa, donde la buena fortuna le sonrió: ofreció un concierto para la Cruz Roja que tuvo tanto éxito que no solo evitó que fuera al frente, sino que le ordenaron formar una banda, una de las primeras que alentaron la integración en el ejército.
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A su regreso de Europa, estudió en el Mills College en Oakland, California, con el compositor francés Darius Milhaud, quien lo alentó a seguir la senda del jazz, como comentó Brubeck en una conferencia de prensa durante la entrega del Premio Miles Davis en el Festival de Jazz de Montreal en 2010.
Entre risas, Brubeck contó: “No recuerdo sus palabras exactas, pero trataba de decirme: ‘Usa el idioma del jazz porque es lo que te hace un compositor americano. No abandones el jazz porque eso es América, es libertad. Dave, ¿por qué quieres ser un músico clásico cuando puedes tocar boogie woogie, algo que yo no puedo hacer? Puedes ir a cualquier lugar del mundo donde haya un piano y vas a sobrevivir, yo tengo que ir a donde haya una universidad y tengo que asistir a esas juntas de facultad horribles. ¡Tú no tendrás que ir a una junta de facultad! ¡No abandones el jazz!’”
Siguió su consejo, pero, además, en su estilo adoptó elementos de la música de concierto. A finales de los 40 formó un octeto con un grupo de compañeros universitarios, cuyo estilo fue considerado muy aventurado para su época. La base de un sonido propio estaba en marcha.
Contratado por la disquera Fantasy, en 1951 comenzó a tocar con el saxofonista Paul Desmond, un espíritu afín, con quien formaría el Dave Brubeck Quartet, junto con el contrabajista Eugene Wright y el baterista Joe Morello. Además de presentarse en clubes de jazz, el cuarteto incursionó en las universidades, atrayendo a un público joven, lo que incrementó su popularidad.
En 1954 su retrato apareció en la portada de Times, que cinco años antes había incluido a Louis Armstrong (primera vez que figuraba un jazzista en la historia de la revista). Al año siguiente, Brubeck se cambió a la disquera Columbia y su estrella comenzó a elevarse aún más, sobre todo al editarse el disco Time Out, en 1959.
Contra todo pronóstico
Con sus experimentos con diversos patrones rítmicos, Time Out había sido visto con desdén por algunos ejecutivos de Columbia, que lo consideraban demasiado artístico y hubieran preferido versiones de conocidos standards de jazz. Por fortuna, Goddard Lieberson, presidente de la compañía, estaba de su lado. Años después, Brubeck relataba en una entrevista que el ejecutivo dijo: “No queremos otra copia de ‘Stardust’ o ‘Body and Soul’, tenemos muchas. Y ya es tiempo de que alguien hiciera algo así”.
Time Out se convirtió en el primer disco de jazz en vender un millón de copias, y una de sus piezas, “Take Five”, compuesta por Paul Desmond, lanzada como sencillo, se volvió una de las obras más populares en la historia del género.
Grabada en dos tomas, nadie –ni el propio compositor– se imaginaba el destino de “Take Five”. Desmond, muy dado a las bromas, dijo que utilizaría las regalías de la pieza para comprarse una rasuradora nueva. En su testamento donó las regalías de sus composiciones a la Cruz Roja de su país, que desde la fecha de su muerte han reportado ganancias por más de tres millones de dólares.
Justo el año de la grabación de Time Out, el horizonte del pianista y compositor se amplió con proyectos tan ambiciosos como una colaboración con la Filarmónica de Nueva York, dirigida por Leonard Bernstein, para grabar Dialogues for Jazz Combo and Orchestra, composición de su hermano Howard Brubeck.
Después vendrían composiciones del propio pianista para orquesta sinfónica y para ballets, y una colaboración con Louis Armstrong en 1962 en el concierto y disco The Real Ambassadors, que incluía un ciclo de canciones contra el racismo escritas por su esposa Iola.
Brubeck demostró ser, como Armstrong, Duke Ellington y Dizzy Gillespie, un eficiente embajador cultural cuando participó en una serie de giras promovidas por el Departamento de Estado de su país para llevar el jazz a lugares donde el género era prácticamente desconocido, como Polonia, Turquía, India, Afganistán, Irak y Sri Lanka.
Luego de un periodo en el que se dedicó más a la composición, en los 70 Brubeck retornó con su cuarteto clásico y, más tarde, formó el grupo Two Generations of Brubeck, con sus hijos Chris (bajo y trombón), Dan (batería) y Darius (teclados).
Alternando la composición con presentaciones y grabaciones, trabajó prácticamente hasta el final de sus días: seis días antes de su muerte tenía programada una presentación en el Mc2 Grand Théâtre de Grenoble, Francia. En compañía de su familia, falleció de insuficiencia cardiaca en un hospital de Norwak, Connecticut el 5 de diciembre de 2012.
Músico de carácter afable que se ganó el cariño de la gente dondequiera que tocara, en México tuvimos muchas oportunidades de escucharlo, lo mismo con su cuarteto clásico, que con el proyecto Two Generations of Brubeck.
Una parte de su gira por México en 1967 fue editada en el disco Bravo! Brubeck!, que incluye versiones de “Cielito lindo”, “Bésame mucho”, “Sobre las olas” y “Allá en el rancho grande”, así como su composición “Nostalgia de México”. En aquella ocasión su cuarteto estuvo enriquecido por los músicos mexicanos Chamín Correa en la guitarra y Salvador Agüero en las percusiones. En 1988 se publicaría un segundo volumen, Buried Treasures, con un repertorio de standards, piezas originales y, por supuesto, “Take Five”.
Reconocimiento a un grande
Recuerdo a Dave Brubeck en el Festival de Jazz de Montreal con su proverbial sonrisa y los ojos entrecerrados, que lo hacían parecer un sabio oriental, vestido de manera impecable. Al cruzar la puerta de la Sala Stevie Wonder de la Maison du Jazz para recibir el Premio Miles Davis, una oleada de cariño se volcó sobre el pianista que, a punto de cumplir los 90 años, se negaba al retiro.
En la conferencia de prensa, Brubeck explicó que no creía en las fronteras en la música. “Stravinski dijo que la composición es una improvisación selectiva. Charlie Mingus dijo: ve al público y observa sus pies, entonces verás que Dave está tocando jazz. En cierta forma no hay diferencias: si escuchas los chelos de Bach, te das cuenta de que todo el tiempo están tocando con swing. Hay grandes similitudes entre ambas músicas. Mi maestro Darius Milhaud fue el primer compositor europeo que usó el idioma del jazz en una pieza clásica, el ballet La creación del mundo. Luego Stravinski, Ravel y muchos compositores europeos empezaron a usar el jazz”.
Ante la pregunta de cómo definía su amor por la música, con una contagiosa sonrisa Dave Brubeck respondió: “Nací en una familia con dos hermanos músicos y mi madre era una pianista muy buena, mientras que mi padre era el dueño de un rodeo, un gran vaquero. Yo quería ser como mi padre, y mi madre se volvía loca porque era imposible que me enseñara el piano, no podía leer música. Mi esposa encontró su diario, cuando me gradué de la secundaria escribió: ‘Todavía tengo buenas esperanzas respecto a Dave’”.
En su centenario, que celebramos este domingo, recordemos su música y sus palabras: “Y hay un tiempo en el que puedes estar más allá de ti mismo. Puedes ser mejor que tu técnica. Puedes ser mejor que la mayoría de tus ideas usuales. Y esa es una categoría totalmente nueva en la que te puedes involucrar”.
amt