En estos días siguen publicándose numerosas notas sobre la muerte del pianista y compositor Chick Corea y su legado, mientras que poco se comenta sobre el fallecimiento del percusionista y precursor del free jazz Milford Graves, ocurrido el 12 de febrero, también a los 79 años. Curiosamente, una de las primeras experiencias profesionales del pianista fue con el Milford Graves Latino Quartet en 1962.
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Desde muy joven el talento de Graves, estudioso de la música de India, África y otras culturas ancestrales, fue reconocido por bateristas innovadores como Philly Jo Jones, Elvin Jones y Max Roach. Desde los años 60 se volvió una figura relevante en los grupos de Giuseppi Logan, John Tchicai, Hugh Masekela, Miriam Makeba, Bill Dixon, Don Pullen y la Jazz Composer’s Orchestra, entre muchos otros. En 1967 y 1968 fue integrante del célebre grupo del saxofonista Albert Ayler.
Especialmente desafiantes fueron los conciertos denominados Diálogos de los Tambores, con los también bateristas Andrew Cyrille y Rashied Ali, en los años 70, época en la que también comenzó a dar clases en la Universidad de Bennington, donde residió hasta jubilarse. En los 80 formó parte de otros ensambles de percusiones que involucraron a Cyrille, Kenny Clarke, Don Moye y Philly Joe Jones. A fines de los 90 su nombre volvió a sonar gracias a sus grabaciones editadas por el sello Tzadik de John Zorn.
Además de músico, inventó una forma de arte marcial a la que bautizó como yara, fue artista plástico, herbolario, acupunturista y estudioso de la biología humana, conocimientos que involucró en su concepto creativo de la música como una forma de sanación.
En una entrevista publicada en la revista Point of View en 2016, Gerardo Peralta escribió: “Milford Graves lo ha demostrado todo. Es un auténtico chamán y profeta de la percusión que con su pulso hipnotizó y empujó a todos en la comunidad jazzística a abandonar la rigidez del metrónomo desde principios de 1960. Sin duda alguna ha sido un sanador espiritual por excelencia, un superdotado que añadió mayor fluidez y flexibilidad a su instrumento, siendo un vehículo perfecto hacia la libertad absoluta de sus colaboradores”.
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En las culturas tradicionales, dijo Graves en una entrevista con All About Jazz: “Se requería no solo que los músicos conocieran su instrumento, sino que fueran doctores, sanadores. No había una separación, puesto que tratas con seres humanos, con cuerpos y almas. No es bueno tratar de separar estas dos cosas. Además de la cuestión física, la música debe tener un contenido espiritual”.
CODA
MÚSICA PARA CONTAR UNA HISTORIA
Seguidor de la tradición de los griots africanos, Graves les enseñaba a sus alumnos no únicamente “a ser músicos que tocan su instrumento o que golpean la piel de un tambor. Tienen que ser buenas personas, saber lo que implica la esencia de un ser humano y contar una historia con un instrumento”.