Cuatro murales del pintor Diego Rivera que decoran los corredores de la Secretaría de Educación Pública (SEP), en el Centro Histórico, fueron dañados por salpicaduras de pintura, como resultado de obras de mantenimiento del inmueble.
Las obras, declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), se ubican en la planta baja del edificio número 28 de la calle República de Argentina, en la colonia Centro.
El mural más dañado es La danza de los listones, pintado entre 1923 y 1924, que plasma una fiesta ritual relacionada con la agricultura. Por los vivos colores de las vestimentas de sus protagonistas y los rostros de los niños que las acompañan, escurre una estela de pintura que, en algunos casos, rebasa los 30 centímetros.
En La fundición, que data de 1923, pequeñas salpicaduras irrumpen en el contenedor donde un grupo de obreros se dispone a trabajar con el hierro, mientras que en la parte inferior hay vestigios de que quisieron remover, sin éxito, el manchón.
Otra obra dañada es el fresco Los tejedores, realizado hace 96 años por uno de los máximos exponentes del muralismo mexicano, donde también se observa el grave descuido de los trabajadores al pintar el techo del pasillo.
Aunque en La sandunga, de 1923, es menor la afectación, un par de manchas distraen la vista del visitante que busca apreciar la imagen de dos mujeres observando un bailable.
Pese a que personal de limpieza y de seguridad del inmueble no revelaron a MILENIO la fecha de la restauración del techo de los corredores de la sede central de la SEP, se presume que se realizaron hace ocho meses, en noviembre del año pasado, cuando se celebró el 90 aniversario de la conclusión de estos murales.
Además de Rivera, Xavier Guerrero, Roberto Montenegro, Carlos Mérida y otros realizaron murales en este edificio.
Y ADEMÁS
EL JOVEN AYUDANTE
Cuando era joven, el estadunidense Pablo O’Higgins se sorprendió tanto con la obra mural de Diego Rivera al verla en una revista, que le escribió una carta. En respuesta, el pintor mexicano no solo lo invitó a México, sino que, una vez aquí, le dio clases sobre color y técnica mientras trabajaba en los murales de la SEP, para luego convertirlo en su ayudante. Tal cercanía hizo de O’Higgins un ferviente practicante del muralismo.