Etgar Keret: “mis lectores mexicanos creen que necesito abrazos”

Vegetariano y cineasta, el cuentista destaca la polifonía de la literatura levantina y reprueba la cultura de la cancelación, porque atenta contra la creatividad.

El escritor israelí Etgar Keret. (Alfredo Campos Villeda)
Editorial Milenio
Tel Aviv /

El escritor israelí Etgar Keret (Ramat Gan, 1967) dice que las canciones de amor relatan a menudo decepciones porque si los autores fueran felices estarían teniendo sexo, no escribiendo letras. Asocia la idea con la literatura y apunta que en México sus lectores siempre le prodigan afectos, apapachos, porque deben razonar cuando lo leen: “Este hombre necesita un abrazo”.

Cuentista y cineasta, actividades que alterna, valora la soledad de la literatura y “la fiesta” que son los filmes. Es un vegetariano convencido desde que conoció Bambi, a los cinco años, cuando ya su padre le relataba cuentos de la realidad que vivió en Milán, adonde la familia huyó del Holocausto en Polonia, con héroes que eran una puta, “persona especialista en escuchar los problemas de otros”; un mafioso, “gente que cobra alquiler de departamentos que no son suyos”, y un borracho, “persona con condición particular, pues cuanto más toma, más alegre se pone”.

Con camisa negra, jeans y tenis, el autor de La chica sobre la nevera, que se dice de izquierda liberal en el terreno político, comparte con un grupo de periodistas de América Latina de visita en Israel sus conceptos sobre creación literaria, anécdotas de juventud con humor propio de un adolescente y siempre acude a un episodio para dar respuesta a alguna inquietud. La cita, armada por el profesor Sergio Gryn, es en el Instituto Internacional de Liderazgo Histadrut, a las afueras de Kfar Saba.

Primer cuento

Alistado en el ejército desde los 18 años, como corresponde a los de su patria, confiesa haber sido un desastre como soldado y después de ser echado de cuatro unidades, acabó en labores informáticas que le dejaban tiempo que ocupó para comenzar a escribir. Una mañana, recuerda, terminó su primer relato y se fue directo a la casa del hermano mayor para que le diera su opinión, pues ninguno de sus compañeros militares quiso echarle un ojo.

El hermano, preocupado de enfurecer a su esposa por recibir a Etgar tan temprano, aprovechó la visita para sacar a pasear al perro y de pasada cumplir con el capricho del muchacho. Cuando hubo acabado la lectura, abrazó al chico, le dio un abrazo diciéndole que nunca sospechó que pudiera escribir algo así y le preguntó: “¿Tienes copia?” “Sí”, respondió el incipiente narrador. Entonces sin miramientos el Keret mayor tomó la hoja del texto y recogió con ella la caca de la mascota. Ese primer cuento se llama Tuberías y está en el libro homónimo editado por Siruela en 2016.


Foto: Alfredo Campos Villeda

Ciudadano de Medio Oriente, considera que sí hay una literatura levantina, que tiene algo particular, es compleja y polifónica a un tiempo, pero para no ir más lejos esa variedad existe en las letras israelíes, como su propia sociedad, con colores y opiniones diferentes. Y acude a un ejemplo gastronómico: “Es como el falafel, plato árabe pero que en Israel le añaden repollo con apio, es una mixtura única, una literatura condimentada con especias de Rusia y Polonia, caótica, no cronológica”.

Cancelación

Ganador de premios como el de literatura hebrea, el Wingate, el Newman y el Sapir, Keret opina que la cultura de la cancelación es un golpe fuerte a la creatividad y al humor, por lo que llama a tener muy clara la diferencia entre autor y obra. Prohibir a Nabokov por la pederastia de Humbert Humbert en Lolita o a Dostoievski por el asesino de Crimen o castigo o a Chaplin porque era una mala persona no es un castigo a esos creadores, sino al público.

Y pone el acento sobre el caso de Amos Oz, gloria de las letras israelíes cuyo nombre ha desaparecido de calles y escuelas porque a su muerte, una de sus hijas lo acusó de abusos y violencia. “Yo no iba a dejar de leer a Ezra Pound o a Céline porque son antisemitas, o a ignorar a Althusser porque mató a su esposa”, dice. A propósito de Oz, recuerda que en algún viaje ese escritor y David Grossman hablaban sobre cómo escribían y coincidían en que ejercían una “paciencia de agricultor”, mientras que Keret abjura de la disciplina y la necesidad de escribir simplemente le llega: “más que disciplina requiero un espacio de libertad”.

Sobre la creación de personajes, asegura que identifica a cada uno con algo que hay de él mismo, pero siempre en estricta soledad, luchando con algo que le da vueltas en su cabeza y que a veces se atreve a consultar con su esposa, quien, revela divertido, suele decir que eso a ella no le importa.


Foto: Alfredo Campos Villeda

Su compromiso, asegura, es con la complejidad y su reflejo como autor es evitar lugares superficiales, y no deja dudas de su devoción por dos autores: Jorge Luis Borges, de quien destaca el cuento Pierre Ménard, autor del Quijote, y Julio Cortázar. Rompieron las leyes literarias de tal forma, dice, que cabe preguntarse si es legal o les sacamos por lo menos tarjeta amarilla.

Violencia

Keret es autor sobre todo de cuentos y su obra ha sido traducida a dieciséis idiomas. Prefiere la ficción y dice que la creatividad es un espacio tan grande como la imaginación, en teoría infinito, y aunque es un best seller en Israel, también suele incomodar su discurso político. Al término de la segunda Intifada, aunada al fracaso previo de los diálogos de paz en Oslo, presentó con el escritor palestino Samir El-Youssef el libro Gaza Blues (2006).

Recuerda una frase célebre israelí a propósito de la violencia en la región, “muy buena gente, país de mierda”, y la asocia con la felicidad que irradia México cuando el autor ha estado en la presentación de sus libros ahí, editados por Diego Rabasa en Sexto Piso, pese a la inseguridad sin freno: “¿por qué están tan contentos?”, se pregunta, duda que también asaltaba a otro autor europeo, el francés Jean-Marie Gustave Le Clézio, cuando viajó a la capital mexicana por vez primera.

​hc

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