Cuando se habla de un escritor, la conversación se dirige inevitablemente a sus libros. Caso extraño el de Eusebio Ruvalcaba: hablar de él siempre consistía en resaltar su melomanía.
“Mi nombre es Eusebio y mi apellido Ruvalcaba. Nací en la ciudad de Guadalajara en 1951. Me dedico a escuchar música y ocasionalmente a escribir unas cuantas líneas”, eran sus palabras de presentación.
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En el artículo “A mis 61”, publicado en su blog personal, afirmaba que su objetivo vital en el mundo era escuchar música y propagar su devoción por ella. Al mismo tiempo, a la manera de Sócrates, Eusebio se confesaba un errante irredento: “A mis 61 años no he aprendido nada. Soy cada vez más ignorante. Diario me equivoco. […] A mis 61 años no he aprendido lo principal: a mantener la boca cerrada”. [OBJECT]
Su pasión por la música parecía un designio del oráculo. Su padre fue Higinio Ruvalcaba —violinista entre violinistas— y su madre, la pianista Carmen Castillo Betancourt, poseedora de un par de manos irrepetibles en la música mexicana. Por eso, con la seguridad de quien tiene a Euterpe de su lado, se atrevía a sentenciar: “Siempre se está mejor junto a Bach que junto a un ser humano”.
Eusebio Ruvalcaba concebía el arte de escribir como una forma de la creación musical: “Un libro debe mirar hacia la estructura y el estilo”, dijo en una entrevista. No obstante, sostenía que había una diferencia clara entre ambas: “La música —dijo en una entrevista para la red Educal— no apela a la inteligencia o a la comprensión del mundo, sino al vínculo con los estímulos que te rodean. La literatura exige una disposición, un conocimiento”.
Lector imbatible de José Revueltas, Juan Rulfo y José Agustín, cultivó también una preferencia singular por los titanes rusos de la literatura —Dostoievski y Tolstói—, así como por escritores estadunidenses del siglo XX.
Coleccionista de memorias, escribió decenas de notables aforismos que resumen, con la brevedad relampagueante de un disparo, su ingenio, su capacidad de asombro y su susceptibilidad al erotismo:
“¿Ya escribiste tu nombre en su piel? Y ni eso te garantiza nada”.
“Dedícale una novela; lo más probable es que la desaire, pero tendrás pretexto para dirigirle la palabra”.
“El agua suple a la inteligencia. Dale a beber agua de tus labios”
Aunque exploró las formas literarias con la destreza de un concertino, se asumía como un escéptico de los géneros, pues consideraba que todos, de algún modo, están engranados por la misma sustancia: la palabra.
Eusebio Ruvalcaba murió ayer a los 65 años a causa de un hematoma cerebral.
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