Experimentar el terror, pero no tener miedo

Crónica

La única manera de no tener pavor consiste en aferrarse con el corazón abierto a toda esa humanidad que se desborda de la ciudad.

La única manera de no tener pavor consiste en aferrarse con el corazón abierto a toda esa humanidad. (Moisés Butze)
México /

I


A través de la ventana de un camión que avanza hacia Chalco, por la calzada Ignacio Zaragoza, veo a una niña dentro de un coche. Tendrá nueve años; piel oscura y ojos grandes. Abre afanosamente los labios una y otra vez. Al lado de la niña, una mujer treintona de largo cabello castaño le aprieta cariñosamente el nacimiento de la rodilla con los dedos y mueve también los labios. Lejos de ahí, en la colonia General Anaya, detrás de la Alberca Olímpica, María Mayo, como cada viernes a las seis y media de la tarde, visita a su suegra de 93 años que padece demencia senil y no la reconoce, pero María nunca olvida lo buena abuela que fue con sus hijos y a manera de agradecimiento se sienta dos horas a su lado, prepara café, le da la mano y con su compañía la reconforta aún en la locura.


II


Se han encontrado restos de 20 mujeres asesinadas y despedazadas por Juan Carlos “N”, El Monstruo de Ecatepec, quien, de acuerdo con declaraciones de Patricia “N”, su pareja, comenzó a matar en 2012 y juntos desarrollaron un modus operandi que consistía en invitar a su casa a alguna vecina y proponerle realizar un trío sexual; si la vecina aceptaba, él la estrangulaba tras el acto; si no aceptaba, la estrangulaba después de violarla. A veces, también las degollaba. Luego fileteaba los cadáveres con tijeras de carnicero. Patricia asaba la carne y comían juntos. Los pedazos no comestibles de músculos y vísceras Juan Carlos los metía en cubetas de plástico que cubría con cemento e iba a venderle los huesos a un santero al que citaba en una estación del Mexibús.


III


A pesar de que el asesino serial es una figura antigua como la humanidad, la historia de El Monstruo de Ecatepec reafirma en mí la sensación de que la deshumanización en Ciudad de México se acentúa conforme avanza el siglo XXI. Una deshumanización que cubre con horror (y sus distintas formas: indiferencia, mentira, rencor, intolerancia, violencia, gritos, golpes, crueldad, ambición, racismo y misoginia) la vida en la capital, donde, tras la reciente escisión de La Unión Tepito, ejecuciones, secuestros y derecho de piso se han convertido en los lazos de cohesión más evidentes entre las 16 alcaldías.


IV


Comienza a llover. El camión se estaciona unos momentos en la estación Santa Martha Acatitla. Las siete de la tarde. Miro por la ventana. El agua cae lenta sobre la ruidosa avenida. En Canguro, D.H. Lawrence escribe: “Experimentar el terror no es lo mismo que albergar el miedo en el alma consciente”. Y yo decido reconocer el terror de estos terribles días mexicanos, habitar el terror de estos terribles días mexicanos, experimentarlo, pero no tener miedo. Y la única manera de no tener miedo consiste en aferrarse con el corazón abierto a toda esa humanidad que se desborda de la ciudad. Aferrarse, por ejemplo, al canto que esa niña sonriente compartía con su madre, o al luminoso cariño de una mujer que, en agradecimiento por haber sido con sus hijos buena abuela, acompaña la soledad de su demente suegra.

  • Hugo Roca Joglar

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