“Aún sigo buscando el anaranjado y azul del Giotto. Hoy encontré este rojo”, me dijo Manuel Felguérez, quien murió la madrugada de este lunes a los 91 años. El color definía el cuadro, el destino de un mapa que lleva a ningún lado, toda la vida buscando el color del manto del Niño de los frescos de Florencia, los cielos purificados, azules infinitos de la Crucifixión. Encontró un rojo, lo miraba, lo retocaba; un pintor abstracto inspirado en los colores de un pintor renacentista. El tiempo no existe en el arte, Felguérez y Giotto han sido siempre cómplices, hermanos, han hecho juntos ese recorrido eterno de alejarse unos pasos del cuadro para estudiarlo, y regresar a preguntarle qué falta.
Lo entrevisté para la primera serie de la Colección Milenio Arte, participó con una pintura de azules míticos, ese día trabajaba en un gran formato: “Mientras te esperaba me puse a pintar; esperar me pone nervioso y mira, encontré este rojo”. A Felguérez la sabiduría lo hizo joven: después de décadas pintando, alcanzó un punto de libertad en su obra que ya no tenía retorno, destruyó su geometría, destrozó su orden, sus secuencias, y por fin surgió su pintura. Pasaba el tiempo y sus obras fueron cada vez más anárquicas, cada vez más perfectas.
Navegante sin destino
Es un oficio duro, largo, con la resolución de que no hay salida, las razones no existen, cuando existen las pasiones: “Cuando el hacer arte te produce o llegas a sentir un placer estético, entonces no importa el público, no importa si gustas, no importa si vendes, no importa si expones, no importa nada más que tú; estás en una lucha contra ti mismo, porque no sabes si el cuadro ya te salió, y entonces, esa lucha contigo mismo es tan encarnizada y tan absorbente, que no importa el mundo, ni importan las consecuencias de lo que estás haciendo”.
“En 1947 decidí que me iba a dedicar a pintar, tenía 19 o 20 años”. Fue de viaje, esos viajes de jóvenes con poco dinero, con mucho tiempo, sin deseos de regresar, que en los regresos están las derrotas. “Te digo, para mí entrar a Notre-Dame, la primera vez, no fue una emoción religiosa, fue estética: ver la altura, los vitrales, sentí una emoción tremenda ante el fenómeno estético, el arte, la creación. Luego vas a los museos y entras a la Capilla Sixtina y ves a Miguel Ángel, en grandote; vas al Louvre y ves la Mona Lisa, empiezas a ver todo eso cuando eres joven, te digo, 19 y 20 años, me impresionó profundamente, y el último día en Europa dije: ‘Yo me voy a dedicar al arte’, (fue) como una conversión, como que me cayó un rayo”. Así, como quien decide nunca regresar, quedarse en el mundo que había descubierto, navegante sin destino, Maestro: cientos de obras, esculturas, murales, pinturas, grabados, y aún seguías navegando.
Memorias sin lamento
Las esculturas son fragmentarias, la pintura es continua, la escultura alcanza una estructura que va rompiendo en elementos, la pintura la funde con las manchas de los frescos renacentistas. “No puedes pintar como Leonardo, hay que pintar lo que ves en tu tiempo, lo de tu momento”, y él ve esas manchas, esa humedad, ese accidente, y lo lleva a su tiempo, que es eterno, que no existe, dialogando con Leonardo, con su hermano el Giotto.
El romanticismo del artista y el largo camino de obstáculos, en Felguérez era una memoria sin lamentos, la demostración de su empecinanda decisión, de una fuerza mayor que lo obligaba a continuar “nunca pensando qué voy a vender, sobre todo al principio, durante muchos años viví de lo que sea menos de mi obra, sí vendía de vez en cuando, pero nunca pensaba que eso fuera la solución. Hice todo tipo de trabajos, desde París en un laboratorio de psicología, como sujeto de experiencia; pintando casas; aquí en México repartiendo niños de escuela en una camioneta. Hacía lo que fuera para comprar mis telas, mis materiales, y no limitarme, sin pensar eso de que voy a triunfar y que voy a hacer dinero, nada”.
“Es el arte por el arte, el arte purismo tan criticado. Me gusta el arte por hacer arte y ya”. Ese día, maestro, encontraste un rojo, pude verlo, con el placer de hacer arte, la certeza de que cada color, cada pincelada, los pasos de tus esculturas, son eso, arte por hacer arte. Inmortal Felguérez, te preguntará Giotto cuál es el secreto de tus rojos, de ese rojo, de tus azules y anaranjados. Los artistas no descansan, son inmortales, se quedan las obras, que son la vida, la verdad y sentido de un camino infinito.
Villoro: es alguien insustituible
Autor del libro Manuel Felguérez, el límite de una secuencia, Juan Villoro evoca al artista como “una figura imprescindible de la plástica mexicana, uno de los principales exponentes de la Generación de la Ruptura, que abrieron la pintura mexicana a la modernidad, incluyeron el arte abstracto, y mantuvo la búsqueda hasta la creación de su museo. Con su fallecimiento, se va una persona absolutamente insustituible, pero queda una obra amplísima, que seguramente seguiremos disfrutando y los que vengan después de nosotros”.
Cronología
1928
Nacido el 12 de diciembre en Valparaíso, Zacatecas, en 1936 se fue a vivir a CdMx.
1936
Formó parte de los Scouts de México, donde coincidió con Jorge Ibargüengoitia.
1947
El creador decía que su carrera como artista empezó el 12 de octubre de ese año.
1954
Objeto de múltiples distinciones, fue becado por el gobierno francés.
1960
A partir de ese año realizó cerca de 30 murales, que financió con sus recursos.
1993
Artista emérito por el Sistema Nacional de Creadores de Arte de México.
1998
Se creó el Museo de Arte Abstracto Felguérez.
2019
El artista donó parte de su obra y su archivo al Museo Universitario de Arte Contemporáneo.