“La Armada Invencible”, novela metalera de Antonio Ortuño estará en la FIL

El autor va a presentar esta obra el jueves 13 de octubre a las 19:00, en la Sala D.

El autor va a presentar esta obra en la FIL Monterrey. Foto: Especial
Israel Morales
Monterrey /

Antonio Ortuño le mete estridencia de la buena en su reciente libro. Entre distorsión de guitarras, el bombardeo de batería y una voz poderosa, así se presenta La Armada Invencible, cuarentones que quieren su reencuentro explosivo para emular los viejos tiempos “cuando éramos jóvenes, tocábamos heavy y thrash metal y queríamos sonar más densos y ensordecedores que un tanque de guerra hundido en lodo y asaltado desde cada flanco posible” (pág. 15), así lo dicta Julián, mejor conocido como Yulian, porque suena más rockero, como si fuera hijo de John Lennon, y es el primero de la banda en presentarse, el bajista, que no hay que demeritar a quienes tocan este instrumento: “Los guitarristas siempre fueron muy pendejos: ¿quién manda en Iron Maiden? ¿Quién manda en Motörhead o Manowar? El bajista” (págs. 55 y 56). Y es Yulian quien nos presenta al vocalista Barry Dávila, feo “el pinche cara de chango”, pero que se cuidaba, “que se machacaba en el gym” para moverse como toda una estrella en el escenario. Después al guitarrista Luis Armando Ceballos, “El Mustaine”, quien le daba un aire al líder de Megadeth, y enseguida al baterista Isaías, quien carga con una oscura biografía. Las bandas se deshacen por algo, y he ahí de los últimos enlistados, dos de las razones: el guitarrista que deja la banda por estudiar y renuncia a una gira por Europa y el baterista que le dice adiós a este mundo. Pero hay más, porque en el cuero y el acero se nutren otras historias del dominio popular que hay que decirlo, los headbangers han sido sumamente respetuosos (como la sabida del vocalista Rob Halford de Judas Priest, pero también de otras más).

Porque hay mucho metal para dar y repartir, por algo hay un playlist entre los capítulos, que tienen títulos de celebradas canciones del rock pesado: “Jump in the Fire” (Metallica), “Peace Sells” (Megadeth), “Belly of the Beast” (Anthrax), “Never Say Die” (Black Sabbath), “Electric Eye” (Judas Priest), “Wasted Years” (Iron Maiden), “I Want Out” (Helloween), “Orgasmatron” (Motörhead), “Black Wind, Fire and Steel” (Manowar) y Balls to the Wall (Accept). Aunque también implican significados en el desarrollo de los capítulos, por ejemplo eran las canciones que tocaban cuando eran los Paganos, “Diez fusiles en línea, bien tocaditos” (pág. 59), una banda de covers, previa a La Armada.

Y sí, es la banda de ficción y título de la obra, editada por Seix Barral, además La Armada Invencible es un alegato heavymetalero de autor, mezcla de narración con documental, puesto que otro personaje, Luisma, recoge los testimonios de esta banda underground que añora su tío el “Gordo” Aceves, dueño de un taller en donde se arma el regreso, y donde suceden otras cosas, pero eso ya es dar información de más.

El “Gordo” Aceves entra en la batería, y Pato, una guitarrista que formó parte de los Hammer, otra banda de ficción que se movía por Zapopan y puntos aledaños, entra en lugar del “Mustaine”, y con algunos ensayos y mucho ejercicio todo queda listo para el regreso y emular las canciones que integraron aquel disco del que salieron mil copias que se movieron con tan buena respuesta por el subterráneo mundial.

Pero en esa melancolía pura por los ayeres estridentes, Yulian, divorciado debido a un fuerte video de su esposa y con una Niña, así la llama él, guarda algún secreto digno de power ballad con Pato (alguna de Bon Jovi, por ejemplo, como el apodo glamero del tipo de los tacos con el que acude la banda), pero en el presente aparece la jovencita Brenda, quien es sobrina de su amigo dueño del taller Laminados Aceves, donde labora como ilustrador, y sí, con ambas la situación se torna tan heavy como una canción de Pantera en pleno bombardeo, pero también en un clásico, que es el punto de partida, como esa belleza ruda de “Helter Skelter”, de The Beatles.

Maldito Zapopan de rumores, porque también Barry, el guapo-feo vocalista tiene muchas cosas que explicar dada su intimidad abierta, pero eso ya sería desatar otros nudos que solo la novela puede proveer, sobre todo en el epicentro de la tocada con la que regresan. Ahí se van a juntar muchas historias reveladoras.

Ortuño se va a las eddas y las sagas del metal, tanto del que vino de fuera como el de adentro. Y es lo interesante, que el narrador, Yulian, cita a dos de las mejores bandas del metal mexicano, clásicas y de las más aferradas con que se pueda recrear el ambiente subterráneo: Transmetal: “el monstruo de Michoacán, unos güeyes que hacían un puto ruidero majestuoso de dinosaurio con náuseas” (pág. 38) y a Khafra, una banda de Sonora que se la aplica a unos colegas, cerveza de por medio.

Destacan también la suerte de manuales o narrativas sobre el género metalero y sus exponentes, por citar dos apartados, una que está al inicio y otro con una filosofía muy especial, un símil con la explosión que este denota. Cito dos ejemplos breves de ambas, por ejemplo, uno sobre Black Sabbath: “Y ellos fueron los inventores de nuestro juego específico” o sobre este género en particular: “La historia del metal es más breve que la de la guerra, pero su parábola resulta similar” (pág. 218). Ya merecían los metaleros una novela como esta.

El autor va a presentar esta obra en la FIL Monterrey el jueves 13 de octubre a las 19:00, en la Sala D.

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