A manera de celebración por sus 70 años de vida, a Ángeles Mastretta le pareció oportuno hacer una selección de frases, párrafos o simples líneas extraídas de sus libros y artículos. Resultado de ese ejercicio es Yo misma (Seix Barral), título fragmentario que exhibe sus obsesiones y su relación con la literatura, la vida y la muerte.
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—Yo misma me parece compuesto por pequeñas píldoras de reflexión y literatura.
Son frases que acompañan cosas que se me ocurrieron y son dignas de compartir. Algunas están sacadas de mis libros o de un artículo. Lo fui tejiendo como un regalo para mis lectores, pero también para mí porque cumplí 70 años y no tenía un libro nuevo que entregar. Yo misma me sirvió para hablar de la vida y la muerte de la gente que quieres; cuando se van, te arrebatan pedazos de vida.
—¿Le sirvió entonces para revisar su biografía personal y literaria?
Claro, recuperas un poco del pasado. Hace unos días participé en “Mil jóvenes con Ángeles Mastretta” y me pidieron que hablara de las mujeres. Decidí leer fragmentos de Mujeres de ojos grandes. Hacía 30 años que no leía ese libro y al revisarlo me divertí mucho, encontré una frescura de la cual a lo mejor ya carezco. Al mismo tiempo encontré la historia de una mujer que dejó a su marido repentinamente y se llevó a sus tres hijos. Se ganó la vida haciendo vestidos en Puebla durante los años cincuenta, mientras la ciudad murmuraba y la criticaba. Me sorprendió descubrir la actualidad de esa historia.
—En estas pequeñas frases o párrafos habla de la relación entre la escritura y el gozo. ¿La literatura nace del placer?
Quisiera que siempre fuera un acto de gozo, pero a veces es un deber y eso sé que no es bueno. Mientras escribo, estoy muy contenta, entre otras cosas porque consigo concentrarme. Desde chica tengo mente de mariposa, y entonces mantener la atención es un alivio. Buscar la frase y el ritmo me encanta, por eso me gusta pensar este libro como un concierto. Sin embargo, desde hace diez años he encontrado otro modo de felicidad y concentración. Jugar con mis nietos me exige un nivel de atención incluso superior al de escribir porque de repente tengo que ser un coche o un elefante. Antes escribía más temprano, después de las ocho y media; ahora inicio como a las once y tengo que terminar a las dos y media, hora en que llegan de la escuela. Pero además estoy al pendiente de mi familia y mis amigos; esto me produce una alegría del tamaño de escribir. Entiendo que muchos escritores están tan comprometidos con su trabajo que no tienen tiempo para lo pequeño.
—En lo pequeño están los detalles.
Para mí son muy importantes. Cuando me muera voy a dejar cosas, pero mientras viva me voy a quedar con otras; escribir es un oficio egoísta. Ahora me prodigo en cosas chicas, que para mí son grandes.
—Escribe en Yo misma que conmover es un deber del arte.
Lo creo firmemente. Soy más obvia que el arte conceptual, busco conmover rápido y de golpe, más fácil de entender.
—Dice también que escribir es el arte de jugar adivinanzas.
Es verdad, creas un personaje y luego tienes que adivinar quién es. Ahora inventé a cuatro mujeres de diferentes edades que viven en un edificio. Ya las tengo, pero sigue inventarles una vida. Ahí está la adivinanza.
ç¿Qué le dice Catalina Ascencio, de Arráncame la vida, a las jóvenes feministas de hoy?
Les dice muchas cosas, están muy bien sus peticiones y me uno a su movimiento. No tengo un ser querido a quien ha matado un hombre, pero alguien que fue víctima de un feminicidio ya es alguien por quien dar una batalla. No me niego a ese compromiso.
—¿Qué tipo de relación tiene con el nuevo feminismo, o la quinta ola del feminismo, como la llaman algunas?
Qué bueno que la llames quinta ola, porque de repente se sienten las primeras. Me gustaría que se reconozca a quienes en los años cincuenta y sesenta daban la batalla feminista. Entiendo el enojo de las más jóvenes con el presente, incluso me parece lógico y las apoyo. Sin embargo, me preocupa que no se sientan acompañadas porque a lo mejor dimos batallas menos ruidosas, pero igual de significativas. Cuando vine de Puebla a México tenía 20 años y llegué a un mundo desconocido. Al llegar a la UNAM me descubrí como una mujer distinta y renovada. La generación de quienes crecimos en los años setenta fuimos muy libres porque estuvimos después de la píldora y antes del SIDA, pero para afrontar esa libertad tuve que aprender que la libertad no era ir de cama en cama, sino saber elegir con quién sí y con quién no. A lo mejor esas batallas parecen chicas, pero fundaron nuevos modos de actuar en mí y en quienes vinieron después.}
ÁSS