Los ejemplares que recolectó Jean-Baptiste Lamarck —uno de los fundadores de la teoría de la evolución— y los libros de Anton van Leeuwenhoek, conocido como el “padre de la microbiología”, son dos cosas que han conmovido al doctor Antonio Lazcano. “Hay un poco de fetiche en eso, pero es muy bello”, bromea el científico especializado en biología evolutiva, durante una entrevista para MILENIO.
El dos veces presidente de la International Society for the Study of the Origins of Life compartió, desde la FIL Guadalajara, parte de su trayectoria en la búsqueda del origen de la vida, así como sus reflexiones en torno al papel de la ciencia en México y el mundo, tema que aborda en La ciencia perdida (Cal y Arena, 2024), libro que reúne artículos de diversos especialistas.
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El presente y el pasado evolutivo
Puede que en los últimos veinte años uno de los más grandes triunfos de la biología evolutiva haya sido descubrir que el planeta primitivo no era homogéneo, sino que había una inmensidad de microambientes que hoy se pueden estudiar y simular en los laboratorios. Gracias a ello (así como a las representaciones visuales), sabemos que las playas primitivas no eran como Cancún: al estar hechas de roca volcánica desbaratada, la arena no era blanca sino oscura.
Recrear aquel pasado, como explica el doctor Lazcano, ha permitido conocer las condiciones en las que se formaron los primeros organismos, los retos a los que se enfrentaron e incluso idear hipótesis de aquellos detonantes de la vida humana. “Somos el resultado de un proceso de evolución junto con todas las demás formas de vida. Estamos aquí no porque seamos una creación especial que esté predestinada para hacer una serie de funciones o para comprenderse a sí misma, sino que somos el resultado de una serie de accidentes genéticos, cósmicos”. De hecho, si el meteorito que acabó con los dinosaurios no hubiera chocado seguramente los mamíferos no hubieran prosperado.
Fósiles vivientes
Si bien la búsqueda del origen de la vida implica imaginar aquello que ya no está, también demanda una exploración del presente, pues, aunque algunos animales llevan poco tiempo en el planeta, portan huellas del pasado evolutivo. Ejemplo de ello está en el cuerpo humano: el coxis es una cola fusionada, el apéndice es un órgano vestigial y el desarrollo de los embriones durante el embarazo repite etapas muy antiguas presentes en otros animales, como explica el científico.
Otra fuente de información menos evidente está dentro de las moléculas, en el ADN y ARN: la decodificación de su información ha permitido rastrear las conexiones entre especies, cómo se ramificaron y en qué momento se separaron. “La biología molecular avanzó tremendamente, ahora podemos tener mucho ADN secuenciado, mucho ARN secuenciado y, al mismo tiempo, la informática avanzó mucho. Al procesar esos datos podemos hacer árboles genealógicos de los genes y con eso reconstruir el pasado”.
Grandes preguntas
Este caminar científico, más que resolver preguntas, ha planteado nuevas. Algunas de las más fundamentales para Antonio Lazcano están relacionadas con organismos unicelulares, hongos y la diversidad. “Los champiñones son la forma de vida más cercana a los animales, pero los animales tenemos muchos tipos de tejidos y los hongos no. ¿Qué pasó para que dos grupos biológicos se separaran?”, se cuestiona. Por un lado, están los protistas, un grupo enorme de organismos que se caracterizan por tener células con un solo núcleo. Su gran diversidad se ve reflejada en la infinidad de formas que tienen para reproducirse y adaptarse. Entender cómo lo han logrado es uno de los grandes misterios.
Otras preguntas que desafían al investigador son aquellas relacionadas con la evolución de la inteligencia: ¿cómo se desarrollan los tejidos nerviosos y los órganos de la inteligencia? ¿Cuáles son los límites de un cerebro?
Trump, México y la ciencia
Además de su trayectoria académica, el científico se ha caracterizado por sus críticas al gobierno, pues ha denunciado la falta de financiamiento a la ciencia. En este sentido, insiste en apostar por una política científica “enfocada en la educación superior y la renovación del aparato con la contratación de jóvenes. Enfrentamos una incomprensión de muchos sexenios atrás sobre la importancia de la ciencia”, lamentó el también profesor emérito de la UNAM. Añadió que en los próximos años podrían sumarse nuevas dificultades para los científicos ante la llegada al poder de Donald Trump, ya que el país vecino es el principal colaborador científico de México. “La comunidad científica está aterrada porque se da cuenta que con el presidente Trump llega al poder una persona que no tiene interés en la ciencia y la cultura”
Finalmente, agregó que, más allá de lo que la ciencia puede aportar de manera práctica, existe en ella un valor estético que, por sí mismo, es valioso. “¿Para qué nos sirve la música? Para nada, pero ninguno de nosotros podría vivir sin música. En la ciencia es lo mismo: hay un goce maravilloso que uno no puede desdeñar”.
ÁSS