La escritora Arantxa Urretabizkaia no imaginó tener lectores en México, por eso la buena convocatoria a la presentación de su libro, La última casa (Consonni, 2024), en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2024, le pareció “casi un milagro”.
“Nunca había hecho nada que tenga que ver con misterio, con intriga, y es lo que salió. Porque si haces siempre los mismo, es poco creativo, aburrido. Igual es más sencillo, pero me atreví y me acerté", dijo en entrevista con MILENIO para resumir la esencia de la obra, que narra la búsqueda de una mujer por un refugio "para el tramo final del camino".
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La muerte está muy presente en La última casa.
La muerte no me da ningún miedo, no pienso en ella mucho. Sí me da miedo la dependencia, depender de alguien, no ser capaz de ocuparme de mí misma. La muerte no, porque sé que es inevitable y no es una cosa que tenga muy presente, por lo menos conscientemente. Lo que pasa que cuando escribes, no lo hace solo tu parte consciente, sino tu subconsciente. Está presente porque los protagonistas principales son personas cercanas a los 80 años, no les queda mucho de vida.
Eso me lleva a preguntarte sobre tu concepción del tiempo.
Soy una persona que tiendo a hacer más cosas que las que el tiempo me permite, lo cual no es que me guste, porque me gusta parar y no hacer nada. En general, vivo con un cierto conflicto con el tiempo porque no me da tiempo de hacer lo que quisiera hacer.
¿Qué te impulsó a escribir una historia como La última casa?
No tengo ni idea. Como no vivo de esto, ha habido periodos enteros, yo qué sé, 10 años entre un libro y otro, y me he preguntado ‘¿Por qué me voy a meter en este lío?’, porque al sacar un libro pones la cara en un escaparate, y el que pasa igual y te da un beso o te pega en el cachete. Es un impulso que está ahí… Seguramente porque cuando consigo lo que busco, eso me produce una satisfacción que ninguna otra cosa me produce.
Y de ahí el buscar tiempo para escribir...
Todas las personas que vivimos en euskera no vivimos de esto. Yo soy periodista y otros son enseñantes. Escribes en las rendijas que la vida te deja. Para mí, el momento ideal es cualquiera en el que sé que tengo un momento por delante, porque no soy de esos escritores que entran en trance, voy palabra a palabra. El elemento fundamental es que piense que nadie va a interrumpirme. Cuando mi hijo era pequeño prefería escribir en un bar o cafetería, porque, por más gente que haya, nadie te va a preguntar. Necesito saber que no voy a ser interrumpida. Y preferiblemente por las mañanas.
¿Qué impresión ha dado La última casa a tus lectores?
Me conformaría con una fantasía: que alguien coja el libro, se ponga a leer y le cueste dejarlo. Apenas me dijeron una cosa muy bonita, una mujer: no quería que el libro se acabara porque era como si se te acabara el dulce. ¡Me ha parecido tan bonito! Suelo decir que escribir un libro se parece mucho a tener un sueño, pero si tienes un sueño y te acuerdas, sabes de qué va el sueño pero no sabes interpretarlo. Y un libro es mi sueño, pero no soy psiquiatra ni psicóloga para interpretar lo que dice de mí.
¿Cuánto de ti dejaste en La última casa?
En este libro muy poco. Tal vez mi afición a las plantas y los jardines, porque el resto no tiene que ver con mi vida, ni siquiera quisiera ser como la protagonista; tengo una manera distinta de entender la vida a la que ella tiene. Se escribe no para contarte a ti, sino para que vivas la vida de otras personas.
¿Y qué plantas te gustan?
Me gustan más los árboles que las flores concretas. Me gustan las flores pequeñas, una bonita rosa es una bonita rosa, pero me gustan las cosas menos evidentes, que tengas que mirar con atención para ver lo que hay dentro.
Por último. ¿De qué forma el ejercicio del periodismo incide en tu literatura?
He hecho otros oficios antes de ser periodista, creo que estoy bien equipada porque sé un poquito de muchas cosas que me permite navegar de un tema a otro. Estos últimos años hago columnas y entrevistas. Tal vez me haya dado la condición a la hora de contar, porque el espacio que te dan en un periódico tiene tantos caracteres y no vale multiplicarlo por dos.
hc