Reproducimos las conmovedoras palabras de la escritora Camila Sosa Villada, ganadora por su novela Las malas del Premio Sor Juana Inés de la Cruz, que le fue entregado durante la edición virtual de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.
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Pido disculpas por los errores de mi discurso. Sólo una vez y por vez primera, una se gana un Sor Juana Inés de la Cruz. Ya he escrito y borrado este palabrerío como 20 veces y termino decepcionada de mi escasez lingüística, de mi lucidez borrosa y mi poco tino para hilar palabras hechas de fiesta.
Para romper el hielo convoco a Juana Inés de Asbaje Ramírez de Santillana con unos versos escritos en un monasterio en el que se recluyó para aprender, para saber cosas, para leer y escribir.
En perseguirme, Mundo, ¿qué interesas?
¿En qué te ofendo, cuando sólo intento
poner bellezas en mi entendimiento
y no mi entendimiento en las bellezas?
Yo no estimo tesoros ni riquezas;
y así, siempre me causa más contento
poner riquezas en mi entendimiento
que no mi entendimiento en las riquezas.
Yo no estimo hermosura que, vencida,
es despojo civil de las edades,
ni riqueza me agrada fementida,
teniendo por mejor, en mis verdades,
consumir vanidades de la vida
que consumir la vida en vanidades.
Doy las gracias por este premio a las juradas, Ana García Bergua y Ave Barrera, y el jurado, Daniel Centeno Maldonado. A la Universidad de Guadalajara, a la Feria del Libro de Guadalajara, que ya en ocasión de presentar El viaje inútil, supo tratarme con respeto y con dulzura. Y cuando digo Universidad y Feria hablo de personas que eligen el camino de la cortesía en un mundo en el que ese detallito escasea.
Parece mentira que en pleno 2020, en este mundo tal y como está, una deba agradecer que se le otorgue el Premio Sor Juana Inés de la Cruz a una escritora trans, como si una tuviera que seguir pidiendo permiso, dando las gracias, diciendo perdón y perdón por cada paso dado.
Les felicito. Hoy el mundo es un poco más justo y, por lo tanto, más bello. Y como a mí no me asusta la mentira y tampoco caer en obviedades, les agradezco el coraje y lo inesperado. Se sienta un precedente con esta indecente escritora travesti que recibe tamaña distinción. Y, como dice Susy Shock, mi comadrita, se inaugura la venganza de las travestis, por donde menos se lo esperaban: a través de la palabra.
Todo esto me desorienta y es que el cuero se acostumbra a los castigos y a los escupitajos. Es por eso que digo esta gratitud para con el jurado que no se detuvo en el misterio de mi identidad, y fue más allá y me dio lo que me correspondía. También agradezco a los sabores, los perfumes y colores de México, por qué no, al cabo que éste es mi premio y puedo agradecerle a quien yo quiera.
A mi papá, Don Sosa, que es la prueba viviente de que las personas sí cambian, que los hombres traicionan esta mala educación que enseña a odiar a las travestis; a mi mamá, la Grace, que supo regalarme libros en cada celebración, porque gracias a ella, en la pobreza en que vivíamos, nunca me faltó qué leer; a mis tías maternas y el cuchicheo de la siesta en los patios de la casa de mis abuelos, ese chismorreo musical bajo la higuera donde iban metiéndome el veneno de su lenguaje, amariconado y florido, dulce como el clericot que las vi preparar año tras año, e indecente como las cumbias que bailaron todo lo que duró mi infancia.
A Juan Forn, que en un otoño serrano, en la galería de un hotel que crujía con cada movimiento nuestro, tomó el riesgo de invitarme a ser parte de su exquisita colección bien llamada Rara Avis, en Tusquets, por el trabajo de orfebre con el que se dedicó desde su casa frente al mar a hacer que este libro fuera la mejor versión de sí mismo; a las dos mujeres que me acompañan en este tramo de mi vida, que son Paola Lucantis y Paulina Cossi, de editorial Tusquets, sin ellas estaría completamente perdida en el mundo literario y sin dudas ya me hubieran comido con huesitos y todo.
A mis amigas y a mis amigos, los que están y estuvieron; a los hombres que me rompieron el corazón y a los que me amaron; a quienes me potenciaron cuando la máquina trituradora picaba los papeles de mi escritura, y a la persona que más se merece estas palabras y de la que no me quiero olvidar, que soy yo misma.
Tú, Camila, te lo mereces con cada partecita de tu anatomía, rebosante de estrógeno, con cada acontecimiento que escribiste o escribieron en tu cuerpo y por el que pagaste, y continuas pagando con la inocencia de tu antiguo nombre.
Ay, qué ganas de volver en el tiempo para decirle a ese niño que fuiste que “lo hiciste bien, muchacha”, que para disgusto de los malignos estás aquí, vivita y danzando, sobre la línea azul de una noche que te pertenece y grita tu nombre para que nadie en el mundo se olvide que escribiste y estás viva, y cada mañana, escribes y vives. Que a nadie se le olvide.
Ahora diré algo, maybe no tan feliz, me disculpan las lentejuelas tristes que brillarán con estas palabras, pero es mi obligación reconocer mi intuición y decir que Las malas se merece este premio por todo lo que no está escrito. No sé si las juradas y el jurado habrán pensado en esto cuando lo declararon de forma unánime ganador. Tal vez el valor de Las malas sea lo que mantiene en silencio, porque en ese silencio puse una parte de mí a salvo.
Es un libro cómplice que anestesia la culpa de una sociedad que pretendió mi cadáver y el de muchas, y que aún lo pretende. Es un libro que tapa una falta de la cultura y es cómplice porque no cuenta ni el diez por ciento del horror que fue ser travesti hace 25 años. A esa edad, descolocada como una pantera en el medio de la ciudad.
No es posible escribir absolutamente nada sobre esos años y este es el secreto de Las malas. Lo que vuelve al libro accesible al dolor y a la palabra. Todo lo demás permanece en el silencio y está en cada página. Es un libro que se escribió con dolor y resentimiento, porque, claro, esa es la venganza, poder devolver una canción, juntar los escombros de una vida y hacerlos palabras. Vengarse a través de ellas.
Para que el libro deje de ser cómplice con el genocidio travesti preciso ser honesta con ustedes. Soy una escritora incapaz de hablar de esos años, lo que flotaba en el aire y no puedo describir todavía. Haber sido capaz del desprendimiento de una familia, de la justicia, de los convenios sociales como una salvaje, una salvaje con mucha curiosidad en un tiempo que, como bien dice Flaubert, fue tiempo sin Dios, sin fe, sin creencias.
Durante los años de exilio estuve sola con este pensamiento. La idea de una comunidad, de una madre que haga llorar a la virgen cuando canta, la idea de las travestis que se bañan en sus propias lágrimas como una fuente de juventud, son las excusas para callar algo que podría ser terrible para mí si despertara mi cuerpo de su necesaria anestesia, enloquecería, pintaría mi boca de anaranjado y me iría a vivir entre cangrejos, a la orilla del mar. Ya no escribiría ni hablaría. Me dejaría arrastrar por la locura. Por eso no hay realidad en Las malas, porque yo no quiero volverme loca todavía.
Pero yo soy una escritora invitada a escribir. Yo no estoy de colada en ninguna editorial y en ninguna en feria del libro. A mí me pidieron para escribir las mujeres de mi familia una tarde. Mi abuela, mi mamá, mi papá, mis primas, me hicieron en un ritual de magia negra y me dieron estas patas de chacal con las que escribo mi ficción resentida. Yo vine a escribir. Me convocaron cuando todo era noche y silencio. Me dieron el lenguaje y salí a vivir. Estuve a la intemperie. Maestra en el arte de los trucos, maestra para ensombrecer los ojos, reina del engaño, sacerdotisa de los escondites y las salidas por cualquier rajadura. La que iluminó por las rendijas el paso lento de una escritora que vino a contar su propio cuerpo, no a ser fiel a la memoria.
Las sociedades no han mejorado. Hemos mejorado las travestis. Las travestis ya estamos hablando entre nosotras, les estamos hablando a ustedes, al mundo y a todo lo que pueda ser divino.
Para despedirme, como son los finales lo que recuerdan los espectadores, quiero agradecer a todas y cada una de las travestis que me crucé en esta vida. Espero que les llegue mi cariño a las de la televisión, a las del cine, a las de la música, las de la esquina, madres, hijas, hermanas, brujas, sacerdotisas, maestras, animales de piel suave y carácter áspero, las de los libros, las travestis de las marchas y los reclamos. A las travestis argentinas que viven y no se rinden, no por ellas, sino por las que vienen. Porque sobre lo liso de esta cultura ellas están dejando estrías. Y en especial a las travestis del Archivo Trans de la Memoria, ellas saben porqué.
PCL