Buda, cuando era Siddharta Gautama, pasó sus primeros años de vida encerrado en un palacio porque su padre no quería que se enfrentara al sufrimiento, la enfermedad y la vejez, hasta que un día se topó con un anciano, un enfermo, un cadáver y un asceta. Esos “cuatro elementos” lo angustiaron; no obstante, lo llevaron a conocer la que se transformaría en una de las bases de su doctrina: la compasión.
Su historia es tan apasionante como todo lo que encierra el budismo. En su cosmología existe el “camino medio” que hay entre la complacencia sensual y el ascetismo, fórmula que permite vivir plenamente el sentido de la libertad sin perder, por ello, la senda de la bondad. Sin embargo, para llegar ahí hay que liberarse, justamente, de una grandísima carga de culpas, miedos, deseos sin sentido, prejuicios y más. Son cadenas que atan y llevan al sufrimiento. Cuando se logra salir de ese círculo vicioso, entonces comienzan a llegar las iluminaciones o, diciéndolo de una manera casual, una serie de comprensiones de la otra realidad, la interna, donde están contenidas las cuatro nobles verdades enfocadas en la extinción del malestar.
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La noche del domingo, el grupo Shrinkhala, de la bailarina Tanushi Roy, presentó en el Foro FIL el espectáculo Unmaad, una fusión de música y danza experimental contemporánea que resultó ser todo un viaje en torno a la vida de tres figuras esenciales en la cultura india: Shiva, Buda y Gandhi. Con un trasfondo muy complejo explicado de una manera compactada, sencilla y hermosa, lograron navegar no solo por las experiencias de esta trinidad, sino también en la enorme fuerza de sus mensajes.
El público se fue retirando paulatinamente. ¿Sería porque la narración era en inglés o porque si no hay experiencia en esta filosofía no se logra captar el sentido de la obra? A la vez, se quedó un número suficiente de eufóricos hombres y mujeres que aplaudieron de pie al final de esta clase de budismo exprés para tapatíos.
Salir de las cadenas del sufrimiento es tan complicado como lo mostraron los bailarines, cuyos cuerpos, firmemente anudados unos con los otros, representaban al joven Buda tratando de liberarse para llegar a un espacio en donde todo es posible, donde por dentro se baila, se escucha el trinar de los pájaros y el ser se funde en la vivencia cotidiana.
El baile para trascender
Una figura de cera de Guillermo del Toro sonríe a medias en el stand de En casa con mis monstruos, título de la exposición y el libro sobre sus personajes. Parece que ha logrado ver el infinito, porque sus ojos están muy abiertos, absortos… aunque sin vida. Una cosa es sumergirse en la inamovible profundidad del ser y otro ser de cera (aunque al cineasta se le perdona todo, incluso ser un personaje en sí mismo), pero ¿cómo diferenciar eso en un mundo donde muchos parecen muertos vivientes? Quizá en un salón de baile se encuentre la verdad.
En el coctel de este suplemento, Filias, en el hotel Demetria, la música electrónica suena. Lleva a rememorar los sonidos que movieron la anatomía de Tanushi Roy, aunque nadie danza. Es un espacio ideal para platicar entre colegas, actualizarse, comer unos ricos tacos al pastor, dejar que el cuerpo repose antes de sacudirse, porque llegar a la siguiente fiesta, de la editorial Sexto Piso en el Bar Américas, siempre es una experiencia religiosa y no precisamente en términos budistas.
Bajo el cobijo de la oscuridad transformada por las luces rojas, el calor aumenta. El cuerpo es una herramienta para llegar al vacío, si se ve con esa intención. Es una de las expresiones más físicas que existen y, también, una de las más profundas porque tienes que ceder el control de tu anatomía, poniéndolo en muchos casos a merced de la vibración de brazos y piernas ajenos. Es como aprender a deambular por el camino medio en este mundo donde ya nadie se quiere poner a contemplar los árboles al caminar.
¿Será que aún hay quienes caminan sin rumbo fijo? Sí. Son personas “extrañas”, como la escritora Brenda Ríos, autora de Raras. Ensayos sobre el amor, lo femenino, la voluntad creadora, quien explica la manera en que todo aquello que se sale de la idea de felicidad socialmente aceptada, de lo que deben ser logros femeninos, es mal visto. Siempre lo ha sido y probablemente por ello sea más fácil, hoy, romper con el esquema. Las mujeres comienzan a saber dónde se ubica el sufrimiento, como lo hizo Gandhi con lo que le afectaba.
Esta FIL dedicada a la India puede ser un gran puente para lograrlo.
ÁSS