Con dulzor entra mejor

Cosas de niños

Porque no siempre es cierto que la letra con sangre entra.

'Momo' es uno de los clásicos de la literatura infantil. (Foto: Paula Vázquez Córdova)
Raquel Castro
Guadalajara /

Seguro que todos lo hemos escuchado al menos una vez: La letra, con sangre entra. Este dicho, junto con su refrán hermano de Tortura por hermosura, me caía pésimo cuando era niña, porque implicaba que el aprendizaje, en particular el de la lectoescritura (aunque, supongo, el dicho se refiere a todo el conocimiento), tenía que ser un sufrimiento (el otro, el de la tortura y la hermosura, tenía que ver con los estándares de belleza, pero lo dejaremos para otra ocasión).

Pues sí: yo lo odiaba, y eso que en casa era apenas un dicho que se aplicaba cuando nos apagaban la tele a mi hermano y a mí para ponernos a hacer la tarea, o cuando mis padres decidían que tenía que pasar alguno de mis cuadernos en limpio porque se me habían pasado de tueste el desorden y los garabatos. Pero sé que mucha gente piensa que debe ser así: que uno tiene que leer, pongamos, quince minutos al día aunque eso signifique dejar de lado las cosas “realmente divertidas”. Supe, por ejemplo, de una mamá que adelantaba el rato de lectura de su hijo si había algo en la tele que a ella le interesara, o que duplicaba el tiempo que el niño debía leer si se había portado mal: la lectura como castigo. La letra con sangre entra.

Quizá por eso me maravillé cuando supe de una antigua tradición de los judíos jasídicos: el primer día que un niño iba a ir a la escuela, los adultos salían a la calle a vitorearlo; o lo acompañaban entre cantos y risas… y dulces. Y cuando el chico estaba por fin en la yeshivá (la escuela), el maestro le ponía enfrente un plato con una letra Aleph (la primera letra del abecedario) dibujada con miel. El niño tenía que comérsela (yo me atrevo a pensar que lo hacía con gusto), porque la creencia era que así iba a entrarle el conocimiento con dulzura.

Yo creo que esa es una buena tarea que nos podemos llevar para el año que nos separa entre hoy y el inicio de la próxima FIL: contagiar a otros, de preferencia a niños, niñas y adolescentes, del dulzor que puede tener la literatura. Podríamos empezar, no sé, con los regalos de Navidad. Si andan ustedes todavía en la FIL y quieren comprar estos regalos y no saben por dónde empezar, una buena recomendación sería que se asomen al área infantil o las colecciones infantiles de las editoriales “generales” y se dejen sorprender. Clásicos como Momo o La historia interminable, de Michael Ende (ambos en Alfaguara) o La peor señora del mundo, de Francisco Hinojosa (del FCE); novedades como El mundo después, de Laetitia Thollot o Clandestino, de Andrés Acosta (ganadores respectivamente del Premio Gran Angular y el Barco de Vapor 2019, de la editorial SM); libros de poesía como 12 poemas de Federico García Lorca, publicado por editorial Kalandraka con ilustraciones de Gabriel Pacheco o de divulgación, como Trilobites, de Maia Miret y Manuel Monroy (Oceano Travesía)… ¡de todo hay!

De últimas: hoy estuve un rato en el stand del Fondo Editorial del Estado de México y me encantó su colección de libros infantiles. La variedad de temas y de autores, aunada a las maravillosas ilustraciones y la edición cuidadísima (y al precio accesible) me sorprendió gratamente. Al final, consciente de mis límites (de espacio en la maleta y de fondos en la tarjeta) me quedé con dos: Vacalao, de Armando Salgado, con ilustraciones de Manuel Arturo Castrejón, tierno y lúdico libro de poesía que fue mención honorífica del Certamen Internacional de Literatura Infantil y Juvenil FOEM 2017; y Encrucijada, de Patricia Carrillo Collard y con ilustraciones de Rocío Solís, que es una aventura con distintos finales, dependiendo de las decisiones que tome el lector a lo largo de la historia (de niña yo amaba esos libros de Elige tu propia aventura).

Y ya saben: si alguien les dice aquello de La letra con sangre entra, pueden responderle: Pues con dulzor entra mejor. Y es que, ¿no es fantástico que los nuevos lectores asocien ese hábito que apenas están aprendiendo con la dulzura, el gozo, la diversión?

ÁSS

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