Una señora sonríe ampliamente frente a la pantalla que proyecta la imagen de Lila Downs durante su concierto en Foro FIL. La cantante baila, agitando su vestido tradicional oaxaqueño con largas tiras de color amarillo fosforescente, mientras dos de sus músicos se avientan un duelo de instrumentos. Me pregunto qué será lo que genera su risueña expresión, pero no me atrevo a interrumpirla de su viaje. En cambio, interrogo a mi acompañante, quien me dice: “También la vi. Debe ser muy fan o tal vez vio algo que le recordó otra cosa y más que sonreír por Lila lo hacía debido a eso”.
“Cada quién ve el mundo según su feria”, concluimos, y eso aplica perfectamente en este contexto.
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¿Cómo la verá la Downs desde el escenario y qué pensaría Orhan Pamuk mientras hablaba en la apertura del Salón Literario Carlos Fuentes? Pareciera que todos vemos lo mismo, pero esa realidad exterior se transforma en otra dentro de cada uno de nosotros. Así generamos nuestra propia visión del mundo, de las cosas.
Gil do Carmo había estado minutos antes en el escenario. Su música era más introspectiva, como una lluvia suave de sonidos que caían lentamente, pero algo lo unía a la mexicana: ambos son igual de carismáticos, saben cómo mover las emociones de sus escuchas.
Rocío, una voluntaria que vive la experiencia musical tras un día de trabajo: “Canta padrísimo. Hace que me encante haber nacido en esta tierra. Su labor altruista es maravillosa”, dice refiriéndose a la autora de “Humito de copal”. Ivette, mi amiga productora de tele, resiste el cansancio y se adentra en las profundidades del espacio, lleno en su totalidad, para ver de cerca a Lila. ¿Será posible poder compartir la visión con una multitud?
Durante el arranque de su concierto, leyó un párrafo de Pedro Páramo, el cual dedicó a “todos ustedes que hablan con las letras”. Me gusta que lo haya hecho. Me habla de mi propia visión de lo que es la generosidad, esa capacidad de compartir lo que te hace feliz con otros. Si ellos coinciden en ese bienestar, quizá logren vislumbrar durante un rato lo mismo que tú, pero si no es así no importa, alguna ganancia habrá.
La oaxaqueña dedica una rola a Benito Juárez y después procede a mencionar la migración. Aparecen unas bailarinas con trajes típicos. Creo que ha logrado unir abundantes clichés sonoros mexicanos y perfeccionarlos, ponerles un nuevo latido. Hace cumbia política folclórica, y le queda bien.
Salgo del evento pensando en Joel Flores, quien mañana presenta su libro de cuentos Los maridos de mi madre. Hablé con él sobre la forma en que las personas leen sus historias creyendo que son cien por ciento autobiográficas y sienten lástima por las aparentes dificultades que ha vivido. “A veces los lectores no entienden que lo que narramos es ficción. Es la visión imaginada del autor que se contrapone con la de quien lee y cree que eso es de verdad”, me dijo.
Observo a la gente que no alcanzó a entrar y contempla desde las pantallas. Por primera vez soy consciente, de una manera total, de cómo funciona mi visión de periodista. De cómo observo, registro, reflexiono. Le pregunto a Esteban, un fotógrafo que me saluda, cómo es que contempla con sus ojos fotográficos. La explicación es alucinante y me instalo en ella hasta llegar al siguiente destino.
Letras/ Corazón
Llego al coctel de Filias en el hotel Demetria recordando que Gil do Carmo mostró unos visuales que dividían la palabra “arte” de la palabra “música”. La primera tenía dibujadas unas manos y la segunda un corazón. Me pregunto qué querría decir con ello. La música es intangible y el arte es tangible. Las letras están entre una y otra, probablemente.
El ritual de la noche está en pleno. Los abrazos, las conversaciones casuales, las grandes revelaciones, la mala copa... Si nos faltara uno de esos elementos, quizá nuestra visión de las fiestas FIL estaría incompleta.
En el bar Américas, durante la pachanga de Sexto Piso, me encuentro a Ezra Alcázar, autor de Románov.
Crónica de un final. Está bailando a todo lo que da una rola ochentera. Escribir sobre un acontecimiento histórico te da otra perspectiva de las cosas, aunque en la pista todo eso se olvide porque en los momentos de gozo es ineludible cerrar los ojos.
Me uno al ritual tribal. A veces se vale hablar. Otras, ver. Y, algunas más, tan solo sentir.
vmm