Llegué a los idiomas como se llega a las mejores experiencias de la vida: por casualidad. El inglés casi lo aprendí sin querer viendo películas. El francés me salvó la vida cuando no sabía qué carrera estudiar, y mi favorito, el portugués, apareció con las canciones luminosas de Chico Buarque.
Antes de eso, y tengo que ser bien sincera, me parecía aquél un idioma chistoso; tipo español en esteroides. Sobre todo cuando recordaba, como un mal sueño, a esa maestra que en clase insistía en escuchar a los Tribalistas y yo, pestañeando sin pudor alguno, alucinaba esas palabras que a la vez entendía y a la vez no. Qué pesar.
Cuando mi marido supo que una de mis pasiones es bailar, aseguró que, así como el tequila emborracha, yo acabaría adorando el portugués. Tenía razón. Empecé por acercarme a músicas, dirían ellos, más movidas y tropicales: Margareth Menezes, Babado Novo, Sérgio Mendes, Ivete Sangalo y mi predilecto: Ney Matogrosso.
Lo natural, entonces, fue correr a tomar clases. Ya estaba bien familiarizada con muchas palabras y con la cultura brasileña, de suerte que no pude menos que perder simpatías por pedante. Me importó sombrilla, yo quería falar bem o português.
Cuando a mitad del curso pude mantener un diálogo decente con mis profesoras, me sentí poderosa. Ya podía empezar a leer. La verdad, era eso lo que me interesaba. Así hallé palabras cheias de graça y falsos amigos que, de haberlos ignorado, me habrían metido en muchos problemas. Los lusofalantes no usan el “exquisito” para elogiar unos tacos, digamos, sino para desdeñar eso que, de tan raro, repele: essa garota lá é muito esquisita. Tampoco calificarían de “gato” al achichincle del jefe, ellos más bien estarían babeando por la guapura del moço al decir aquello.
Aparte, me topé con expresiones lindísimas que gustosa acomodaría en el español. La primera es saber de cor, que significa, literalmente, “saber de corazón”. Aquí decimos “de memoria” y ya, súper aguados, como si mucho de lo que nos marca no se quedará precisamente ahí, no coração. Y no perderé oportunidad de mencionar a la saudade, que nos habitará a todos cuando se acabe la FIL. Ese sentimiento que es más anhelo y deseo que ausencia o dolor.
Ya sé que este año el invitado de la FIL fue Portugal y no Brasil, pero a fin de cuentas é a mesma e linda língua. Un idioma bien parecido al nuestro y que tiene a bien seguir usando palabras que el español llenó ya de polvo y telarañas. Como el terno que hace ver tan gatos a los hombres o el lar, que por aquellos lares europeos es “casa” y ahí moram os lusofalantes.
La lista es larga y el espacio corto, pero fue una alegría andar este año por los pasillos atiborrados de la FIL escuchando as falas tão lindas del portugués, sean del continente que sean. Espero la Feria anime a otros jovens como eu para estudiar este idioma gostoso.
ASS