Haber crecido como la niña rara y escuchar a Irene Vallejo es experimentar una sensación de alivio, de empatía e identificación. Es aprender que “hay una especie de terquedad en la esperanza”, y confirmar que, a pesar de todos aquellos momentos de angustia en los que nos hemos sentido fuera de lugar, nuestra rareza nunca estuvo mal.
Ayer la escritora española se reunió con niñas, niños y jóvenes, y con varias personas que mantienen el entusiasmo de la juventud en el corazón. La autora de El infinito en un junco centró la conversación del encuentro Mil jóvenes con Irene Vallejo —que se desarrolló en la edición 36 de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara— en aquello que muchas personas se empeñan en etiquetar como diferente y en el acoso que se puede desencadenar por no ser parte de la equívoca idea de la norma.
“Yo durante muchísimo tiempo fui la rara, esa era la descripción con la que mis compañeros de escuela hablaban de mí. Desde muy niña quería ser escritora, incluso antes de saber que existía esa profesión pensaba que lo más maravilloso que podía existir era dedicarse todos los días a imaginar mundos. Cuando leía los libros yo no quería ser la protagonista del libro, yo quería ser la escritora; me parecía mucho más fascinante que ser astronauta, escribir novelas sobre el espacio, sobre los planetas, sobre mundos inexistentes proyectados a partir de mi fantasía. Y esas inquietudes que yo tenía, mi sed de aprender, el placer con el que yo iba al colegio cada día pensando que descubriría cosas nuevas —vibrante de curiosidad y de anhelos— hizo que mis compañeros me apodaran de esa manera”.
“Cuando decidí que quería ser filóloga y dedicarme al idioma, precisamente a esos idiomas que llamamos muertos —el griego y el latín— otra vez volvieron a decirme que era la rara, la excéntrica, la que siempre tomaba las decisiones equivocadas. La que hacía eso que no iba a ningún sitio, que no tenía posibilidades de éxito, que nadie se hace rico siendo filólogo. Y después de todos estos años de tomar decisiones totalmente insensatas resulta que por suerte estoy exactamente donde quería estar y haciendo aquello que siempre soñé”.
La autora de El silbido del arquero y El futuro recordado expresó su deseo de compartir con su público algo más íntimo, más allá de las cifras y el éxito que han tenido sus libros. Su intención, dijo, es “romper con la ficción colectiva que cultivamos a través de las redes, porque evidentemente Instagram y TikTok pertenecen al género de la ficción”. Un panorama alejado de las frustraciones, los esfuerzos y los momentos de desaliento que están detrás de la fachada de felicidad y logros que desplegamos en la pantalla de nuestros celulares.
Antes de ceder la palabra a sus lectoras y lectores, quienes mostraron su entusiasmo por la autora y no dejaron pasar la oportunidad de preguntar cómo superar el rechazo o cómo comenzar a escribir, Irene Vallejo dijo orgullosa que ahora ella se define como la rara: “utilizo ese adjetivo para describirme y para reivindicar ese empecinamiento del entusiasmo que creo que es tan valioso y que los invito a abrazar. Si tienen algo que realmente les apasiona, no estoy hablando de la escritura necesariamente o de la filología, pero si hay algo que realmente les emociona, practiquen esa terquedad de la esperanza”.
La voz de Irene también ha invitado (en sus textos) a “arrebatar las palabras al silencio”. Para la escritora, la lectura y la escritura tienen mucho que ver con ser indómitos, con ser inconformistas y reivindicar la diferencia y la diversidad.
Al finalizar el encuentro —en medio de una avalancha de emoción desbordada por parte de sus lectores, entre algunas firmas y selfies apresuradas que la escritora regaló a pesar del riesgo de perder su vuelo— Irene Vallejo partió con una última reflexión sobre el emotivo encuentro.
“La única forma en la que puedo dar sentido a todo aquel sufrimiento que yo experimenté cuando sufrí acoso por ser diferente, es ahora intentar reivindicar esa diferencia, esa disidencia y arrebatar al silencio todas esas formas de violencia que se siguen ejerciendo por el único motivo de que no hemos aprendido a convivir ni a aceptar lo que es singular y subversivo dentro de nosotros”.
ÁSS