Con Amor armado, una novela que puede leerse como un réquiem por México, la escritora nacida en Estados Unidos, pero radicada en nuestro país desde su temprana niñez vuelve a mostrarse solidaria con las mujeres más vulnerables.
Margot, una joven de clase alta, decide huir con su hija Pearl. Lo único que conserva de ese mundo opulento es un automóvil Mercury Topaz 1994 que se convertirá en su casa, y algunos objetos que dan cuenta de su estatus: una cerámica de Limoges, un par de vasos de cristal fino, algunos cubiertos de plata, un collar de perlas.
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Para sobrevivir y criar a su hija en ese coche, lo estaciona cerca del campamento de casas remolque Indian Waters. La historia, narrada desde la voz de Pearl, comienza con la frase: “Mi madre era una taza de azúcar”.
Así delinea el retrato de Margot, la madre que “se sabía todas las canciones románticas, que son una universidad para el amor”. En la primera página también aparece Eli, el “señor Malo” que despierta el deseo de la madre con sólo silbar una canción; el hombre que le regala una pistola; el hombre que trafica con armas.
El germen de esta novela ya se prefiguraba en la anterior, Ladydi, la historia de un grupo de mujeres acechadas por el narcotráfico en la sierra de Guerrero. Allí aparece el personaje de Pearl, una norteamericana extrañamente blanca que vive en uno de los pueblos.
“Parece que es real”, dice Clement, “porque mucha gente me contó sobre ella. Las armas también están plasmadas en esa novela, guardadas en un clóset, en Acapulco. A María, la mejor amiga de Ladydi, le dan un balazo, y siento que ahí ya estaba lo que quería hacer con Amor armado”.
En 2009, Clement publicó el texto titulado “La iglesia de las armas”, que ya rondaba el tema al que entraría de lleno en Ladydi y Amor armado.
“Veo estos libros como un iceberg, porque hice mucha investigación, pero no todo lo que haces entra en la novela. Fui varias veces a la Asociación Nacional del Rifle en Estados Unidos, al museo de las armas, entrevisté a sobrevivientes de masacres, y nada de esto aparece en Amor armado, aunque es como una sombra que está ahí. Lo que me interesaba en términos literarios era retratar a una comunidad o a unas personas, en este caso madre e hija, afectadas por las armas en Estados Unidos.
"También quería contar la historia de cómo llegan las armas a México, porque cruzan un mínimo de 20 mil al día, así que muchos de nuestros problemas, o la razón más grande de todos nuestros problemas, es la infiltración sin control de armas a México. La Universidad de San Diego hizo un estudio en 2007 donde se afirma que si las armas no llegaran a México, el 47% del negocio de Estados Unidos desaparecería.
En México estamos bastante conscientes de esto, no así en Estados Unidos".
"Cuando lo escribo, estoy pensando en los grandes dramaturgos"
—Has comentado que cuando escribes tus historias imaginas que son como cuentos de hadas.
Creo que todo lo que hago tiene este elemento. Jamás lo llamaría realismo mágico porque no lo es. Es realismo, pero entra en una especie de mundo de hadas.
—La poesía está muy presente en tus novelas, se nota un trabajo fino en la narrativa.
Lo que más me interesa es escribir bien, retarme como escritora. En este caso, me pregunté: ¿cómo voy a escribir sobre las armas de una manera original y poética? El reto es cómo llevar la luz a una cosa tan oscura a través del lenguaje. No me interesa escribir novelas donde hay sexo gráfico o violencia casi pornográfica. En mis novelas jamás hay una escena así, pero trato, por medio de la poesía, de afectarme a mí misma y al lector. Y quizá por encima de estas dos cosas, me interesa conservar la dignidad de mis personajes. Lo que hago en las novelas es una fusión entre poesía y prosa como apuesta estética. La poesía te restringe. Lo más difícil es crear un cuerpo, porque la parte poética quiere limpiar, llegar a lo más puro posible, incluso en el diálogo. Jamás escribo un diálogo común y corriente. Cuando lo escribo, estoy pensando en los grandes dramaturgos. En Amor armado tenía que pensar en Tennessee Williams; siempre busco un diálogo de dramaturgia. Hay un control línea por línea, palabra por palabra. Y, claro, con la experiencia comencé a confiar más en mi subconsciente, en cómo abrir esa puerta con más confianza, controlar menos. Lo sentí especialmente en este libro.
El ancestral conflicto de las armas
De La viuda Basquiat, su primera novela, hasta Ladydi y la más reciente, Amor armado, las historias de Clement son protagonizadas por mujeres, un tema que interesa y fascina a la Presidenta del PEN Internacional.
“He puesto a la mujer, a la escritora, en el centro de la organización. Soy la primera mujer elegida en 100 años. Me interesa mucho cómo las personas sin poder ejercen el poder, y no hay persona menos poderosa en el mundo que una niña. Incluso en lugares como la India, las matan, las abortan. En la India, este año desaparecieron 63 millones de mujeres. ¡Es un genocidio! En todas las culturas, a la mujer se le subestima, de modo que mi búsqueda se dirige hacia lo más vulnerable”.
Una de las virtudes en la narrativa de Jennifer Clement es la capacidad de crear atmósferas alrededor de las historias y las vidas de sus personajes. En el caso de Amor armado construye un mundo poblado por el deseo, los sueños, la soledad, dentro de un espacio alterno, casi surreal, en el que las almas se comunican.
“Entre estas atmósferas, hay una muy importante”, comenta, “el mundo de los indios nativos del país. Todo el tema de las armas comienza con la masacre del pueblo indígena en Estados Unidos. Fue muy importante que la novela se situara en Florida, porque muchos de los indígenas eran de ahí, y ese camino por el que tratan de huir de las armas se llama el camino de las lágrimas. Es la fuerza del espíritu de estos indígenas que fueron masacrados con pistolas y que están en todas partes. Estos espíritus cargan a Margot y a Pearl".
"Para mí, el lugar donde está el campamento es sagrado. Incluso en una escena al final del libro, Corazón, una mexicana que vive en el campamento, le dice a Pearl: 'Era un buen día para morir'. Es una alusión al grito de los indios cuando van con sus caballos y sus flechas hacia la última batalla en contra del general Custer. Es una parte nueva de mi investigación sobre las armas. Y déjame decirte algo impactante, este año fui Sudáfrica y a la India, y en ambos lugares hay muchos dibujos de tribus donde se ve el cuchillo y el machete contra el arma. Es un tema universal lo que ha hecho la pistola contra los pueblos nativos".
Elementos como la música y la religión acompañan la trama de esta historia. Asimismo, destaca la importancia de la amistad, el gesto solidario entre mujeres. En esta novela no se juega con la palabra: “hay palabras tan filosas que te puedes cortar con ellas”.
La vida, en cambio, es un desafío constante, siempre parece estar “a orillas de la muerte”. Ante ésta, la memoria es el último asidero:
“Gracias a mi madre supe que la memoria era el único sustituto del amor”.
Estos guiños conforman la sustancia que subyace en una novela donde México es el país del amor y Estados Unidos es una tierra desolada. Ladydi, concluye Clement, “es un réquiem para México, y Amor armado es una gran balada de amor a México”.
En la escena final, Pearl, escondida en la parte trasera de un auto que está por cruzar la frontera hacia México, dice: “Yo iba entre las armas y sabía que estaba acostada entre las muertes que habían ocurrido y las muertes que estaban por venir”.
Escrita originalmente en inglés, y traducida al español por Guillermo Arreola, Amor armado recrea, desde el microcosmos de un campamento de casas remolque, la problemática de un mundo acechado por el miedo y la violencia, donde acaso los sueños ya no consiguen traspasar la realidad.
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