En abril de 2018, José Adiak Montoya llegó a México. A diferencia de miles de exiliados, él tomó la decisión de manera consciente, en el momento más duro de la realidad contemporánea nicaragüense. Lo que está narrado en su novela, El país de las calles sin nombre (Seix Barral, 2021), “fueron gotas que derramaron mil veces el vaso para decir que no podía subsistir con estas atrocidades, donde los círculos de libertad se cerraban tanto que, en cualquier momento, podían llegar a mí".
“Si pusiera un ancla en esa tristeza que existe, en la cubierta del barco siempre debe existir una especie de alegría. Para las personas que podemos salir y buscamos, la sonrisa se convierte en un triunfo ante lo que está sucediendo en Nicaragua, aunque tengamos siempre el ancla puesta en ese mar de tristeza que es el hecho de lo que está pasando en el país".
El país de las calles sin nombre es la historia de una mujer que regresa a Nicaragua después de varias décadas de vivir exiliada en Miami, al pueblo que debió abandonar siendo una niña, consecuencia de una guerra atroz, sin imaginar que ese conflicto, con otros protagonistas, seguía presente. Se trata de su respuesta a una realidad, a sabiendas de que son acontecimientos que aún no están resueltos. Tienen el final abierto, como la historia tiene el final abierto en Nicaragua.
La escritura de la novela se convirtió en una herramienta para preservar la memoria, aunque es una memoria de muy corto plazo —porque sucedió hace tres o cuatro años— y, al escribirlos, quedan exactamente detallados como la memoria los recuerda: “es un ejercicio con mi propia memoria, que está vinculada con la necesidad de exorcizar mis fantasmas. Tenía pensada la novela desde hace algún tiempo, acerca de una mujer en su regreso y la sanación de sus heridas en los años ochenta, pero la realidad misma transgredió al país que quería retratar. La novela había sido tocada por la realidad y no podía hablar de este país sin que ese país fuera el que está convulsionado, sin que esta mujer que regresa, viva trastocada por una realidad que también me trastoca”.
Una mirada sobre la dictadura
En El país de las calles sin nombre, José Adiak Montoya quería ver cómo afecta una historia de este tipo a la sociedad, no porque fuera una novela de los grandes protagonistas, sino por la manera en que influyen en la vida de millones de personas que habitan un país. Necesitaba que la novela fuera una historia, en apariencia ficticia, pero real, de miles de familias y de migrantes que “han sido cercenados por la guerra. Puedo hablar del papel de una generación, pero desde mi trinchera. No pertenezco a ningún colectivo, a ningún partido, no puedo hablar por la multitud, si acaso por la multitud de mis personajes. Esta es una novela que es una visión absolutamente individual, relacionada conmigo y con mi nombre”.
Una mirada no sobre los dictadores, sino alrededor de la dictadura, reconoce José Adiak Montoya, sobre todo en nuestro tramo de continente, donde los novelistas están obsesionados con ese paisaje salvaje que se llama Latinoamérica, tanto en lo exuberante de su naturaleza como en lo entreverado de su política.
“Hoy en día hay grandes novelistas que retratan los problemas más grandes que tenemos en Latinoamérica, como la violencia, el narcotráfico, la violencia. Somos parte de un gran mural donde cada escritor o escritora pone una partecita para poder verlo como un todo”.
Frente a ese panorama, el autor de novelas como El sótano del ángel o Lennon bajo el sol se coloca al lado del grupo de nicaragüenses que dejan sus esperanzas en el tiempo o en la muerte de los dictadores, porque no es lo mismo “asumir el poder a los 34 años que ver a un hombre que se quiere reelegir hasta los 81. En la actualidad, el tiempo es el peor enemigo de Daniel Ortega”.
Respecto al peor enemigo de América Latina, Adiak Montoya asegura: “El peor enemigo de la sociedad latinoamericana es la sociedad latinoamericana misma, que sigue replicando estos ciclos de poder, replicando al hombre fuerte, sin aprender que un hombre fuerte nos pisó antes. El poder tiene que mutar en algo que apele a la modernidad, donde los futuros votantes enfrenten las mutaciones de los políticos, como sucede en el caso del presidente Bukele en El Salvador, un presidente al que podría llamarse como el primer caudillo digital de la región.
Nombrado como uno de los mejores narradores jóvenes menores de 35 años de España y América Latina por la revista Granta, Adiak Montoya reconoce que, en relación al siglo XX, la literatura ha decrecido en importancia y ello tiene mucho que ver con la apertura de las redes sociales, en particular por la idea de que “todo el mundo tiene una voz que puede ser escuchada, lo cual también puede ser peligroso, porque no pasa por un filtro”.
DMZ