El título, No se trata del hambre, tiene mucha relación con la comida, en especial con la llamada comida rápida, porque su autor encontró allí una especie de metáfora de algunos de los desafíos que definen a las sociedades contemporáneas; quizá por ello, Josué Sánchez obtuvo con este volumen de relatos el Premio Tiflos, convocado por la Organización Nacional de Ciegos de España.
“Encontré en la comida al único correlato moral de todas las preocupaciones, ansiedades, depresión, gusto o disgusto, que hay entre los personajes. Lo que más me interesaba es que esas obsesiones no se vieran como tal, sino como arcos dramáticos, como tramas que se entrelazan o se van alejando unas de otras: me gusta pensar que es el extracto, del extracto del extracto de un libro que no existe o que existe en forma de borrador”, cuenta el joven escritor, nacido en Córdoba, Veracruz en 1989.
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En el volumen, aparecido bajo los sellos de Castalia Ediciones y Edhasa, la comida se convierte en un escondite, diálogo o lucha, pero también en metáfora de la separación, el abandono… “la maldita soledad”; lo que más le interesaba de los cuentos es que siempre sean la huella o el indicio de un mundo mucho más grande.
“Cuando tienes el cuento lo depuras, te quedas con el diseño afectivo que te interesa y las obsesiones se convierten en personajes, en temas, en una exploración, por ejemplo, de la comida. Por eso, la siento como una autobiografía velada, y eso sí se lo robó a una tradición con la que me identifico mucho, la de escritores como Sergio Pitol, quien sabía que escribía sobre sí mismo, pero también que en sus historias estaba el deseo de lo vivido”.
Formado en la academia, apegado a la teoría y a la crítica literaria, Josué Sánchez está convencido de que la literatura es un simulacro de la experiencia: No se trata el hambre no está hecho de la autoficción, “ni hay notas al pie o referencias culteranas; de hecho, mis referencias son pop”.
“Lo que me permitió la academia es que te ayuda a no descubrir el agua tibia en pleno siglo XXI. Mucho de lo que he escrito, a partir de los conocimientos que tengo de la literatura, tanto historiográficos y académicos, me permitieron depurar cosas que hace ocho años hubiera pensado como novedosas”, confiesa el escritor.
El volumen de cuentos, uno de los aspectos destacados por los integrantes del jurado, es que está hecho con un enfoque meramente creativo, no se encuentra una veta ensayística; de hecho, el libro está concebido como una novela rota: con nueve cuentos entrelazados a manera de ciclo, todos los personajes aparecen y reaparecen.
“Me interesa la profesionalización de la escritura, en la medida en que hay una responsabilidad: entregar un producto terminado. Un gran error que puede cometer el escritor es la autocomplacencia, en cambio siempre he buscado aventurarme en la escritura”, confesó el escritor, quien tuvo la oportunidad de publicar su primer libro de cuentos, En el pabellón de las 16 cuerdas, aparecido gracias a una mención honorífica en el Premio Comalá de Cuento Joven.
ÁSS