Crítico literario y editor argentino radicado en México, ha hecho de la crónica uno de sus medios favoritos para ejercer el periodismo. Presenta No vuelvas (Almadía, 2018), sobre lo que se vive en un centro para migrantes deportados en Tijuana. Conversamos con él de migración y otros asuntos pedregosos.
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¿Qué lleva a un periodista a meterse en asuntos incómodos?
Te lleva lo que crees que no puedes contar pero sabes que está ahí. Tiene que ver con lo que te topas y es común contigo. Me mandaron a Tijuana a un programa del INBA durante seis meses; me impresionó tanto que volví durante un año y medio más. No quería ser el periodista superhéroe que va tres días a un lugar y decide que ya tiene todo. Muy a mi pesar me di cuenta de que había un vínculo entre quienes estaban en el comedor comunitario del Padre Chava, migrantes deportados de Estados Unidos, y yo. Me parecía arrogante compararme con gente que había perdido todo, pero yo soy el lado feliz de eso, no solo por mi propia historia como migrante, sino porque sabía lo que era no tener dinero, dormir en la calle, no tener a quién recurrir.
¿Por qué lo sabías?
Yo nací en Mar del Plata y me fui a los 17 años a vivir solo a Buenos Aires. De ahí, estuve en varios países. En Barcelona no tenía dinero, trabajaba haciendo dictámenes para Anagrama, pero pagaban muy mal. En Río pasé un año sin papeles; trabajaba como DJ y con la paga podía vivir dos días. No estaba tan mal, porque siempre alguien me apoyaba, pero llegué a dormir en el Metro.
Luego llegaste a Tijuana, a este lugar que es como un limbo, y te convertiste para la gente en “el hombre que escribe”. ¡Qué gran responsabilidad!
No podía ayudarlos, así que mi única obligación era contar todo sin ser un turista y logrando atrapar la atención del lector. Fue un proceso durísimo darme cuenta de que podía hacerlo. Fueron mis amigos quienes me hicieron verlo.
En los últimos años la migración se ha convertido en un fenómeno que sigue reglas actuales. ¿Qué opinas al respecto?
La de hoy es producto de una de las grandes crisis sin resolver del capitalismo, del intervencionismo de Estados Unidos y sus políticas en América Latina. Muchos han salido de sus países debido a la pobreza, pero también para escapar de la violencia generada por ello. Hay una serie de excluidos en el mundo que ya no aguantan más su realidad. Poner muros es más una reacción que una política. Las migraciones van a seguir ocurriendo hasta que sean realmente una amenaza para Trump.
Ayer vimos cómo llegaba la caravana hondureña a Tijuana después de un largo recorrido. ¿Qué solución hay en ese caso?
Es un éxodo desde tiempos bíblicos. Es gente haciendo válido su derecho de movilidad, de tener una vida decente. Se trata de cómo, en el caso de México, tratamos a la pobreza, cómo hacemos que los derechos humanos se cumplan. Dependen de que el Estado tenga la buena voluntad de ayudarlos, que haya empatía por parte de la gente. Nos hace falta ser realistas. El que se vean sucios, huelan mal, tengan mal aliento, no los define como seres humanos, pero se les rechaza por eso. Hay que ver la realidad de esa gente desarrapada. Contar las historias puede ayudar a reflexionar, a decirle a la gente cómo es y no cómo queremos que sea.
¿Cuál es el estado de la crónica hoy en día?
Está súper bueno que me preguntes eso. Yo diría que en nuestra lengua nos falta mucha autocrítica. Nos hemos regodeado con un tipo de narrativa repetitiva, poco informativa, muy egocéntrica. Mis héroes no son las vacas sagradas de la crónica. Quiero encontrar honestidad en un libro y busco ofrecerla. La crónica se ha convertido en una iglesia donde hay santos patronos, mandamientos y pecados, además de ángeles caídos. Eso no debería ser, hay que buscar la diversidad. Nos falta arriesgarnos al buscar los temas, no darle la vuelta a los más incómodos. Sin condenar, sino descubriendo los motivos que llevan a las personas a elegir un determinado destino.
vmm