Anna Caballé, como representante del jurado, fue la encargada de resaltar los méritos que hicieron a Lídia Jorge merecedora del Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2020, otorgado en esta edición muy especial de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara:
“Por la altura literaria con la que su obra novelística retrata el modo en que los seres individuales se enfrentan a los grandes acontecimientos de la Historia. Ha sostenido una carrera literaria marcada por la originalidad y la sutileza de su estilo, por una independencia más que notable de criterio y una inmensa humanidad (…) en su forma de acercarse tanto a los temas tratados en su obra (la adolescencia, la descolonización, el lugar de la mujer, la emigración, el papel los sujetos de la Historia…) como en la presentación de los personajes que la protagonizan”.
- Te recomendamos Raúl Padilla: “Los libros son vehículos de la libertad y enemigos del fundamentalismo” FIL
Una experiencia totalmente distinta: ceremonia desde Guadalajara, lectura del jurado en España y la galardonada en la Casa de América Latina en Portugal, si bien un hecho que le daba cierto sentido a la metáfora con la que Lídia Jorge comenzó su discurso de agradecimiento: “la Literatura es una carta que enviamos a la lejanía”.
“Lejos en el tiempo, lejos en el espacio. A veces, la Literatura llega a su destino. A veces, recibimos noticias de regreso. Cuando en Europa se aproximaba el final del verano, la dirección de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara acostumbra anunciar en cuál de las ocho lenguas romances encontró un imaginario literario digno de ser premiado. Este año, por cuarta ocasión en treinta años, se eligió a la lengua portuguesa. Y en el destinatario de esta carta, estaba escrito mi nombre”, dijo la escritora en su lengua, convertida al español por Dulce María Zúñiga.
Un homenaje a la palabra
En una nueva correspondencia, la autora de Los memorables contó otra historia, la de su propio Homero, aunque en forma femenina, llamada María Encarnación:
“Era una anciana, muy pequeña, vestía ropa oscura, tenía su escaso cabello de color plateado. Sus párpados estaban enrojecidos y uno de sus ojos vacío, sin globo ocular. Estaba siempre sentada, inmóvil, solo sus manos se movían para tejer cordelitos de palma. A primera vista, parecía un despojo de persona. Pero los niños sabían que no era así y se sentaban en el suelo para oír lo que aquella mujer analfabeta tenía para contar. Sólo que ella contaba cantando”.
Un homenaje a la palabra, a las historias, a la manera en que, desde su infancia, empezó a acercarse a la literatura, como una forma de imaginar y de vivir: “nosotros quedábamos cautivados por aquellas historias cantadas que hablaban de amor, de combates armados, de aventuras prodigiosas acerca de marineros sobre las olas. Cuando nos cansábamos de su canción interminable, íbamos a correr por el campo, volando unos centímetros por encima del suelo. Sin saber por qué, luego de esos encuentros, nos sentíamos más ligeros. Aquella mujer nos salvaba de la soledad de los campos”.
“Después de tanto tiempo, hoy sé que ella fue el último eslabón de una cadena que perduró por siglos y que ahora está fracturada para siempre; y tengo la certeza de que esa experiencia me enseñó lo esencial sobre la capacidad de transfiguración que rige a la especie humana. Y pienso en ella, y en el misterio del tiempo que determina la vida de cada uno, y en la manera en que nos sujeta a las circunstancias del transcurso de las fechas y de la Historia. María Encarnación fue un ser atravesado por el fulgor poético, aunque no tuvo la felicidad de conocer la maravilla que son los libros”.
Por ello, a través de una pantalla que la trajo hasta nosotros, pero también a muchas otras partes del mundo, con el poder de una lengua que susurra las historias, Lídia Jorge se decía que aquella María Encarnación de su imaginación o de su realidad hubiera sido feliz al entrar a las librerías y sentarse en un auditorio para escuchar páginas leídas por sus propios autores.
Que se hubiera sentido bendecida si un día alguien la hubiera invitado a ella a leer en voz alta una página de Poesía y con ayuda de un aparato grabar su imagen para ser mostrada a sus hijos, “en vez de esfumarse para siempre entre los árboles del campo”.
“Y diría eso porque, mientras estaba inmóvil sentada en una silla baja, ella encontró en la Poesía su manera de engañar al destino. El destino la quería muy vieja, ciega y coja, pretendía que vistiera de negro y cantara versos acerca de destinos ajenos. ¿Y no es acaso la Literatura la prueba de que uno mismo se puede convertir en otros a través del lenguaje? ¿Y esa fuerza de alteridad no es acaso tanto el motor de la belleza como la base de la compasión?”
A partir de ese Homero con figura femenina, que lo fue de forma involuntaria, Lídia Jorge quiso decir a quienes tienen el poder de tomar decisiones y dictar las políticas públicas, “modelando así inevitablemente la vida de quienes han de vivir en función de esos criterios”, que las Humanidades, la Narrativa, la Poesía, el Teatro, todas las Artes de la Palabra, siempre podrán ser esa especie de “salvoconducto hacia la armonía en la civilización del futuro. Eso cuya materia prima es el lenguaje”.
ÁSS