Las aspiraciones de un creador se miden por su capacidad para sortear el magnetismo de la zona de confort. Consciente de ello, el realizador mexicano Manolo Caro ha encontrado su catalizador creativo en la incomodidad perpetua.
Tras dirigir exitosos melodramas y comedias románticas en México, se embarcó hacia España con la intención de hallar nuevos públicos. Ahora ha puesto el ojo en una aplaudida novela mexicana: Fiesta en la madriguera, de Juan Pablo Villalobos, cuyo proceso de adaptación fue el tema central de una charla que sostuvo en la FIL Guadalajara con el autor y con el guionista Nicolás Giacobone (ganador del Óscar por Birdman).
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Formado como arquitecto y reconvertido en cineasta al inicio del siglo, el director charla con MILENIO sobre la experiencia de adaptar una novela contemporánea a la gran pantalla y sobre su postura ante la realización cinematográfica.
¿Cómo encaja Fiesta en la madriguera en tu filmografía?
Va a ser una película muy especial en mi carrera. Jamás hablaría mal de mis otros proyectos, pero creo que estoy en una etapa muchísimo más madura. Me siento más contento conmigo y con lo que estoy experimentando como realizador. La película me reubica con el director que siempre he soñado ser. Además, tengo la oportunidad de hacerlo de la mano de gente que respeto mucho.
¿Qué te atrajo en primer lugar de la novela?
Había estado leyendo muchos guiones y tenía la curiosidad de hacer algo que no fuera escrito por mí. Se lo comenté a Viviana Kuri, directora del Museo de Arte Zapopan, y me recomendó la novela. Cuando la terminé, sentí que jamás había leído algo tan cercano a mí. Había mucha honestidad en la historia.
Narrada en clave de ironía, la novela de Villalobos se sitúa en un entorno de narcotraficantes y poderosos. ¿Puede la violencia tener belleza en pantalla?
No. Yo soy una persona muy pacífica. Fiesta en la madriguera tiene dos escenas muy violentas, pero decidí filmarlas porque el punto de vista es el de un niño. Entonces, no retrata la crueldad consciente del mundo del narcotráfico, sino el descubrimiento de un niño cuya intuición es enojarse con ese mundo y rechazarlo.
¿Qué te permitió situarte en esa mirada infantil?
Fue como viajar al pasado. Nací a principios de los 80, aquí en Guadalajara. En esos años empezaba esta guerra. Hay ciertos eventos de mi infancia que recordé haciendo la película. Y también exorcicé muchas cosas, como ese miedo a crecer en núcleos violentos.
El vínculo entre cine y literatura mexicana viene de tiempo atrás, pero recientemente ha habido una suerte de resurgimiento. ¿Qué te dice este fenómeno y qué piensas acerca de que esté ocurriendo en las plataformas de streaming?
Me emociona muchísimo. Leí hace poco un artículo que le hicieron a Francisco Ramos, VP de contenidos para Latinoamérica de Netflix, sobre su compromiso de llevar la literatura a la pantalla. Hay libros muy difíciles de reinventar, pero me quedo con una cosa bellísima que me dijo Juan Pablo cuando empezamos a plantear nuevas escenas que no existen en el libro: “Manolo, no te preocupes, mi libro está ahí. No va a cambiar nunca. Hagamos la mejor película posible”. Creo que si entendemos así el paso de los libros a la pantalla, vamos a llegar a muy buenos proyectos. En cuanto a las plataformas, pienso que obedece al momento que estamos viviendo. Me va a odiar todo el mundo, pero las plataformas y el streaming nos están salvando. Otra vez se ha vuelto tan complicado levantar una película, que si no estuvieran Netflix, Amazon, Apple y otros streamers, muchas de ellas no se verían. Son ellas las que están siendo punta de lanza de todos los proyectos que estamos viendo en la industria audiovisual.
ÁSS