Margo Glantz es una escritora, ensayista, crítica literaria y viajera, cuya relación con las redes sociales es mucho más cercana de lo que podría creerse: se unió a Twitter en marzo de 2011 y cuenta con alrededor de 29 mil seguidores, un número bastante alto para una académica universitaria de 88 años de edad.
En gran parte, su interés por esa red social se debe a que ella misma está interesada en una literatura fragmentaria, que se refleja a lo largo de su obra, con la que se ha permitido introducir emociones, imágenes, datos y reflexiones, en especial para intentar un alto en el camino a fin de ver cuál es la mejor vía “para continuar en la cada vez más ardua tarea de andar por este mundo.
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Ha habido muchas cosas positivas en las redes sociales: entré a Twitter porque había visto cómo las redes sociales sirvieron en países donde el fundamentalismo es brutal y la censura también lo es, y sirvió para reunir a la gente y crear la posibilidad de hacer una revolución; ese es uno de los alcances favorables, desde la política”, cuenta Margo Glantz.
Además, como escritora, le parecía que era muy interesante utilizar la restricción de los caracteres —140 en sus orígenes, ahora 280— como un ejercicio de síntesis y, al mismo tiempo, una herramienta para publicar cosas que se le van ocurriendo y que, como están en apariencia fuera de contexto, o no tienen una organización literaria tradicional, no podían escribirse. “Ahora uno puede retuitear noticias, que la gente se entere de cosas de las que quizá no todos se enteran. En Facebook está la posibilidad de reencontrarse con la gente, pero a la larga nos hemos dado cuenta de que, como siempre, las innovaciones son aprovechadas por el sistema, en un sentido adverso a la libertad. A Obama, el Twitter lo ayudó mucho y también a Trump, aunque lo de él es nefasto. El problema es que ahora se va mucho más para el lado negativo”.
Margo Glantz habla a propósito del lanzamiento del libro Y por mirarlo todo, nada veía (Sexto Piso/UNAM, 2018), en el cual reflexiona sobre los problemas que ha traído consigo “la proliferación de discursos en las redes sociales: parecemos vivir en un mundo en el que todos hablan y nadie escucha.
Desde el principio, no me limité solo a usarlas, sino a preguntarme por el sentido de las redes sociales, ver qué cosas podían tener de extraordinario, de interesante o de terrible. El resultado del libro es mi intento por analizarlas”.
El volumen se convierte en una manera de entrar desde otra perspectiva al mundo de las redes sociales: contra ese agolpamiento, esa concentración de frases sin aliento, “se produce el deseo de seguir leyendo. Es un libro que contagia, lo cual me parece fascinante, porque no me lo esperaba”.
“Me gusta mucho y siento una necesidad de escribir en Twitter todos los días, no tanto en Facebook, que ya casi no frecuento. Me gustaría tener una columna, porque en ella podría escribir mis experiencias de viaje o lo que me ha parecido interesante. Me gusta mucho decir algunas cosas de manera más formal, como en un periódico, y Facebook me pareció interesante usarlo, pero a la larga no es equivalente a un periódico”.
Y por mirarlo todo, nada veía se convierte en una amplia reflexión sobre cómo la información que circula sin parar en redes sociales, sea verdadera o falsa, ya no permite la posibilidad de sopesar el contexto de las historias, el trasfondo y las implicaciones de aquello que leemos.
Para ello se sirve de un verso de Sor Juana, en el que se plasma cómo resulta imposible abordar tanta información, detenerse a leer, no solo a dar retuit o un “me gusta”, sino comprender lo que se está compartiendo a través de esos espacios virtuales; para ello están las emociones más profundas, “eco de la memoria, como de los sentimientos más banales, que provienen de lo cotidiano”.
El libro se convierte así en una continuación lúdica de sus propias preocupaciones personales y también de lo que le gustaría encontrar en las redes, bajo el convencimiento de que son una forma más de comunicación. El problema es que las estamos desaprovechando, a decir de la autora de títulos como Coronada de moscas o Yo también me acuerdo.
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La declinación a dirigir el Fondo de Cultura Económica no podía quedarse fuera de una conversación con Margo Glantz, incluso por su interés de dejar el asunto claro. “Me hubiera gustado mucho estar en el Fondo, por eso lo acepté, pero luego pensé bien que se trataba de un trabajo enajenante y yo quiero seguir escribiendo, quiero seguir leyendo, seguir mi vida como hasta ahora. Es una editorial que admiro mucho, fundamental para la vida de México y para varios países de lengua española, pero me di cuenta que no tenía la disposición para hacerlo”.
vmm