En medio del bullicio de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, la editora, periodista y escritora argentina Mónica Maristain sostiene su propio manifiesto personal: “Leer hasta el final, hasta donde alcance la vida”. Lo dice sin dramatismo, como quien enuncia una verdad íntima que a la vez podría ser un desafío o un deseo difícil de medir en el tiempo. “No sé de qué manera uno va a leer hasta su muerte. Puede venir una enfermedad, quedarse uno sin vista, no lo sé. Pero es eso. Esa es la idea”.
Maristain presenta su libro Leeré hasta mi muerte (Libreros y Editores Jus, 2025), donde reflexiona sobre la lectura: sus posibilidades, sus límites, sus riesgos y placeres. No es un tratado ni un manual; es, explica, una prolongación natural de su trabajo periodístico de cuatro décadas. “Me parece que es un detrás de las notas que hago, la posibilidad de establecer un conocimiento mayor, de investigar más”. A partir de entrevistas con escritores, traductores y figuras literarias, construye un mapa personal de temas que va de la poesía a los nazis, de Wilcock al sida, de los clásicos a las polémicas contemporáneas.
Uno de los capítulos más entrañables del libro surge de su acercamiento a Rodolfo Wilcock. Maristain cuenta la historia del poeta argentino que, sintiéndose opacado por Borges, emigró a Italia y cambió definitivamente de idioma. “Todos los poemas que tenemos ahora de Wilcock están traducidos”, explica. La fascinación por esa vida y esa obra la llevó a entrevistar a Guillermo Piro, uno de sus traductores. “Hablamos precisamente de la traducción y de Roberto Wilcock”, recuerda. En ese gesto, tomar una nota, ampliar un tema, volverlo conversación, se cristaliza su método.
El título Leeré hasta mi muerte funciona como mantra y declaración. “Claro que quisiera que fuera así”, dice. Pero añade un matiz esencial: leer es, para ella, una aventura mayor incluso que escribir. “Leer es la gran aventura que nos dan los libros”, afirma. Si mañana no se publicara ningún libro, tendríamos con los clásicos —con todo lo ya escrito— material suficiente para toda una vida. Y, aun así, sigue leyendo sin pausa.
Ahora mismo está sumergida en textos sobre futbol, porque escribe un libro sobre ese deporte. En paralelo, volvió a Campos de Londres, su novela preferida de Martin Amis, porque pronto impartirá un curso sobre novela que comienza justamente con esta.
La lectura no es tarea ni penitencia, es un estado.
¿Qué opina de esa idea recurrente —y tantas veces alarmista— de que los jóvenes ya no leen? Maristain no se engancha con los diagnósticos fatalistas. “Yo no sé en realidad qué leen los jóvenes”, responde con honestidad. Pero sí observa algo que la llena de entusiasmo: los escritores jóvenes que vienen a la FIL llegan a trabajar. “Nadie viene a tomar cerveza o encontrarse con los amigos, como hacíamos nosotros. Vienen a presentar su libro, a estar con lectores, a hablar de su obra todo el tiempo”. Para ella, eso es señal de esperanza: hay escritores jóvenes comprometidos y hay gente que lee.
Antes de despedirnos, pide dejar clara una cosa. En Leeré hasta mi muerte hay una postura, y es suya. No es un libro neutral ni pretende serlo. “Es un libro de postura, pero también incorpora el debate”. Escribe sobre sida, gays, nazis, de temas que sacuden y generan discusiones. “Me gustaría que la gente lo comprara para preguntarse y debatir”.
Sus temas son polémicos; ella también. “Sí, soy polémica”, dice riendo, como quien entiende que la literatura, en su mejor versión, incomoda y provoca.
LHM