Sergio Ramírez presentó su más reciente novela, El caballo dorado, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2024, en compañía de Guillermo Arriaga. La velada no tardó en abandonar el terreno de lo estrictamente literario y se transformó en una reflexión sobre la memoria, la infancia y la libertad creativa, temas que atraviesan tanto la obra como la vida del escritor nicaragüense.
Escritor y cineasta, Arriaga abrió el diálogo con entusiasmo: “Sergio hace lo que se le da la gana con el lenguaje y la estructura. Esta novela no solo crea un mundo, sino varios. Es una obra espectacular”. Lo que siguió fue una charla que reveló los cimientos personales y literarios de una novela que, como su autor, desafía las convenciones.
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La infancia de Sergio Ramírez en Masatepe, un pequeño pueblo de la Sierra cafetalera de Nicaragua, fue el punto de partida de El caballo dorado. Con una precisión casi poética, recordó cómo el carrusel de las fiestas patronales llegaba cada año al pueblo y se instalaba frente a la tienda de su padre. “Yo me levantaba de madrugada para ver cómo lo armaban. No necesité recurrir a fuentes externas para escribir sobre esto porque lo llevo grabado en mi memoria”, confesó.
La fascinación de Ramírez por los carruseles no es solo anecdótica, es también simbólica. Es un homenaje a la infancia como espacio creativo, al poder de los recuerdos para alimentar la literatura. “La infancia fija la memoria; lo que se vive en esos años no se olvida nunca”, afirmó.
Escribir desde la libertad y el exilio
Ramírez hizo un cambio de rumbo con esta novela. Se alejó de los temas políticos que han marcado su obra reciente —como ocurre en Tongolele no sabía bailar (Alfaguara, 2021)—. “La libertad creativa es fundamental. Si me sintiera obligado a escribir sobre un tema en particular, perdería el placer de crear”, explicó. Sin embargo, el exilio —primero bajo la dictadura de Somoza y ahora bajo el régimen de Daniel Ortega— permea inevitablemente su escritura. “Mientras yo tenga memoria e imaginación, mi país va a estar ahí. Puedo recrearlo las veces que quiera, aunque no lo vuelva a ver”, dijo.
Ramírez también compartió el reto que implica escribir en el exilio: la desconexión con el lenguaje cotidiano de su tierra. “El español es una lengua viva que cambia todos los días. Es un temor real que mi memoria no pueda reponer esos cambios. Pero confío en los ecos y la música del idioma que llevo dentro”, reflexionó.
Más allá de la ficción, Ramírez se asume como un escritor con un deber ciudadano. “No soy el único exiliado nicaragüense; hay miles. Como escritor, tengo la obligación moral de usar mi voz para aquellos que no pueden hablar”, afirmó, dejando claro que su compromiso no termina con la página escrita.
El caballo dorado no es una novela convencional. Combina elementos históricos, personajes ficticios y reales, y una estructura narrativa que desafía expectativas. En palabras del autor, su objetivo es alcanzar una “soldadura invisible” entre la ficción y la realidad para lograr que el lector se pierda entre ambas.
Esta obra, además de ser un tributo a la memoria y a la imaginación, es una reafirmación de la libertad creativa como forma de resistencia. Como dijo Ramírez, “mientras disfrute escribiendo, mientras me ría frente a la computadora, seguiré construyendo mundos que me permitan volver, aunque sea con palabras, a los lugares que no puedo pisar”.
Con El caballo dorado, Sergio Ramírez vuelve a dejar claro que la literatura, en su mejor expresión, es una forma de la resistencia.
ÁSS