En el bullicio de la FIL 2024, T. Kingfisher —el seudónimo de Ursula Vernon— camina relajada, con sombrero y chamarra de cuero color marrón, por los pasillos de la Expo Guadalajara. Conocida por su destreza para entrelazar temas oscuros con humor y esperanza, Kingfisher ha logrado se ha ganado un lugar en las preferencias de muchos lectores adeptos al género de la fantasía. “Llámenme Ursula o Kingfisher”, dice, esbozando una sonrisa. “Respondo a ambos nombres”.
La diferencia entre sus dos identidades literarias va más allá del nombre. Como Ursula Vernon, escribe libros para niños con límites claros, zonas de su narrativa donde no puede hurgar. Como T. Kingfisher, explora con libertad temas más adultos y osados, alejados de las restricciones tradicionales de la industria. “Cuando soy T. Kingfisher, siento que puedo hacer más —si una historia necesita que un personaje muera, así será”, explica. “Hay una flexibilidad creativa que me permite escribir historias que no se limitan a una edad específica”.
- Te recomendamos “Escribir es un proceso de captura. Todo se te escapa, se quema, se evapora”: Gabriela Cabezón Cámara FIL
Sus obras suelen desarrollarse en mundos fantásticos donde la magia y la resiliencia conviven. Su novela más reciente, Ortiga y hueso (Nettle & Bone), aborda temas como el abuso y la superación, pero encuentra momentos de ligereza incluso en la oscuridad. Cuando se le pregunta cómo logra este equilibrio, responde con franqueza:
“No es algo que planee. Si la historia se vuelve demasiado pesada, instintivamente le doy un toque de humor o un diálogo ligero. La fantasía me permite explorar temas difíciles de una manera accesible. Escribir sobre abuso en un contexto real podría ser muy crudo, pero a través de un lente fantástico, esos mismos temas se vuelven manejables, e incluso pueden sanar”.
Los cuentos de hadas son la columna vertebral de su narrativa, pero en sus manos adquieren vida nueva. Desde Lo que mueve a los muertos (What Moves the Dead) hasta Ortiga y hueso, Kingfisher insufla frescura en estas historias atemporales. “Los cuentos de hadas tienen un ‘código cultural’ que nos resuena porque crecimos con ellos”, dice. “Pero sus mensajes originales no siempre son relevantes hoy. Por ejemplo, la moraleja de Caperucita Roja, 'no vayas al bosque', ya no tiene sentido cuando los lobos no son un peligro diario. Darle una nueva capa de pintura los hace significativos para nuestra época”.
Las heroínas de Kingfisher desafían el arquetipo femenino que ha dominado la literatura fantástica por años. “No hay nada de malo en ser como las demás chicas”, afirma. “Algunos de mis personajes abrazan habilidades tradicionales como el bordado, que a menudo se convierte en un elemento clave de la trama. Los libros son parte de una conversación cultural, y mi escritura refleja un esfuerzo por superar arquetipos ya desgastados”.
El humor es una marca distintiva en su trabajo, pero nunca se siente forzado. “Es algo que surge solo”, explica. “Cuando escribo, los chistes simplemente aparecen. El humor es esencial en momentos de mucho estrés. Si hablas con enfermeros o personal de emergencias, notarás que usan el humor para sobrellevar situaciones difíciles. Mis personajes hacen lo mismo: cuando la tensión llega a un punto álgido, un chiste permite que tanto la historia como el lector respiren antes de la siguiente crisis”.
Más allá de ser una herramienta narrativa, Kingfisher cree que el humor refleja la experiencia humana. “El humor es una forma de lidiar con la vida”, dice. “Es lo que hace soportables incluso las historias más oscuras”.
Aunque describe su proceso de escritura como solitario —“sola, en mi mesa de cocina, en pantuflas, con mi computadora”— Kingfisher se maravilla por el alcance de sus libros. “Venir a México y conocer lectores que han sido conmovidos por mis historias se siente mágico”, confiesa. “Escribir puede parecer algo frívolo, pero saber que mi trabajo ha fortalecido o inspirado a alguien me recuerda que no lo es”.
Sobre la reciente ola de prohibiciones de libros en Estados Unidos, Kingfisher no oculta su disgusto. “Lo odio”, dice con firmeza. “Los libros expanden el mundo y fomentan la empatía. Las historias nos permiten ponernos en los zapatos de otros y entender sus experiencias. Prohibir libros es, a menudo, un intento de borrar las voces de los marginados. Estoy agradecida con los bibliotecarios y organizaciones que luchan contra esto, y es una causa que vale la pena apoyar”.
En cuanto a sus lectores en México, Kingfisher espera que sus historias encuentren eco en temas universales. “La lucha de los desposeídos contra los poderosos, y la idea de que los pequeños actos de bondad pueden marcar la diferencia, son mensajes con los que cualquiera puede identificarse”, explica. “Aunque, sinceramente, me encantaría saber qué interpretan mis lectores mexicanos. Esa perspectiva es muy valiosa para mí”.
ÁSS