Diecinueve
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Lucho, a quien nosotros pensábamos que habíamos rescatado, terminó siendo quien vino a rescatarnos.
Además de devolvernos la confianza en nuestros dioses, regresarnos la esperanza en el camino que seguimos, convencernos de buscar a los que son como nosotros y liberarnos de la exterminación sin sentido, nos explicó aquello que antes no sabíamos.
Lo pensé así esta mañana, mientras cruzábamos un pueblo que no fue destruido, porque había permanecido bajo el agua. A través de Lucho, además de Indrig, nos hablan todos los hombres y mujeres con los que compartió él su cautiverio. Qué vergüenza haberme enojado por lo del libro: merecía haberlo hojeado cuando quiso.
Pero bueno, eso, hojear nuestro libro, no parece ser lo que ahora quiera Lucho. Nuestro libro, de hecho, no parece ya importarle a nadie. Es como si de repente sólo yo pensara en estas páginas. Por eso tengo que buscar una manera de que todos vuelvan a vivirlas y a habitarlas. Esto también me dije esta mañana, contemplando las paredes de una casa forrada de corales secos que al contacto con mis dedos se hacían polvo.
Luego, estando todavía adentro de esa casa, en la que el blanco era el único color que podía verse, me dije: es natural que ahora, cada once jornadas, cuando nos reunimos ante el bulto, para intentar eclosionarlo, y, tras oír a Juana pronunciar, a voz en cuello, las palabras que ella sigue desterrando —ayer, mañana y hoy, estas fueron las últimas que los mayores nos prohibieron—, Lucho sea quien nos hable.
Quizá tendría que escribir lo que él nos diga a partir de hoy, me dije asimismo esta mañana, mientras buscábamos adentro de otra casa cualquier cosa que sirviera a nuestra marcha, cualquier pista que pudiera conducirnos a esos otros que son como nosotros. No, no sólo lo que él diga a partir de ahora, también tendría que escribir lo que Lucho nos ha enseñado en estos meses, añadí para mí misma, brincando un par de esqueletos devorados por las algas, saliendo de aquella construcción en la que estaba y volviendo al sitio en el que abrí este libro y empecé a escribir todo esto.
Antes de que pudiera avanzar otro renglón, sin embargo, apareció Lucho a mi lado. Y además de volver inútil buena parte de lo que acabo de escribir, me detuvo el corazón por varias horas. Porque después de regalarme un pequeño caracol de seis colores, que guardó en el saquito que hasta entonces era suyo, me pidió ver nuestro libro. En silencio, mientras él pasaba las hojas una tras otra, mientras mis dedos jugaban con el caracol y la ansiedad lo hacía con mi corazón y con mi cabeza, el tiempo se fue haciendo interminable en torno nuestro.
Al final, cuando yo creía que así sería el resto de mi vida, que aquel momento nunca acabaría, Lucho cerró el libro, cerró después los ojos y me dijo: está muy bien, Ayal, pero así no hablamos ni nosotros ni los hombres y mujeres que buscamos. ¿Qué pasaría si algo nos sucede y sólo encuentran nuestro libro?, me preguntó Lucho después de otro rato igual de eterno. Cada grupo, ya verás, tiene una respiración propia y diferente.
Un aspirar y un exhalar que nos vuelve únicos pero a la vez reconocibles. Esa huella también debe poder leerse, Ayal. Por eso tienes que encontrar nuestra manera. Esto, sin embargo, no es lo que quería escribir ahora. Porque ahora, que Lucho finalmente me ha dejado sola otra vez, quería anotar algunas de las cosas que él nos ha enseñado.
Anotarlas, eso sí, haciéndole caso a Lucho. Buscando, pues,!!!!!!!!!!nuestra respiración: gracias!!!!!!!!!!a Lucho comprendimos, por!!!!!!!!!!ejemplo, la importancia de desollar!!!!!!!!!!a nuestros muertos, igual que!!!!!!!!!!aprendimos a domesticar algunas!!!!!!!!!!de las presas que antes!!!!!!!!
Presentaciones de libros
Tejer la oscuridad
Presentan: Aura García-Junco, Yásnaya Aguilar, Rosa Beltrán
Editorial: Literatura Random House / PRH
Lunes 30 de noviembre; 19:00 a 19:45
PCL