Descanso en un hotel de Comala. Mi habitación está frente a un río. Su caudal es música de fondo mientras leo el primero de los libros de Mercedes Luna Fuentes.
No es la primera vez que entro en los terrenos de yo / carnicero. Esta ocasión, me estaciono en la dedicatoria: “Al origen de todas mis cosas: Agripina”.
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La palabra “origen” me captura. Investigo su etimología. Encuentro el comienzo, el sol que nace, la puerta que llamamos oriente.
Mientras escribo este texto, sospecho que yo / carnicero, a pesar de ser un primer libro, no es un principio. En sus poemas veo la forma del agua: no puedo asirla, ni asegurar dónde se encuentran sus extremos. Sus páginas carecen de orientes o rutas establecidas. Cada poema es un río. Desemboca en el océano de mis preguntas.
Hacia ese lugar corren sus letras. Hacia esa muerte se precipitan.
Dicen:
fuiste tú quien ideó el plan
quien me arrojó al mundo
hecho dolorosa artificialmente
me puso en este andén vacío
solo para mí
fue parte de tu plan
tu bien estructurado plan
construir túneles
en los estantes de tu casa
para que yo asomara en ellos
Mercedes construye un metro imaginario en esos túneles. Bajo la herida que ella misma abre, me traslada a distintas estaciones. En la número dos, leo:
fuiste tú quien hizo el metro donde viajo ahora
quien hizo las monedas para comprar boletos
quien hizo los boletos y los entregó
apretando suavemente mi mano
fuiste tú quien se sentó conmigo en la estación
antes de emprender el viaje
y no me dirigió la palabra
En la estación tres, me descubro hablando a Dios. Le digo:
eres este túnel
de costillas oxidadas
que paso
ese par de relojes en lo alto
marcando distintas horas
este botón azul de emergencia
que no funciona
El poema se filtra en mi psique, al igual que el graznido de un cuervo.
Provoca imágenes extrañas.
Imágenes que describen imágenes.
En la estación cinco, regreso al ser de la poeta, la miro. Me regala una visión de su propio movimiento.
Dice:
me diste este paso de serpiente
que busca
y mancha el piso de acero
ahora mismo debajo de mío
de un aceite negro luminoso
En otra de las estaciones, alguien susurra:
eres tú
quien sostiene estas vías sobre las que viajo
las que me van a salvar
eres tú
tras las luces amarillas del vagón
dentro de ellas
eres tú
cada uno de los asientos
La poesía en yo / carnicero me dirige a un final, a un nacimiento lejos de mí. El último de sus poemas, “Pizarra digital”, acerca una lupa a lo que está frente a mis ojos: a lo que veo y elijo ignorar todos los días. Algo parecido ocurrió a Khalid Raissouni, quien años atrás tomara el mismo metro, en Marruecos, conducido por la voz de Mercedes. De la traducción al árabe que él hizo, de la entrega del poeta intérprete, queda registro en la presente coedición entre el gobierno municipal de Saltillo y Aldvs.
yo / carnicero me abrió el vagón contiguo y solitario de su autora. La acompañé, y ella a mí, como los seres que disectan el músculo debajo del dolor, observan en silencio y esperan que la poesía haga lo suyo.
Mario Castelán (Pánuco, Veracruz, 1978) es Doctor en Ciencias de la Computación por la Universidad de York, Reino Unido. A partir de 2006, se desempeña como profesor investigador en el Centro de Investigación y de Estudios Avanzados del IPN, Campus Saltillo. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores.
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