A más de veinte años de su creación, Nadie me verá llorar, novela de Cristina Rivera Garza , cobra nuevos matices, e incluso, una vida paralela a la que se desenvuelve entre sus páginas. Desde la FIL Guadalajara, la escritora volvió sobre sus pasos para rememorar su trabajo y mirarlo desde su presente.
“Es un libro en el que está muy presente el documento. Cada dato que está ahí fue investigado a pie y a mano. Hay todo un trabajo de imaginación engarzada en el documento histórico”, recuerda.
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La novela está inspirada en los escritos, cartas y notas de Modesta Burgos, quien pasó la mayor parte de su vida recluida en el Manicomio General “La Castañeda”, edificio que se convirtió en el Archivo General de la Nación.
Una parte fundamental dentro de la estructuración de la obra fueron las horas que la autora pasó en este espacio, intentando calcar —con papel cebolla y bolígrafo— la caligrafía de la mujer.
“Uno no transcribe sobre la letra de otro sin consecuencias. Hay una necesidad de tener presente a la fuente. Yo creo que si de algo sirve la literatura es que tiene ese poder de invocar”, reflexiona.
Para Rivera Garza, la materialidad del documento permitió establecer una cercanía tanto con su personaje, como con la versión de Modesta que existió fuera de las páginas.
“Está ahí su vida, su acta de nacimiento que la convierte en ciudadana de este país, y por otro lado está esta vida que fuimos creando juntas con lo que ella dejó de huellas (...) Trate de hacer la investigación para reconstruir el mundo donde ella vivió, las calles que piso”
Algo similar ocurrió con Joaquín Buitrago, su otro personaje principal dentro de la obra, inspirado, según reveló en su charla, en las fotografías anónimas.
“En esas fotografías, la única seña de identidad eran dos letras que aparecían en la esquina inferior derecha y era JB. Pensé que si hubiera existido esas hubieran sido las fotos que hubiera tomado Joaquín”.
Años después, la realidad reclamó parte de lo suyo, pues Rivera Garza averiguó que el autor de las imágenes se llamaba Juan Berlioz, quien además de dedicarse a la fotografía, hacía películas porno. Precisamente estos cruces entre la realidad y la ficción son los que alimentan la obra de la también ganadora del premio Pulitzer.
En este sentido, explicó que además de buscar una aproximación a través de la materialidad de las cosas, también intentó trasladar esa “sensorialidad” al libro e invocar aquel tiempo de principios del siglo XX.
“La escritura literaria se gesta, tiene ese poder precisamente en centrarse en el detalle completo. Por eso decimos cuando leemos una novela, que sentimos que estamos ahí, que estamos caminando en esa ciudad. Cuando una atmósfera está bien construida después dices, ‘es que yo conozco ese lugar”
Aunque fue precisamente este el libro con el que ganó el premio Sor Juana Ines de la Cruz en 2001, la autora no pudo evitar recordar que su publicación estuvo llena de tropiezos.
“Ustedes no lo saben, pero este libro en sus inicios, batalló mucho para salir al mundo.Salió publicado en una edición con toda cantidad de erratas, en una colección en la que no debería haber estado. Yo lo tuve que mandar personalmente al premio porque mi editorial no lo mandó” recuerda.
Hoy, a 25 años de su publicación, no solo se ha sobrevivido, sino que se ha abierto espacio en el presente: “Hay una lucidez, una resistencia, una rabia en Modesta Burgos que me resulta muy fácil imaginarla ahora en las calles, siendo tan incisiva y tan crítica como lo fue a inicios del siglo XX”.
LHM