El escultor no solamente esculpe el metal, la piedra: también lo hace en el espacio. No solamente es nuestra mirada, sino de los que no ven la obra. El río de Heráclito en la materia es la escultura. Ahí convergen todas las coordenadas del mundo.
José Luis Ponce conoce los músculos del metal, la alquimia del fuego. En su obra los cuerpos viven en un aparente caos. Ese caos que no es otra cosa que lo que no alcanza a observar nuestra percepción.
Ponce imprime en la forma su propia fuerza, es decir, la intensidad de la pincelada en un óleo, esa huella única que sólo el artista consigue. El volumen es el mismo espacio vital de los seres vivos. Ese es el mérito, que el espacio simbólico sea el mismo que el físico: la vida.
El cuerpo es una analogía de universo, una abstracción efímera de la memoria que gracias al escultor es plena ante el tiempo.
MATERIA DE LA CONCIENCIA
Al observar las piezas, salta la sensación de la voluntad primera, ese impulso antes de cualquier creación, la materia inerte, pero con un destino manifiesto moldeado por las manos de Ponce.
El teórico Tzvetan Todorov escribió que “la conciencia dispone de dos maneras de representarse el mundo. Una directa, en la cual la misma cosa parece presentarse al espíritu, como la percepción o la simple sensación. Otra, indirecta, cuando por una u otra razón, la cosa puede presentarse en ‘carne y hueso’ a la sensibilidad”.
Antonin Artaud, miembro desterrado del surrealismo, en su visita a México en 1936 dejó testimonio de las fuerzas ocultas del país, esas que mantienen a las antiguas civilizaciones en el aire que hasta la fecha respiramos.
Partículas del yo pasado o futuro andan errantes en la naturaleza, en donde leyes universales muy precisas trabajan para componerlas. Y es justo que nos busquemos réplicas, réplicas activas, nerviosas, hasta fluidas, en todos los elementos disgregados.
Cada pliegue en las esculturas de Ponce son fibra viva. El movimiento inerte de lo no visto. Eso es el arte, el explorar fuera de la razón, del cuerpo y los sentidos lo que hay detrás del universo y arribar al mismo sitio en el mismo tiempo. Ser la escultura.
El arte es la mecánica interior del mundo, la pieza su desnudez. Por eso la importancia de la escultura y las formas más elementales de la vida en ella. El impulso creador en Ponce y su fuerza retumba en el interior de quien la mira.
EL CALLAR NO ES MORIR
En alguna ocasión Juan Soriano estuvo en Durango, la ciudad en la que vivo.
Con Marek Keller contacté una cita para entrevistarlo la mañana siguiente. Se mostró incrédulo que estuviera a la 8:00 am en el restaurante de un hotel.
Durante la noche preparé la entrevista. Pensaba preguntarle su vida en París y los mexicanos allá: Octavio Paz, Vicente Rojo. Por Julio Cortázar. En la madrugada decidí dormir.
En punto, Marek Keller y Juan Soriano estaban sentados a la mesa.
Soriano esperaba las preguntas, al menos eso creo. Fue una batería. Tantas que ni yo mismo recordaba cuál fue la primera. Pero la respuesta fue simple: “El pasado ya terminó”.
No tenía más argumentos ni preguntas. Pero ese silencio de Soriano al desayunar avena era todo lo que se debía escuchar. Al terminar el texto de una entrevista donde solamente el silencio importa, la envié por correo.
Keller dijo que Juan estaba feliz por el mensaje. Pasaron los meses hasta que el escultor murió. Una tristeza enorme, la misma al escribir este texto años después.
Regresé al café donde suelo escribir cuando alguien a quien pertenezco o me pertenece muere. La poesía es un acto de constricción, siempre lo he creído y vivido.
“/El callar no es morir/ es dejar que las cosas hablen mientras uno no está/”. Fue primer verso en escapar a mi llanto. Y es que el artista está predestinado a ser su obra, a encarnarla.
Las piezas de Ponce irradian vida. Son potentes y gentiles con el universo. Parece ser el tránsito de su pensamiento. Se percibe plenitud. Por momento, cada pieza se expande hasta encontrar a la siguiente. Cada artista crea su propio universo, y lo habita.
No dejo de pensar en la piel del metal y cómo permite a Ponce el mostrar sus secretos. La vida es maleable para quienes saben además de la técnica, traducir el mundo.
El equilibrio químico de lo natural toma forma en la manos del lagunero para abrirse paso en el espacio. La escultura es la quietud indómita de lo que no transcurre pero aún así avanza en su perpetua contradicción —es la elipsis de nuestra limitada percepción—.
Así como el fuego es esa misma elipsis en los siglos, y es la alquimia vuelta la rugosa piel de los seres en la plástica de José Luis Ponce.
DE REINO NATURAL
El mundo no es perfecto si no se representa. El movimiento natural de los seres hecho metal, permanencia. Así son las esculturas de animales o plantas. El metal que resume el día y la noche a perpetuidad. A veces, para el hombre un momento es la eternidad, así la obra de Ponce.
Un pequeño delfín en el mar de los segundo en ese ir y venir de la materia.
También los jardines en el aire, con raíces que se nutren del silencio, del universo. Esos troncos delgados que se adentran en la forma primigenia del espacio.
No es de extrañarse porque Ponce trabaje con soles en las manos. El fuego, ese ente destructor para unos y renovador para otros, pero es el origen del mundo en realidad.
Hay una constante en las piezas de Ponce, el interior. En el arte no existen las frontera naturales, sólo la evolución.
Árboles hechos de su propio tiempo. Es decir, cada anillo en el tronco de un árbol es un año. Sí, verticales, “Nuestro árbol” como se titula la pieza.
La ramificación es la forma más siempre de la naturaleza, el conducto del mundo. Y ese, es otro de los alcances de la obra de Ponce, la simetría dispar el capricho. Raíces, hilo, listones, conexiones. El vaso comunicante del metal..
La vida misma.