El incomprendido poder espiritista de Francisco I. Madero

Con motivo del aniversario de su nacimiento, ocurrido el 30 de octubre de 1873, repasamos la faceta ocultista del ex presidente

Francisco I. Madero y su incomprendido poder espiritista | Especial
Horacio Besson
México /

Si le hacemos caso a la Historia oficial, que desde el siglo XIX se ha encargado de endiosar –o satanizar, según sea el caso– a los principales protagonistas de la vida política de México, los hombres y mujeres que han pasado por sus páginas son una especie de seres acartonados, fríos e inmaculados, sin matices humanos y carentes de esos sentimientos y reacciones tan comunes y corrientes en todos nosotros.

Pese a la egregia, prístina y muy aburrida tradición de describir a los héroes nacionales como personajes de cuentos infantiles ocultando esa no tan corta lista de defectos en una especie de urna de oro y bronce, la verdad es que eran de carne y hueso, con manías, obsesiones, algunas extravagancias y no pocos caprichos. Vaya, como cualquiera.

Francisco I. Madero fue uno de ellos, tenía creencias y convicciones no solo democráticas —esa cara está por demás vista, analizada y enaltecida—, sino dirigidas también a una de sus grandes pasiones: el espiritismo.

Raúl, etéreo y guardián

Imaginemos la escena: inicios del siglo XX, Díaz inamovible en Palacio Nacional y Francisco habla con su hermano Raúl, quien le aconseja sobre cómo encaminarse en el difícil mundo de la política porfirista.

Es de noche –luz de velas–, están en el rancho Australia, en medio de la nada, en una zona de la serranía coahuilense. “Hermanito: sé fuerte, no vayas a comprometer tu misión y hasta la mía”, le advierte Raúl.

Entonces, Francisco escribe todo lo que le dicta Raúl. Madero está en trance y su hermano, muerto. Apenas era un niño cuando se arrojó por accidente una lámpara con petróleo y con la mecha encendida.

También por esas fechas, Madero le envió una carta al editor Manuel Vargas Ayala a la calle Guerrero 104, en Monterrey, señalándole: “Le adjunto un artículo que escribí y que lleva por título ‘Paralelo entre el Catolicismo, el Materialismo y el Espiritismo’. Lo firmé Arjuna, que es el seudónimo que quiero emplear. Arjuna era el discípulo de Christna”, le aclara.

Si uno consulta la Biblioteca Espírita de Madero que el Centro de Estudios de Historia de México, de la Fundación Carlos Slim, resguarda, uno va a notar un nombre en particular: Allan Kardec.

Hippolyte Léon Denizard Rivail, el nombre original de Kardec, es considerado el padre de una de las ramas más notables del espiritismo occidental moderno.

El libro de los espíritus, publicado en 1857, fue un verdadero éxito de ventas junto a Revue Spirite (revista espiritista, en francés), también editada por Kardec.

Las publicaciones de Kardec son clave para entender los pasos de Madero: “No leí esos libros, sino los devoré, pues sus doctrinas tan racionales, tan bellas, tan nuevas, me sedujeron, y desde entonces me considero espírita”, cita en sus memorias.

Y, sobre todo, la estancia de un jovencísimo Madero en Francia afianzará su porvenir espiritista: “Concurrí en París a algunos centros espiritistas (…) me manifestaron que yo también era médium”.

Será a partir de 1901 cuando explote al máximo ese potencial a través de la Sociedad de Estudios Psíquicos de San Pedro, fundada y presidida por él mismo, y de sus constantes conexiones, en particular con Raúl —su hermano fallecido a los cuatro años— y José, a quien le pedirán guíe su carrera hacia la política y la democracia.

El verdadero mensaje

El 26 de noviembre de 2019, Louis C. Morton, subastó un libro de 85 páginas titulado Manual Espírita, escrito por Bhima, con fecha de publicación de 1911. El estimado era entre los 20 mil y 24 mil pesos. Se vendió en 36 mil.

Bhima, en la épica hinduista, es hijo del dios Vayu y de la reina Kunti. Pero también es el alter ego-pseudónimo de Madero.

Lacerado hasta el cansancio por la oposición, enemigos políticos y una prensa por demás mordaz, en un México intolerante con todo aquello que fuera ajeno a los preceptos del Vaticano, Madero se vio obligado a ocultar su identidad.

Manual Espírita es el resumen de sus creencias y pese a que entonces —y aún ahora— resulta “extravagante” su conexión con los espíritus, lo cierto es que si uno repara en sus páginas, no tienen nada de grotesco y hoy, en pleno siglo XXI, son un vaso comunicante y un homenaje-compendio con el cristianismo y con las grandes religiones orientales, sobre todo el hinduismo y el budismo.

Eso era lo que buscaba Madero: armonía espiritual, coherencia y gran solidaridad con la humanidad, dejando atrás egoísmo, vanidad y la acumulación excesiva de bienes materiales.

Nunca fue perdonado por ello. En 1916, tres años después de su asesinato, el arzobispo José Mora y del Río justificó su negativa a las exequias: “Como era público que era espiritista y propagador activísimo del espiritismo y como, además, públicamente había aceptado un grado elevado en la masonería, ya por tales motivos no creía yo que se le pudieran hacer tales honras”.

Hoy, la Historia oficial sigue avergonzada por esa faceta de Madero, escondiéndola (es imposible la idea de que se reedite Manual Espírita, por ejemplo) en lo más profundo de esa imagen incólume de héroe, tan falsa como inhumana.

No deja de ser irónico que justo en un día como hoy, pero de 1873, naciera Francisco I. Madero, muy cerca de esa fecha en la que millones de mexicanos se reencuentran con sus muertos

​bgpa

LAS MÁS VISTAS