Apenas tuvo cerca las destrezas elementales de la escritura, Mary Shelley (1797-1851) se puso a concebir la que con el tiempo sería reconocida como una de las novelas más terroríficas y reflexivas de la historia literaria, Frankenstein o el moderno Prometeo, que a 200 años de publicada sigue abriéndonos rincones para reencontrarnos con ella. Qué de la obra ponderar ahora, cuando el vacío de mitos se extiende en los años (la historia se decreta finalizada) y de ella se acumulan un sinfín de versiones, interpretaciones, adaptaciones, inspiraciones, traslados.
Frankenstein, “el mejor ejemplo de las pasiones naturales aplicadas a acontecimientos sobrenaturales que jamás me he encontrado”, escribió uno de sus primeros reseñistas, tiene en sí misma muchas historias. Tantas que sumadas pueden conformar una especie de enciclopedia donde se acopian elementos que van de los meramente estilísticos a los sobrenaturales, pasando por los científicos y hasta filosóficos. Todos ellos exaltados en una recomendable edición anotada, acompañada de cientos de ilustraciones, recientemente puesta en librerías por Akal.
Novedad editorial que en su prólogo, a cargo de Leslie S. Klinger, destaca los muchos aspectos autobiográficos que la redacción de la novela tuvo. El primer libro de una joven de 19 años, cuyo manuscrito se completó 11 meses después de su revelación, escrito durante el embarazo de su autora, y quien tenía tras de sí una herencia cultural demasiado imperiosa al ser hija de William Godwin, precursor de los pensamientos libertario y pacifista y de Mary Wollstonecraft, militante del incipiente feminismo de la época, firmante del célebre Reivindicación de los derechos de la mujer.
Sin olvidar otros de los accidentes en la vida de la joven Mary (“es particularmente audaz, algo arrogante, y activa de mente. Su deseo de conocimiento es enorme, y su perseverancia en todo lo que emprende casi invencible”, escribió su padre) como fue la pérdida de su propia madre a pocos días de haberle parido y su lugar en un ambiente marcadamente masculino. (La Revolución Francesa muy cerca). Frankenstein, se recuerda en esta edición anotada, sería la consecuencia de un envalentonado reto del poeta Byron, en aquel célebre y concupiscente encierro de la Villa Diodati.