Fotógrafo, como se les decía antes (¿antes de qué?), reportero gráfico o fotoperiodista como se les dice ahora, Gustavo Graf (Toluca, Edomex, 1972) ha recorrido redacciones y mundo durante casi treinta años con su cámara al hombro. Su trabajo, mayoritariamente para agencias de noticias, ha sido reproducido en muchos medios impresos y electrónicos, nacionales y extranjeros.
Pero ahora, de manera inesperada, ha visto llegar entre sus manos un libro que recoge el trabajo documental que hizo un par de décadas atrás, en una comunidad indígena ubicada a hora y media de la Ciudad de México.
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Fuego nuestro: fe y sincretismo en Temoaya muestra en 73 fotografías en blanco y negro, el transcurrir de un año entre los otomíes de ese municipio mexiquense, inmersos en sus fiestas religiosas, principalmente la dedicada al Señor Santiago (Apóstol), patrono de la comunidad. Gustavo Graf cuenta a MILENIO, el azaroso origen del libro.
-¿Te imaginaste o sabías que ese trabajo acabaría en un libro?
Más que imaginarlo, era un sueño. Fue mi primer proyecto documental de largo plazo, y en esos años hacer un libro con estas fotos me parecía una meta muy lejana. Desde niño he amado los libros, como objetos y como lectura, crecí entre libros en mi casa, leyendo todo lo que caía en mis manos. Así que tener un libro con mi nombre y una historia narrada por mí -en este caso con fotos- fue siempre un sueño.
-¿Cómo y cuándo inició este proyecto?
Estas fotos las tomé en 1997, cuando ya vivía en la Ciudad de México y trabajaba en la agencia fotográfica Imagenlatina. Durante un año fui a Temoaya cada que el trabajo en la agencia me lo permitía, los fines de semana, y para cubrir la fiesta del Señor Santiago tomé mis vacaciones para poder documentarla completa.
Desde la primera vez que fui a Temoaya conocí al padre Silvestre, en el Santuario del Señor Santiago. Él me ayudó abriéndome las puertas de la iglesia y de la comunidad para poder hacer este proyecto. Durante un año, de la Semana Santa de 1997 a la de 1998, cubrí casi todas las fechas importantes, las fiestas donde la comunidad otomí bajaba al santuario a rendir culto o a participar en las fiestas. Al mismo tiempo y de manera paralela, en la Ciudad de México la agencia y el periodismo diario me exigían más tiempo y dedicación. Cada vez era más difícil encontrar el espacio para ir a Temoaya a tomar fotos. Al cumplir el ciclo de cubrir un año litúrgico en Temoaya, dejé de ir.
Archivé esos negativos y no volví a verlos durante 20 años. En 2018 me contactó un editor de libros, me mandó una foto por mail, preguntándome si yo la había tomado. Era una foto de Temoaya que había tomado en la iglesia del Señor Santiago. El editor, Christian Bueno, trabajaba en una monografía de Temoaya, que escribió Jesús Arzate, cronista del municipio, y quería publicar la fotografía. Tiempo después, Christian me preguntó si tenía más fotografías sobre Temoaya. Tomé más de dos mil fotografías de ese proyecto (ahora en la era digital no suena a mucho, pero en esa época eran rollos de película).
La idea del libro me la propuso Christian, y con el apoyo de Jesús, comenzó el proceso. Desempolvar el archivo, seleccionar las fotos, escanearlas, editarlas. Por muchas razones (tiempo, presupuesto y oportunidades), el proyecto del libro se detuvo por meses, y por si fuera poco, se atravesó la pandemia. Cuando ya daba por perdida la oportunidad de tener el libro publicado, dos años después, en noviembre de 2020, a pesar de la pandemia, recibí otra llamada de Christian, con la luz verde para publicar el libro con el apoyo del municipio de Temoaya. En un año difícil para todos, una muy buena noticia y una manera de cerrar un ciclo y un proyecto cumplieron el sueño de tener un libro, “Fuego Nuestro”.
-¿Qué buscabas al acercarte a la comunidad?
Nací en Toluca, donde empecé mi carrera como fotoperiodista. Conocía Temoaya y desde siempre me ha interesado el tema de las naciones indígenas. Cuando me propuse hacer mi primer proyecto documental, inspirado en el trabajo de Marco Antonio Cruz, en ese entonces director de Imagenlatina, tuve la idea de regresar a Temoaya y documentar la vida y cultura de la comunidad otomí que ahí vivía.
-¿Lo lograste?
La idea original de documentar la vida de una comunidad era muy ambiciosa. Lo que conseguí fue hilvanar la historia desde el aspecto religioso, documentando el sincretismo de la comunidad otomí de Temoaya, la manera en que viven su fe católica y su particular culto a la figura del Señor Santiago, que se fusionó con sus creencias y se dejó moldear a lo largo de los siglos posteriores a su evangelización. Esta apropiación y resignificación del culto católico quedó plasmada en las fotografías de este proyecto.
-¿Has regresado a Temoaya después de este trabajo?
Dos veces, una con los zapatistas y el subcomandante Marcos en 2001 (trabajo hecho para Milenio Diario, por cierto), y una más en 2006 durante una campaña presidencial.
-¿Qué diferencia hay entre el trabajo fotográfico de la cobertura noticiosa diaria y la documental?
En el diarismo importa mucho la inmediatez y la coyuntura noticiosa. Eventos y noticias que suceden ahora mismo y que serán portada durante las próximas horas. Lo documental debería buscar una aproximación más profunda, e implica investigación y dedicación a un mismo tema por un periodo de tiempo más largo, lo que no necesariamente implica que uno se oponga al otro. Diarismo y documental siguen una ruta paralela, utilizando un lenguaje y herramientas diferentes.
-¿Qué le gusta al Gustavo Graf de ahora, lo que miraba y cómo miraba el Gustavo Graf de hace 20 años?
En retrospectiva, este ejercicio de revisión de las fotografías para el libro fue muy nostálgico. Primero, fue un viaje de regreso a la fotografía análoga, a la película y al laboratorio. Además, me llevó a enfrentarme a imágenes que ya ni recordaba, y verlas con un ojo con 20 años de experiencia acumulada. En general, me sorprendió encontrar una mirada ingenua que buscaba imágenes por todos lados, aunque no siempre las lograba.
-¿Qué consejo te darías, si pudieras regresar en el tiempo, para mejorar algo de este trabajo?
Hubo momentos en los que veía los negativos y me daban ganas de regresar en el tiempo y gritarme: ¡voltea al otro lado! ¡Sigue tomando fotos a tal o cual personaje! ¿Por qué no te agachaste? ¡Hazte para atrás!
-En un mundo absolutamente visual como en el que vivimos, ¿qué valor tiene fijar en una publicación trabajos de este tipo?
Ahora estamos acostumbrados a las pantallas. Todo cabe en una pantalla, sin importar su tamaño. Pero también todo se olvida; con un movimiento del dedo pasamos a la siguiente imagen, a la siguiente historia y en la misma pantalla se mezclan noticias, publicidad y cualquier tipo de distracción que hace difícil concentrarse.
Soy periodista de la vieja escuela, empecé en medios impresos cuando el internet no tomaba la importancia y la hegemonía de estos tiempos, y aunque reconozco y aprecio las ventajas del medio digital, para mí, un libro representa lo opuesto. Como fotógrafo documental, creo que el libro impreso es la mejor plataforma de difusión. Es un formato que te obliga a tomarte el tiempo, a sentarte a leer, a ver las imágenes y a reflexionar sobre lo que estás viendo. En una pantalla, a lo que más aspiras es a una reacción que la mayoría de las veces dura unos segundos.
-Hay demasiadas fotografías en el ambiente; prácticamente cada teléfono celular es una cámara fotográfica. ¿Qué aporta el ojo de un fotógrafo profesional?
Creo que el reto del profesional ahora, es mantenerse vigente ante esta competencia que representan los celulares, más que defender el privilegio que antes significaba tener una cámara, cierta educación visual y un medio para publicar las fotos que se producían. Las herramientas que se desarrollan con el tiempo, la dedicación y la experiencia son los elementos que harán que una fotografía se destaque de entre millones.
nerc