La fotografía de Juan Aceves elegida como fondo para su homenaje póstumo pintaba un rostro genuino de un pintor entrañable. Gilberto Aceves Navarro poseía una mirada espiritual, melancólica; redondos ojos de pez o de anfibio.
El marco negro hace huir en pincel hacia el techo del Palacio de Bellas Artes. Arriba, no mucho, el afamado cuadro de Siqueiros de 1944, La nueva democracia. Pareció cono si el alumno quisiera intervenir en la plástica del maestro hasta su última instancia. Gilberto colaboró cercanamente con el genio de la entraña. Hoy, este mediodía se le rindió un privado homenaje de despedida.
Hace dos semanas este recinto, el más alto de la cultura nacional, fue morada de la última celebración de un ídolo del canto de todos; hoy cobija, íntimamente, a un poeta del color, a un hacedor de formas. Al fondo, después del féretro, un cuadro de Gilberto a los 68 años: azulado y pulcro. La fuga del tiempo lleva paleta multicolor de oscuros vuelos.
Aquí está su obra, su indispensable obra universal, mexicana porque mundo. Los gendarmes y Los árboles de la noche triste fueron los elegidos para, como muletas, cargar los hombros de un artista que ya es viento, día nublado en la ciudad que tanto quiso. Nube entre nubes, Aceves es ave que habla el mismo idioma de los grandes del arte. Una verdad que nunca quiso convencer porque siempre estuvo convencido de si mismo.
Suenan Bach, Haendel, Schubert y Frank el desfile de congojas demora las horas. Este otoño es otro. Los visitantes miran, atónitos, el velorio. Gilberto, el de sencillo trato, reposa la último sueño; queda un repertorio de seres, de líneas, de invenciones. El culpable de un mundo, eso es un artista, acomete el silencio, el recuerdo.
La carroza de Gayosso espera paciente, a fuera del Palacio. Placas U50 ANG. No suena ajeno siempre hay algo de angelical en la mirada poética de los creadores. Lo que viene es memoria.
cjr