Julián Herbert (Acapulco, 1971) es un escritor de contrastes, parece que no hay medias tintas en sus incursiones literarias, termina por entregar un trabajo muy encomiable o a la inversa. En este caso, se trata de la primera opción, en donde está de vuelta un narrador que agudiza sus sentidos para retratar el entorno y, acaso, añade uno más: se muestra sensible a los problemas que atañen a las mujeres, en particular, los feminicidios.
Lejos está la actitud del escritor que pretende ser experimental, cuando en realidad cae en repeticiones nebulosas, imprecisas. Herbert encuentra por medio de la crónica, el ensayo y el reportaje periodístico, una voz para describir lugares, personas y conflictos tanto personales como sociales. Los viajes sirven para hacer una pausa en la rutina, son un respiro que el escritor aprovecha para reiniciar varias cosas a su alrededor: nuevos amigos, otras anécdotas y para hallar puntos de coincidencia. Así como México y Chile tienen en común que las mujeres jóvenes aparecen muertas, después de haber sido secuestradas y violadas, Acapulco y Mazatlán están unidos por el narcotráfico, la nostalgia, por ser lugares turísticos y porque en esos sitios se vende la mejor calidad de cocaína.
Los textos más logrados son “Acapulco Timeless”, “El camino hacia Mazatlán”, “Noquis con entraña” y “Bajan”. El libro vale porque incluye estas crónicas salpicadas de su situación personal, momentos de melancolía y deterioro. Este último aspecto visto en las personas que habitan las urbes, en la corrupción, la violación, el asesinato y el desgaste que viven los países, Latinoamérica. Distintas historias, pero los mismos problemas de inseguridad y falta de mecanismos reguladores de justicia en favor de las mujeres. Durante su estancia en Talca, Chile, el cadáver de Aylin Fuentes apareció flotando en el río Claro, un balneario. Ese hecho forma parte de su relato, busca registros, noticias, observa cómo es juzgada y se ocupa de la historia de la chica. En medio de un congreso literario lleno de frivolidades y extravagancias académicas, el autor prefiere mantenerse al margen de opiniones para no herir susceptibilidades y opta pensar en la vida truncada de Aylin.
Herbert regresa, acaso como en su mejor incursión narrativa, Canción de tumba.