Henry Hargreaves, el fotógrafo de la última cena

En su serie ‘A year of killing’, el artista documentó el platillo escogido por 20 estadunidenses condenados a muerte en 2016 y el tiempo que pasan esperando su día final

Henry Hargreaves
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Milagro Urquieta Villanueva
Ciudad de México /

En Estados Unidos, cada año mueren, en promedio, 47 personas por inyección letal o en la silla eléctrica. Los condenados pueden elegir su última comida con la condición de que no contenga alcohol ni sobrepase los 40 dólares. “Menos en Texas. Allí los presos solo pueden comer el menú del día”, enfatiza a Dominical MILENIO vía Skype, el fotógrafo Henry Hargreaves.

En 2011, el senador por Texas John Withmire consideró un privilegio “totalmente inapropiado” el que un condenado a muerte elija su última comida. Fue una respuesta ante el comportamiento de Lawrence Brewer, un hombre que defendió la supremacía de la raza blanca matando a un hombre negro en 1998 y que pidió para su última cena una gran cantidad de comida que ni siquiera ingirió.

La noticia sorprendió al fotógrafo Henry Hargreaves, quien investigó las últimas comidas ordenadas por famosos criminales como Ted Bundy, las cuales buscó en los documentos oficiales y las recreó en la secuela No seconds de 2011. Entre las comidas más solicitadas estaban el bistec, seguido por la pizza.

Sin embargo, el requisito más curioso para el fotógrafo neozelandés fue el de Víctor Feguer, un asesino y secuestrador de 28 años que murió colgado del cuello. “Eligió un olivo, cómo símbolo de renacimiento y paz”, dice Henry. Un chef amigo suyo preparó los platos más complejos y la serie de fotos reveló que hubo cerca de 12 personas en 20 años que fueron condenadas a muerte en Estados Unidos sin ser culpables.

Un nuevo proyecto

Ahora, con su serie A year of killing, una secuela de No seconds, de 2011, el artista visual espera concientizar a la gente sobre el uso de la pena de muerte. “La mayoría cree que es un sistema perfecto, que le sucede a lo peor de lo peor, y que los criminales mueren muy rápido después del juicio. Pero no es así”, advierte el creador del proyecto.

Según datos obtenidos por Henry, uno de cada 10 condenados es indultado tras comprobar su inocencia y muchos pasan más de 21 años en la espera de su ejecución. Para el fotógrafo, la pena de muerte en Estados Unidos es un método anticuado e inhumano. “La persona a quien están matando es alguien muy diferente a la que fue sentenciada. Es como regañar a un perro por lo que hizo hace una semana. Eso no es justicia”.

En la serie A year of killing se resalta que en 2016 hubo menos ejecuciones en promedio en Estados Unidos. Se han vuelto cada vez más problemáticas por la falta de acceso a inyecciones letales correctas; drogas que ya no se producen en ese país. A su vez, existirían deficiencias en el sistema jurídico.

“Los ejecutados son defendidos por un abogado público que tiene 30 casos más que resolver en un mes. Es un gran paso en su carrera poner en su currículo que enviaron a alguien al corredor de la muerte”, nos cuenta Hargreaves.

Entre las últimas comidas que Henry fotografió está la de Oscar Ray Bollin Jr., de 53 años, un hombre que murió después de 23 años en el corredor de la muerte. Ray comió una costilla en término medio, una papa al horno con mantequilla y crema, ensalada de lechuga, tomate y pepino; pan al ajo, una tarta de merengue de limón y una botella de Coca-Cola.

Otro de los menús a elegir fue el de Christopher Brooks, de 43 años, quien ordenó en la cárcel de Alabama dos tazas de mantequilla de maní y una lata de Dr. Pepper, después de pasar 22 años esperando el día de su ejecución. Por su parte, Brandon Jones, un hombre de 72 años que esperó 36 años en el corredor de la muerte, se rehusó a una comida especial y prefirió el menú del día: pollo al vapor con arroz blanco, guisantes, papas con vegetales, pudín y agua de sabor.

Controversia a la vista

Mostrar el lado humano de estos criminales, pese al debate que eso pueda significar, es parte de la meta del artista visual. Henry trabajó mucho tiempo en restaurantes sin interactuar con la gente pero sí con la comida que ordenaban. A través de ella conoció el lado emocional de las personas. “Quizá no podamos conversar con un criminal y entenderlo, pero al ver cuál fue su última comida podemos ver quién es, y eso puede ser muy conmovedor”, asegura el fotógrafo.

De hecho, una parte importante de su proceso creativo fue saber cómo se veían las últimas comidas de los sentenciados a la pena de muerte. Se preguntó varias veces: “¿Será que les sirven la comida en cubiertos de plástico o de metal? ¿Importará servir el menú en platos diferentes o tendrán algo especial? ¿Los tratarán mejor en su último día?”. Las respuestas surgieron por instinto y un poco de la fantasía al investigar cada última comida en prisión.

“Iba al supermercado con la lista de ingredientes e imaginaba cómo podían comerse, en qué platos se verían mejor en una prisión”, argumenta Hargreaves y, a su vez, hace público que el gobierno de Estados Unidos gasta 90 mil dólares cada año en mantener a alguien en la cárcel; y cerca de 400 mil dólares al año por cada persona que está en el corredor de la muerte. “Es un sistema que no usa bien su economía”, sentencia el artista.

Con sus series fotográficas, Henry Hargreaves lucha a favor de una mayor conciencia social en su país. Recientemente, trabaja en una nueva serie fotográfica a la que llama: Comida en la milicia; la peor comida dada a la gente más valiente. “Fotografié la comida que dan a los militares en las Fuerzas Armadas de Rusia, China, Corea del Sur, Lituania, Francia y Estados Unidos. Esta última, parece comida de perro”, asegura.

Su proyecto describe comidas como “la salsa de taco”, parte del menú especial de Estados Unidos. Esto es una suerte de taco líquido que debes apretar de una bolsa como si se tratara de una pasta de dientes, junto a unos cristales para hacer limonada y galletas. Mientras que en Rusia los militares comen cerebro de cerdo y, por ejemplo en China, comen fideos rancios.

“Sé que mi trabajo es controversial. Sí hubo preocupación de que algunas personas lo vieran así, pero si no logras que alguien odie tu trabajo, tampoco lograrás que alguien lo ame. Cuando haces algo que involucra mucha emoción, vas a lograr los dos lados de la historia”.

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